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domingo, noviembre 24, 2024

Mi amigo perdió a su madre, otra vez

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En el transcurso de esta semana se volvió a morir la mamá de un amigo.

Por si fuera esto poco, este mismo amigo tenía una hermana enferma y pedía nuestro apoyo.

Para rematar, ayer estaba internado en la habitación 232 del hospital San Diego Alcalá a punto de ser operado y solicitaba, con urgencia, que le prestáramos $2,400, los cuales habría que depositárselos en su tarjeta, sin excepción alguna.

Mi amigo no tiene madre.
Tampoco una hermana enferma e incluso ignoro si tiene hermanas y menos sé qué tal están (en cuanto a su salud).

Para cuando me tocó el turno de que mi amigo se reportara conmigo por Mesenger, a fin de soltarme todo su pliego petitorio y las razones de su urgencia, ya sabía lo que otros amigos en común sabían, pero algunos, por ingenuos o caritativos, no evitaron caer en el garlito.

Mi amigo, pues, eventualmente tiene más de un depósito de $2,400 cada uno,pero en realidad no los tiene, como sí tiene y muchas solidarias llamadas o mensajes para darle el pésame o preguntarle como sigue su hermana.

Les digo que cuando se contactó conmigo, yo ya lo sabía todo, pero lo dejé ser para checar hasta dónde llegaba su ‘spich’ y a partir de qué momento podía dejarme de cuentos y empezarme a pitorrear de él como una de las tantas herramientas que tenemos cuando al estafador y ratero de una identidad está a punto de ser descubierto.

Esto último depende mucho de él, pero también de nosotros como potenciales victimas o sujetos pasivos a la hora de la tentativa o de la consumación del delito.

A estas alturas supondríamos que tal práctica delincuencial ya no tendría que ser negocio, tomando en cuenta los infinitos casos que hay tan conocidos, su difusión, las medidas preventivas, los anuncios de advertencia y en particular los videos que circulan.

En estos últimos, una víctima se deja llevar por su interlocutor, sabedor que todo el argumento es falso, hasta que el vividor se percata, dice “fuera máscaras”, cierra la platica con un recordatorio familiar o reconoce estar haciendo sus maldades desde un eficiente centro de readaptación social de algún estado de nuestra bella y pacífica República mexicana.

Pero resulta que no. Pese a todo, aún hay cándidos hombres y cándidas mujeres que muerden el anzuelo, caen en la trampa, se tragan el cuento de que su tío está detenido en Estados Unidos, aunque no tengan ningún tío y menos en Estados Unidos, y al rato están depositando la tarifa decretada como lo estuvo haciendo mi amigo esta semana y a la vez no.

A estas, la criminología les llama “víctímas participativas” aunque usted, al igual yo, quisiéramos llamarlos de otra manera.

Lo cierto es que, como otros delitos que así como nacieron y tuvieron mucho éxito, pero tarde que temprano vivieron lo que los economistas llaman el “rendimiento decreciente”, este todavía se mantiene vigente y sus obreros echan mano de su máxima creatividad para lograr su propósito y este esfuerzo pasa por lo tecnológico -antes vía telefónica nomas, hoy están en todas las redes sociales-, pero también por su capacidad histriónica y el librero, al cual habrán de recurrir para que no los descubran a la primera, al menos que les toquen víctimas como las amistades de mi amigo, quienes casi lo acababan de ver sano muy sano y horas más tarde le llaman para preguntarle cómo salió de la cirugía.

Así no se puede.

Creo que, a diferencia de años anteriores cuando apenas iniciaba esto y que había personajes como ‘La Güera’ y su esposo que se dedicaban a esto desde una carraca de un Cereso de una ciudad capital del noroeste de México, hoy en día el control de calidad se ha descuidado, no hay filtros y cualquier hijo de vecino puede ser extorsionador.

No, señor.

Si bien ‘La Güera’ fue cínica o transparente, no podemos negar que ella, su esposo y su equipo de trabajo eran de una alta productividad y eficiencia, pues, tal como nos dijo, nos cumplió el día que mi honorable colega y un servidor que ya no podíamos mas y que nos cubriera los honorarios.

– “Ya les voy a pagar en estos días porque mi esposo ya empezó a trabajar aquí”, apuntó, señalando el lado contiguo en donde estaba recluido su esposo.

– “¿Y en que va a trabajar?”.

– “En eso de las extorsiones”, respondió con soltura, como decir “en la carpintería, en la cocina o haciendo el aseo”.

A la fecha han pasado muchos años y temo que las nuevas generaciones no tienen las tablas de sus pioneros. El ejemplo mas claro es el suplantador de mi amigo, quien casi le avisa de la reciente muerte de su mama a la que rezó el novenario hace quince años, la primera vez que murió la señora.

Eso lo noté cuando me llegó el turno de pedirme y soltarme el cuento de dicho fallecimiento o de la hermana enferma o de que estaba en la antesala de la cirugía y hasta una foto del hospital me mandó.

Al principio lo dejé ser -tampoco sé frustrarlo a la primera- y continuó el papel de mi amigo, pero subí tantito el volumen de mi estrategia y empezó a cascabelear, pero nuevamente le solté la cuerda para evitar que se rompiera y así curricanearlo por buen rato hasta traérmelo a la orilla.

– “Válgame, no sabía lo de tu mamá, ni tampoco que estabas mal de salud.

– “Sí”

– “Dime en qué cuarto estás para irte a ver”

– “232”

– Oyes, en ese hospital trabaja un conocido, él te lo dará. Por cierto: ¿cómo sigues de aquello?

– (Silencio)

– “Dice mi amigo que no te encuentra. Por cierto ,es urólogo y tiene buena mano. Aprovecha”.

– (Silencio)

El desenlace ya podrán concluirlo. No pude mantener tan edificante charla porque me bloqueó.

De seguro se percató de que ya nos habíamos percatado o si lo encontró mi amigo el urólogo y estaban representando la escena de Ibargüengoitia en ‘La Ley de Herodes’.

Fue imposible mandarle otro mensaje para desearle suerte porque me bloqueó.

Esto es la muestra de que no cualquiera puede ser extorsionador.

Por cierto: todo esto me hizo recordar a un colega suyo, pero este otro escenificaba a diverso personaje, aunque igual de divertido por más que buscaba proyectar lo contrario.

Aquí les comparto esa historia y adiós porque me voy, por segunda ocasión, al sepelio de la madre de mi amigo.

Era diciembre de 2018 y me habló un tipo diciéndome, con brusquedad, que era de Los Zetas, pero se precipitó y, a las primeras de cambio, me empezó a insultar, antes de advertirme, cuando menos, que se trataba de una extorsión y que le diera tanta lana o que de lo contrario vendrían a golpearme o a castrarme o cosas así.

Eso me pareció de mal gusto viniendo de un estratega en el oficio o cualquiera que se jacte de serlo, y mejor dejé la bocina en alta voz sobre el escritorio y seguí escribiendo.

Yo nomas oía donde decía repetidamente cosas sobre “mi madre pa’cá y mi madre pa’llá ” y que me iba cargar la no se qué o algo así, pero no lo contradecía porque continuaba bien ocupado y ya me quería ir.

Siguió insultándome por buen rato. Yo escuchaba fuertes recordatorios nomas y, al final de cada insulto, una muletilla con rasgos lingüísticos suprasegmentales constituidos por la secuencia sonora de los tonos con que se emite el discurso oral por parte de las personas del sur del país:

“¿Eh, idiota?”, “¿entendiste, estúpido?”, “¿me estás oyendo, imbécil?”…

Asi menos le contesté, ya que no se vale: uno los recibe con buenos modos y él te abofetea con insultos sin más, ni más.

Cuando se dio cuenta que aquello se había vuelto un monólogo y que no tenía a ningún interlocutor dispuesto a contestarle sus ofensas, solo escuché una expresión lejana como para sí:

“¡Uuuuta madre! ¡Ya me dejó hablando solo este wey!”…

El hombre tenía razón, pero ya no pude confirmárselo porque enseguidita colgó.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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