México tiene una cultura laboral que glorifica el agotamiento y normaliza el abuso. No es una exageración, ni una metáfora incendiaria: Es una afirmación respaldada por cifras, testimonios y décadas de negligencia estructural.
Mientras el mundo avanza hacia modelos laborales más humanos, flexibles y sostenibles, México se aferra al mito del “trabajador incansable” como si fuera virtud, cuando en realidad es síntoma de un sistema enfermo.
Según la OCDE, México es el país que más horas trabaja al año: 2,226 horas en promedio, muy por encima del promedio de la organización, que ronda las 1,716 horas. Lo más alarmante es que trabajamos más, pero producimos menos. En términos de productividad por hora, estamos entre los últimos lugares. El mensaje es claro: el exceso de trabajo no equivale a eficiencia ni a bienestar.
En 2022, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) reportó que el 23% de los trabajadores en México sufre altos niveles de estrés laboral, una cifra alarmante si consideramos que el estrés crónico está vinculado con enfermedades cardiovasculares, ansiedad, depresión y agotamiento extremo. No es casualidad que México tenga también una de las tasas más altas de trastornos mentales no tratados entre los países de la OCDE.
Y justo aquí es donde quiero hacer mención del caso del doctor residente de la UMAE 25 del IMSS Luis Abraham Reyes, quién se quitó la vida el pasado 2 de junio, después de vivir condiciones extremas, patrones de abuso, violencia psicológica y abandono institucional.
Lo que Reyes vivió fue un ambiente laboral tóxico, cimentado en el mobbing y en el hostigamiento psicológico lo cual termina por lesionar la dignidad profesional y personal. Lo más lamentable es que este, no es un caso aislado, sino un reflejo de una cultura laboral enferma que se extiende por hospitales, industrias y oficinas en todo el país.
El caso del doctor Reyes es el síntoma de una pandemia interna, es apenas la punta del iceberg. Lo que vivió: Silencios, humillaciones, miedo, es una constante cotidiana. ¿Cuántos médicos, enfermeras, gerentes, operadores, trabajadores de limpieza y administración operan bajo estrés crónico porque temen denunciar?
Pero ¿Por qué sucede esto? Hay tres vectores de toxicidad, por un lado, la falta de regulación y de aplicación efectiva de leyes, iniciativas de acoso laboral que a menudo no se aprueban o quedan dormidas por quórum insuficiente, y reglamentos poco claros, los cuales hacen que las quejas se diluyan.
Por otra parte, el abuso está normalizado, en ambientes hostiles, el acoso se disfraza de “broma”, “justicia interna” o “rituales de integración”, deslegitimando al afectado y preservando jerarquías agresivas.
Sin dejar de lado que muchas grandes industrias operan sin contrapeso real. Denuncias laborales que se topan una y otra vez con muros, burocracias y retrasos, mientras trabajadores quedan sin defensa efectiva en frentes como la STPS o la CNDH.
¿Qué se puede hacer ante este escenario? Los gobiernos y la STPS deben medir, registrar, pero sobre todo publicar casos de acoso laboral con mediciones por sector y empresa.
Por otra parte, los centros de salud y organismos relacionados deben establecer mecanismos de denuncia anónima y protección efectiva. Y ante quien resulte responsable de propiciar estos ataques y ambientes laborales; multarlos, revocarles sus licencias o una especie de rendición de cuentas de forma pública.
Y desde mi perspectiva las empresas por su parte deben invertir en fomentar formación sostenida de liderazgo humano y no jerárquico, ni autoritario.
Es evidente que México necesita una revolución cultural del trabajo. Una que no se base en trabajar hasta el colapso, sino en construir modelos que respeten al individuo. No se trata de importar modelos escandinavos sin contexto, sino de dejar de premiar la explotación y comenzar a valorar el tiempo, la salud mental y el desarrollo humano.
Mientras no cuestionemos esta cultura tóxica y sigamos romantizando al empleado que “nunca se queja y siempre dice que sí”, el cambio será cosmético. Y seguiremos siendo un país que trabaja hasta morir… sin lograr vivir bien.