Por Briyitte Espinoza Real
En las últimas décadas hemos sido testigos de cómo las tecnologías y la inteligencia artificial (IA) han evolucionado, convirtiéndose en parte esencial de nuestra vida cotidiana. Desde las herramientas de trabajo hasta los medios de entretenimiento, la IA se ha instalado como un elemento fundamental, volviéndose cada vez más sofisticada y, por lo tanto, más funcional. Aunque esto representa un gran avance para diversos sectores, también implica riesgos para nuestro bienestar emocional y mental.
Si bien es cierto que la IA está transformando y facilitando procesos en ámbitos laborales y académicos, al complementar y sistematizar diversas tareas, también nos hemos encontrado que su uso se ha extendido cada vez más hacia espacios de entretenimiento y actividades cotidianas.
Hoy en día la IA está presente en todos los aspectos de nuestra vida, ejemplo de ello es el uso de redes sociales y algoritmos que operan en función de nuestras preferencias. Además, podemos encontrarla en herramientas como el GPS, asistentes de voz, teléfonos inteligentes, entre otros dispositivos que utilizamos todos los días.
En los últimos años se ha intensificado el uso de la IA en plataformas que ofrecen acompañamiento y asesoría en diversos temas desde la asistencia virtual. Uno de los temas que actualmente estamos abordando en estos espacios es nuestra vida personal. Y es importante cuestionarnos: ¿Qué pasa cuando utilizamos la IA de manera inapropiada?
El mal uso de la IA puede tener consecuencias en nuestra salud mental. Un ejemplo de ello es el uso excesivo de redes sociales y la exposición constante a ciertos tipos de contenido; con el uso de algoritmos de recomendación la IA genera un enganche al mostrar material de interés que, si bien puede parecer positivo, generalmente suele provocar respuestas emocionales intensas y, en ocasiones negativas. Esto puede llevarnos a priorizar el tiempo de permanencia en redes sociales por encima de nuestro bienestar, potencializando mayores índices de ansiedad, así como una disminución en nuestra funcionalidad diaria y afectaciones a nuestra autoestima debido a comparaciones sociales.
Otro riesgo importante de mencionar es el uso de los chats o asistentes virtuales con fines emocionales o terapéuticos. Actualmente, cada vez más personas, especialmente adolescentes y jóvenes, recurren a estos espacios en busca de acompañamiento sin supervisión profesional y aunque la IA promete ser una ayuda accesible para quienes no pueden pagar servicios de salud mental, en muchas ocasiones puede carecer del rigor científico y sobre todo ético para abordar situaciones complejas, además es necesario reconocer que la IA no posee la sensibilización y empatía necesarias para acompañar un proceso terapéutico. En lugar de ayudar, el uso de la IA puede ofrecer una orientación inadecuada, trivializar los problemas o potencializar conductas de riesgo.
También debemos considerar el fenómeno de la deshumanización. A medida que confiamos más en la IA para comunicarnos, trabajar y tomar decisiones, corremos el riesgo de reducir nuestras interacciones humanas genuinas. En los últimos meses, ha sido más evidente como algunos adolescentes y jóvenes desarrollan vínculos emocionales con asistentes virtuales, llegando incluso a considerarlos parte de su círculo social. Esta dependencia a la tecnología favorece el aislamiento, la falta de empatía y el contacto humano aumentando así un deterioro en nuestra salud mental, ejemplo de esto es la constante sensación de soledad que experimentan muchas personas a pesar del acceso a la comunicación y la hiperconexión.
Asimismo, la sobreexposición a contenidos generados por IA como imágenes, voces y textos artificiales favorece la incapacidad para distinguir entre lo real y lo falso, lo que puede generar confusión, paranoia o una sensación de irrealidad, además de una desconfianza hacía la información, medios e instituciones a las que estamos expuestas, misma que puede alimentar estados de ansiedad crónica y contribuir a un sentimiento de inestabilidad social y personal.
Pero no todo está perdido. La IA bien utilizada tiene un potencial inmenso para apoyar diversas áreas de nuestra vida. La solución no está en rechazar la tecnología, sino en aprender a convivir con ella de forma crítica y responsable. Es importante educar a la población, especialmente a las y los más jóvenes, en el uso consciente de la IA y sus efectos sobre la mente.
En conclusión, la inteligencia artificial no es buena ni mala por sí misma. Todo depende de cómo, cuándo y con qué fines se utiliza. Es necesario que abordemos con mayor seriedad el impacto social, emocional y mental de esta revolución digital para disminuir el deterioro de nuestra salud.
La autora es Lcda. En Psicología por la Universidad de Sonora. Psicóloga, colaboradora de organizaciones de la sociedad civil y facilitadora de talleres. Integrante de la RED Hermosillo ¿Cómo Vamos? Contacto redes: @psic.briyittespinoza | correo: psic.briyittespinoza@gmail.com