
Estamos a solo unos días de cerrar el 2025, ese momento del año en el que, inevitablemente, muchos hacemos retrospectiva. Vemos hacia atrás, revisamos logros, pendientes, tropiezos, sueños cumplidos y sueños pospuestos. Pero, sobre todo, es una oportunidad para algo que a veces olvidamos: hacer una pausa y valorar las bendiciones que ya tenemos, en lugar de enfocarnos solo en lo que nos falta o en lo que otros muestran en redes sociales.
Siguiendo esta línea, déjenme contarles la historia del amigo de mi apá. Un hombre trabajador, de esos que crecieron con la idea de que todo se logra con disciplina, sacrificio y constancia. Su gran sueño era tener una casa amplia, con piso firme, construida en un terreno grande, lleno de árboles frutales. Para él, ese lugar significaba estabilidad, tranquilidad y éxito. Decía que cuando lo tuviera, entonces sería feliz.
Pasaron años de trabajo duro. Años de ahorrar peso por peso, de limitar gastos, de jornadas largas bajo el sol. Su familia también hizo sacrificios. Y al final, el sueño se cumplió: llegó la casa, llegó el terreno, llegaron los árboles. Con ese logro entre manos, decidió pensionarse. Por fin disfrutaría de todo aquello por lo que había trabajado tanto. Por fin llegaría la felicidad.

Pero la vida, que a veces es frágil y otras veces cruel, tenía otros planes. Al segundo día de estar dedicado al hogar, ese hombre cayó del techo de la casa que tanto esfuerzo le costó… y murió al instante.
Así, de un momento a otro, se terminaron sus planes. Los de él y los de su familia. El “cuando tenga esto, seré feliz” nunca llegó.
Y no lo cuento para generar tristeza, sino reflexión.
Mi llamado en este espacio es simple: que no nos pase lo que al amigo de mi apá. No me malinterpreten: no está mal tener metas, mejorar nuestra situación, aspirar a más. Todos lo hacemos. Lo que no es sano es vivir únicamente para esa meta, postergar la alegría para un futuro incierto, depositar la felicidad en un “cuando…”.
La vida sucede mientras hacemos planes, no cuando los terminamos.
Cada día tenemos bendiciones, aunque a veces las pasamos de largo. En lo personal, agradezco desde el momento en que abro los ojos y puedo ver. Agradezco a mi familia. Agradezco la sonrisa de mi hijo. Agradezco tener la fuerza de ejercitarme, de moverme, de sentir. Agradezco lo cotidiano que a veces damos por hecho.
Quizá este fin de año es un buen momento para recordarlo: la felicidad no está al final del camino; está en cada paso que damos.
Que el 2026 no nos encuentre mirando alrededor, sino más presentes, más agradecidos y más conscientes de que la vida es ahora.


