“Cómo la opacidad política esconde la guerra por los recursos del futuro”
En estos tiempos, la estrategia política “Caja China” se ha adueñado materialmente de las agendas políticas del mundo. Su objetivo es limitar el escrutinio, evitar filtraciones y mantener el control sobre la percepción de la realidad. En ejercicio del poder moderno, se asocia a gobiernos autoritarios o altamente centralizados que operan con opacidad. El término proviene de la dinastía Ming (China), donde se usaban cajas selladas para comunicar órdenes imperiales sin interferencias.
Hay muchas formas de aplicar esta táctica. Por ejemplo, en México, el gobierno de López Obrador demostró ser un maestro en el tema, pues mantenía una Caja China cotidiana. Las Mañaneras se posicionaron como narrativa única; etiquetas como fifís, neoliberales o prensa vendida establecieron un sistema de desacreditación sistemática de críticos, dando cabida a la opacidad en datos clave para la construcción de un nuevo régimen en beneficio de no sabemos quién. Su narrativa era confusa, mientras que su plan visiblemente ordenado.
La “Caja China” es eficaz para gobiernos que buscan poder sin rendición de cuentas, pero genera corrupción, descontento acumulado y crisis futuras. En contextos democráticos, suele usarse de forma parcial (por ejemplo, controlando ciertos temas sensibles), pero cuando se aplica sistémicamente, puede derivar en autoritarismo.
Pero quien parece haber comprado en paquete la política mediática de López Obrador es el nuevo gobierno de Estados Unidos. Al señor Trump, la verdad, debe parecerle divertido atreverse a mencionar en su toma de protesta que el Golfo de México pasaría a ser el “Golfo de América”, en un posicionamiento que, más que ridículo y sin sentido, es extraordinariamente cómico.
Lo que ya se sale de toda proporción es crear, no una Caja, sino una Bóveda China, al pretender que la sociedad y los medios compren la historia de que los más altos secretarios de Estado del gobierno de Estados Unidos crearon un chat donde discutían maniobras de guerra, incluyendo el lanzamiento de bombas a Yemen.
¿Cómo creer semejante historieta de ficción? Todas las acciones bélicas de los países del mundo se discuten a puerta cerrada, en unidades blindadas donde apenas entra el oxígeno. Además, es sabido que todo funcionario de alto rango (especialmente en seguridad nacional) usa comunicación encriptada y hardware certificado: sistemas SIPRNet para información clasificada, dispositivos como Phantom Secure (antes de su caída) o servicios como Wickr/Signal con canales oficiales restringidos. Un externo no tiene acceso —ni por error— porque su número no está registrado en el sistema y carece de “clearance”; o sea rango específico de confidencialidad.
Ahora hasta el ciudadano común ha requerido de los mensajes de WhatsApp, la creación de opciones como “borrado automático”. ¿Y nos quieren hacer creer que altos funcionarios discutieron un ataque en un chat inseguro? El mundo al que estamos siendo arrastrados es, cuando menos, tragicómico.
El colmo de la pantomima fue que el presidente de Estados Unidos se enteró de los hechos en una rueda de prensa, cuando un reportero le preguntó su opinión. ¿Qué no se trata del protagonista de “The Apprinctice”, que busca el menor motivo para declararte incompetente?
La Caja China está más que dibujada en este caso: narrativa imposible de verificar, amplificación mediática y en redes, y la neutralización natural del tema por falta de sustento. Mientras todos se distraen con el bullicio de la nota, se ocultan movimientos opacos, como un posible acuerdo comercial con Rusia.
Es alarmante que se construya, a pasos agigantados, una sociedad que confunde el circo social con noticias. La última bomba —a menos de 100 días de gobierno— es que ya piensan en la reelección forzada, incendiando los medios.
Todo político que llega al poder, en cualquier parte del mundo, compra el sistema que, tristemente, ha demostrado funcionar. En el caso de Estados Unidos, Trump y Musk son, ante todo, hombres de negocios. Para descubrir qué hay bajo el mantel, basta aplicar otra técnica vieja conocida: “Follow the money”. Pero de eso —del T-MEC, el litio, los minerales raros y los mercados ilegales controlados— hablaremos la próxima vez.
Lo que nos obliga es no seguir la agenda alterna, porque la única que nos afecta es la agenda real.