Por Pepe Suárez
En nuestra experiencia colaborando en tratamientos para usuarios de uso de sustancias y otras conductas adictivas; ha sido un trayecto de mucho aprendizaje, de grandes satisfacciones y también de grandes frustraciones, un reto constante en todos sentidos. Hemos podido colaborar también con las familias de estos usuarios, ser testigos de su profundo dolor y de su continua lucha por querer rescatar a quien, muchas veces, no pide ser rescatado. Desgaste físico, mental y no se diga emocional es lo que caracteriza a estas familias, donde las emociones o quedan bloqueadas por el continuo “jaloneo” entre los miembros o bien la familia completa queda avasallada por estas emociones que se desbordan y no encuentran un cauce adecuado.
Tanto los usuarios de sustancias como sus familias son vistos con muchos estigmas y etiquetas, tanto sociales como institucionales e incluso, por parte de los profesionales que los atendemos; se puede caer fácilmente en el juicio sobre lo que se cree que es lo correcto o lo incorrecto en el proceder de las familias y muchas veces, sin observar el contexto, la historia de dolor y sufrimiento que se ha venido viviendo de generación en generación, así como el poco entrenamiento en el manejo de emociones y la desconfianza relacional que predomina, que puede hacer que el inicio del proceso de recuperación sea lento y un tanto atropellado.
La pregunta que nos hacemos es, ¿y si la mirada a estas familias estuviera puesta en sus competencias más que en sus errores? ¿Qué tal si intentáramos comprender más su sufrimiento sin juicios ni etiquetas? ¿Sería la empatía una herramienta imprescindible para la comprensión?
Nuestra experiencia clínica nos dice que, cuando logramos comprender las dinámicas de cada familia, podemos ser respetuosos de sus tiempos para el cambio o para la reestructuración que se requiera, cuando somos cautos y nos observamos al momento de observarlos, cuando validamos el sentir en lugar de descalificar las acciones, cuando ampliamos la mirada hacia sus fortalezas, entonces podemos entrever como los procesos se enriquecen, como el cambio tan anhelado empieza a aparecer no por imposición o presión, sino como el resultado de nuevos vínculos familiares, de diferentes patrones de interacción. Coincidimos con el Dr. Facundo Cócola, (terapeuta sistémico) cuando dice que: “La población de pacientes y familias con trastorno de uso de sustancias necesitan mayor comprensión, empatía y quedar por dentro del sistema de salud”.
Cuando los miembros de una familia logran transferir esta competencia del profesional de la salud hacia una visión auto-comprensiva de su propio sufrimiento, son más capaces de ver también las herramientas con las que cuentan para salir de ese sufrimiento. Cuando las personas que rodeamos a estas familias también logramos una visión comprensiva, podremos aportar para que las narrativas e historias de éxito, sean aún más posibles y que faciliten el bienestar personal y común deseado.