En la colaboración editorial anterior, escribí sobre la Presa Abelardo L. Rodríguez como un espacio de conservación para la ciudad de Hermosillo; en esta ocasión deseo exponer los antecedentes que llevaron a su construcción y operación por más de 70 años, así como las pugnas que se dieron por el uso del agua del Río Sonora; el artículo abarca la década de los años 30’s y 40’s.
Para iniciar esta exposición, es necesario anotar que la Presa Abelardo L. Rodríguez se encuentra situada en el cauce del Río Sonora; y antes de su construcción, el territorio encontrado en sus márgenes era sujeto de agricultura de temporal que se irrigaban con las aguas del propio río. La pertenencia de esta agua fue objeto de pugnas entre el gobierno federal y el estatal. El cronista Ángel Encinas Blanco, en su texto titulado ¡Y Carranza se quedó con el Río Sonora! (Crónica de un largo conflicto) hace una interesante revisión sobre el tema y expone que tradicionalmente las aguas del río Sonora habían sido administradas por el gobierno estatal, hasta que el gobierno de Porfirio Díaz en la Ley de Vías de Comunicación el 5 de junio de 1888 dispuso su propiedad federal, mediante la siguiente declaratoria:
“Son aguas nacionales los lagos y ríos de cualquiera clase y en toda su extensión que sirvan de límites a la República o a dos o más estados de la Unión”.
Esta determinación federal fue posteriormente revocada, en virtud de que este río no cumplía con los requisitos que dicta la ley sobre su funcionamiento como límite natural de la República o Estados de la Unión, quedando como propiedad estatal. Las pugnas continuaron, y el 5 de febrero de 1917 se declaró en la Constitución General de la República, artículo 27, lo siguiente:

“Son también propiedad de la Nación las aguas de los ríos principales o arroyos afluentes desde el punto en que brota la primera agua permanente hasta su desembocadura, ya sea que corran al mar o que crucen dos o más estados, de las corrientes intermitentes que atraviesen dos o más estados, en su rama principal; las aguas de los ríos, arroyos o barrancos, cuando sirvan de límite al territorio nacional o al de los estados…”
Según Encinas Blanco el entonces presidente de la República, Venustiano Carranza, en “su deseo de molestar al estado y de hacer sentir sobre éste el peso de su poder sobre las autoridades locales”, declaró el 11 de junio de 1919 la federalización de las aguas del río Sonora alegando la permanencia de su corriente. El gobierno estatal, por su parte, representado por Adolfo de la Huerta, arguyó – entre otras cosas – que las aguas del río Sonora son de régimen torrencial y que no llegan al Golfo de California, sino que se pierden en la arena de la costa, por lo que no se cumplen con los requerimientos del artículo 27 constitucional; esta defensa no tuvo eco, quedándose el río Sonora bajo la jurisdicción federal. La controversia finiquitó en 1960, cuando el presidente de la República Adolfo López Mateos emitió en el Diario Oficial la resolución definitiva que señaló que el río Sonora era de propiedad federal, sin que el gobierno del estado pudiera hacer nada por resarcir el daño hecho a la gente de la región con esta pérdida.[1]
Mientras se desarrollaban las pugnas por el río Sonora y el agua contenida en su cauce, la agricultura y las uniones agrícolas en el estado crecieron hacia la década de los años 30, de tal forma que los gobiernos sonorenses pusieron especial énfasis en apoyar la reorganización de los productores locales y las nuevas inversiones en actividades productivas, especialmente las ligadas a la agricultura de alto rendimiento y la comercialización de productos agrícolas.[2] Apoyando estas iniciativas, a finales de esa década, el entonces empresario cementero Ignacio Soto (posterior gobernador del estado) planteó ante los empresarios hermosillenses la construcción de una presa con el apoyo de “los productores agrícolas más antiguos ubicados en las márgenes del río San Miguel, los colonos de la región costera y, sobre todo, los nuevos comerciantes e industriales ligados a la producción harinera, la industria de la construcción, las finanzas y la especulación.”[3]
Cabe mencionar que, en aquel tiempo, los comités técnicos de construcción de presas coincidían en que la ubicación idónea para la construcción de esta infraestructura era 23 kilómetros al noreste de la ciudad de Hermosillo en el lugar denominado El Molinito – actual ubicación de la presa con el mismo nombre – desde donde se podría irrigar tierras agrícolas y producir energía eléctrica. Se planeaba bajar los canales hasta Hermosillo y las tierras del delta para regar 56,000 ha adicionales.[4] A pesar del señalamiento geográfico para la construcción de la presa de Hermosillo, el gobernador Abelardo Rodríguez Luján, apoyaba la idea de construir una presa a la entrada de la ciudad, a fin de proporcionar a Hermosillo de industrias que alimentaran y vigorizaran las tradicionales actividades comerciales y de servicios. En este contexto, el 27 de marzo de 1944 el gobernador Rodríguez presentó ante el Congreso del estado el proyecto de la “Presa Hermosillo”, bajo la idea básica de incrementar la superficie de irrigación en más de 20,000 ha abriendo un distrito de riego en la cercanía de la ciudad que permitiría el aumento de aproximadamente 40 a 50 mil habitantes en Hermosillo y sus alrededores.[5] Un argumento más para esta construcción eran las inundaciones en el sur de la ciudad que provocaban las ocasionales lluvias.[6] Esta propuesta fue cuestionada, especialmente porque las condiciones geológicas de la zona no eran apropiadas para un proyecto de tal envergadura, “era tan profunda la arena en el cauce del río, que a pesar de profundas perforaciones, no se había logrado llegar al macizo, es decir a la roca.”[7] Sin embargo, la insistencia del general Rodríguez lo llevó a conseguir, entre los empresarios del estado, el 50% del financiamiento de la obra, solicitando al gobierno federal aportara el restante 50%. El gasto total estimado fue de 25 millones de pesos pagados por ambos gobiernos (federal y estatal) en partes iguales.[8]

Así, al autorizarse la obra, los propietarios privados de terrenos en lo que sería el vaso de la presa negociaron con el general Rodríguez un pago por la venta de estos. Mientras tanto, los ejidatarios que trabajaban esta parte de la tierra – convencidos del beneficio que tendría para ellos la obra – se les permutó su terreno y se les ubicó aguas debajo de la presa constituyendo el distrito de riego de la presa Abelardo Rodríguez Luján (también denominado distrito de riego de Hermosillo). Además, estos ejidatarios brindaron al gobierno del estado mano de obra y una pequeña cuota para su construcción, como lo menciona en un diario de circulación local Oscar Camou Truqui (representante de los agricultores del distrito en la década de los 80):
“Nosotros pagamos la construcción de la presa…cooperamos para que se hiciera; pagamos los derechos y compramos la tierra, y además seguimos manteniendo al erario.”[9]
La cuota otorgada por los ejidatarios al gobierno del estado, fue prevista por el general Rodríguez al exponer que la construcción de la obra incrementaría el valor agrícola y comercial de sus tierras, por lo que deberían contribuir entregando al gobierno del estado una parte de sus tierras o pagando las cuotas que les fijen “con un criterio liberal y de acuerdo a sus posibilidades.”[10] Es en este marco de conflictos entre estado y federación y negociaciones con particulares y ejidatarios, que en 1948 se inaugura sobre el cauce del río Sonora la obra denominada Presa Abelardo Luján Rodríguez.[11]
Así pues, como conclusión podemos anotar que la construcción y puesta en marcha de la Presa Abelardo L. Rodríguez fue el resultado de un complejo entramado de disputas políticas, decisiones legales y negociaciones sociales que marcaron varias décadas de la historia sonorense. Las pugnas entre los gobiernos federal y estatal por el control del agua del río Sonora evidenciaron la importancia estratégica del recurso hídrico para el desarrollo regional. A ello se sumaron los intereses de agricultores, empresarios y autoridades, quienes vieron en la presa una oportunidad para impulsar la expansión agrícola, industrial y urbana de Hermosillo. Finalmente, pese a las controversias técnicas, jurídicas y sociales, la obra se consolidó como un proyecto emblemático que transformó de manera profunda el territorio y las dinámicas productivas del estado, dejando un legado que aún hoy forma parte de la memoria y la identidad regional.

La autora es Profesora – Investigadora de la carrera de Licenciatura en Ecología de la Universidad Estatal de Sonora. Integrante de la Res Hermosillo ¿Cómo Vamos?
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
- Encinas Blanco, Ángel, “¡Y Carranza se quedó con el Río Sonora! (Crónica de un largo conflicto)”, XV Simposio de Historia y Antropología de Sonora: memoria, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad de Sonora. Sonora, México, 1991.
- Guadarrama, R., Ramírez, J.C., Conde, O., León, R., Martínez C. y Martínez, L., “La gran expansión agrícola 1940-1955”, Historia General de Sonora, Gobierno del Estado, Tomo V, 1997.
- Karp, Lian, Semblanza de Hermosillo, a través de las crónicas, El Colegio de Sonora y H. Ayuntamiento de Hermosillo, México, 1987, p. 53.
- Moreno Vázquez, José Luis. Apropiación y sobreexplotación del agua subterránea en la Costa de Hermosillo 1945-2000, tesis de doctorado en ciencias sociales, CIESAS-Occidente y Universidad de Guadalajara, Jalisco, 2000.
- Periódico El Imparcial, 17 de octubre de 1980.
[1] La descripción realizada anteriormente fue resumida de Encinas Blanco, Ángel, “¡Y Carranza se quedó con el Río Sonora! (Crónica de un largo conflicto)”, XV Simposio de Historia y Antropología de Sonora: Memoria, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad de Sonora. Sonora, México, 1991, p. 409-421.
[2] Guadarrama, R., Ramírez, J.C., Conde, O., León, R., Martínez C. y Martínez, L., “La gran expansión agrícola 1940-1955”, Historia General de Sonora, Gobierno del Estado, Tomo V, 1997, p. 145.
[3] Guadarrama, en: Moreno Vázquez, José Luis. Apropiación y sobreexplotación del agua subterránea en la Costa de Hermosillo 1945-2000, tesis de doctorado en ciencias sociales, CIESAS-Occidente y Universidad de Guadalajara, Jalisco, 2000, p. 109.
[4] Guadarrama, R., Ramírez, J.C., Conde, O., León, R., Martínez C. y Martínez, L., op. cit., p. 146
[5] Moreno, op. cit.
[6] Karp, Lian, Semblanza de Hermosillo, a través de las crónicas, El Colegio de Sonora y H. Ayuntamiento de Hermosillo, México, 1987, p. 53.
[7] Moreno, op. cit., p. 114.
[8] Guadarrama, R., Ramírez, J.C., Conde, O., León, R., Martínez C. y Martínez, L., op. cit., p. 147.
[9] Periódico El Imparcial, 17 de octubre de 1980.
[10] Moreno, op. cit., p. 109.
[11] Karp, op. cit., p. 57.



