El hígado graso no alcohólico continúa expandiéndose en el mundo: hoy afecta a una de cada cuatro personas y se relaciona directamente con la diabetes tipo 2, la obesidad y otros trastornos metabólicos.
Aunque su incidencia crece, expertos coinciden en que puede revertirse con modificaciones sostenidas en la alimentación y la actividad física, ya que no existe un tratamiento farmacológico específico.
Una enfermedad silenciosa pero reversible
El hígado graso surge por la acumulación excesiva de lípidos en este órgano, producto tanto de una mayor producción de grasa como de una menor capacidad para eliminarla.
La condición es especialmente frecuente en personas con obesidad y diabetes, lo que la convierte en uno de los principales retos de salud pública.
Actualmente, ningún medicamento ha demostrado eficacia para eliminar la grasa hepática. Por ello, el abordaje se centra en cambios de estilo de vida.
La hepatóloga Marta Cervera, del Clínic Barcelona, señala que “una reducción del 5% del peso corporal reduce la grasa hepática, y si se supera el 10%, es posible lograr la reversión de la enfermedad”.

La dieta, pieza clave para proteger el hígado
Los especialistas recomiendan adoptar un patrón alimentario mediterráneo, basado en alimentos frescos y bajos en grasas saturadas. Entre las principales recomendaciones están:
-Eliminar grasas saturadas, presentes en mantequillas, natas, carnes rojas y embutidos.
-Evitar azúcares simples y bebidas azucaradas, incluidas las industriales y los jugos procesados.
-Reducir la fructosa, que “promueve la producción de grasa en el hígado”, explica Cervera.
-Eliminar refrescos y jugos azucarados, considerados una prioridad en la prevención.
La organización de las comidas también importa: se sugiere realizar cinco ingestas al día, con el mayor aporte energético por la mañana.
El método del plato facilita construir comidas equilibradas:
-½ del plato: verduras
-¼: carbohidratos integrales
-¼: proteínas, preferentemente de origen vegetal, pescado o carnes blancas
Como postre, se recomiendan dos o tres piezas de fruta o un yogur bajo en grasa.
Alcohol y tabaco: dos enemigos del hígado
La restricción total de alcohol es indispensable, ya que su consumo acelera el daño hepático.
“No solo por la cantidad de azúcares, sino por la toxicidad que añade sobre un hígado ya dañado”, advierte la especialista.
El tabaco también debe evitarse porque favorece la progresión de la enfermedad.
En paralelo, se recomienda consumir entre 1.5 y 2 litros de agua al día y evitar bebidas energéticas y alcohólicas.
Ejercicio físico para revertir el daño
El componente físico del tratamiento es fundamental. Se sugieren rutinas:
-3 a 4 veces por semana
-20 a 40 minutos por sesión
-Combinar ejercicios aeróbicos (caminar, trotar, nadar, bicicleta) con fuerza (planchas, sentadillas, flexiones)
“¡Que sudemos!”, enfatiza Cervera, señalando que mover el cuerpo es esencial para activar el metabolismo y generar déficit calórico.
Las rutinas deben adaptarse a cada persona, especialmente en adultos mayores o con movilidad limitada.
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Control de enfermedades asociadas
El hígado graso suele coexistir con diabetes, hipertensión y colesterol elevado. Su control óptimo contribuye a frenar el daño hepático y mejorar la condición general del paciente.
Con información de Infobae




