El atentado contra Donald Trump aceleró la discusión sobre los efectos que tiene la polarización en la realidad estadounidense. En México también florece raspando todavía más nuestra abollada democracia.
En México hay quienes sostienen erróneamente que los partidos han sido el único sujeto del cambio. La historia demuestra lo contrario. En la construcción de nuestra democracia han participado, entre otros actores, militantes de partidos y activistas de la sociedad civil. El intenso y fundacional año de 1994 demostró la complementariedad.
La rebelión zapatista fue un movimiento social apoyado por la Diócesis de San Cristóbal y un cinturón de OSC. La energía desatada aceleró la transformación pacífica de las instituciones porque el mismo presidente que llegó al poder por medio de un fraude, Carlos Salinas, reconoció su vulnerabilidad y tomó el camino de la democratización al nombrar secretario de Gobernación emergente a un demócrata convencido: Jorge Carpizo.
En sus memorias, Salinas cuenta que ambos acordaron terminar con el control gubernamental sobre las elecciones, así como la reingeniería institucional que condujo a la ciudadanización del Instituto Federal Electoral, la cual pactaron con el PRI, el PAN y el PRD en las “Conversaciones de Barcelona” (por la calle cercana a Bucareli). El sujeto del cambio fue la sociedad organizada porque en la jornada electoral de 1994 también participaron las OSC. Fernanda Somuano recuerda en el libro Sociedad civil organizada y democracia en México (El Colegio de México, 2011) el papel jugado por Alianza Cívica –una coalición de OSC– en la observación de aquellos comicios.
A partir de aquel año, las OSC crecieron en número y se hicieron presentes en diversas ramas de la vida pública. Las cifras lo demuestran: de acuerdo con el Centro Mexicano para la Filantropía (CEMEFI) en 1994 había cerca de 2,100 OSC y para 2018 eran ya 41,114.
Dicha normalización sufrió un fuerte revés en 2019, cuando el actual presidente ubicó a las OSC en su lista de alimañas; puso el acento en su lado negativo y les retiró la interlocución y los subsidios federales que cayeron de 6.2 a 1.6 mil millones de pesos entre 2018 y 2020.
Un ángulo menos conocido de esta historia es que los aportes del sector privado y de las fundaciones internacionales terminaron superando los subsidios del gobierno federal. Para 2023 el número de la OSC había aumentado a 48,035 y los donativos se acrecentaron de 45 mmdp en 2018 a 56.2 en 2023. Un fenómeno sin cuantificar ha sido el incremento de OSC que actúan sin estar legalizadas (Las Buscadoras son un ejemplo).
A raíz de mi última columna “Autopsia del 2J”, una lectora me preguntó la razón de mi pertinaz defensa de la sociedad civil. Es muy sencillo. Además de haber participado en ellas, he estudiado la transición mexicana y el choque entre las soluciones violentas y la resistencia social. Una y otra vez he constatado su presencia e importancia en la vida pública: es tan real como la obstinada negación de su existencia.
En las OSC hay de todo, autenticidad y simulación, honestidad y corrupción, pero lo mismo pasa en partidos y otras formas de organización social. Lo relevante es que la convergencia de gobierno, partidos y OSC ha sido fundamental en nuestra historia democrática. Un ejemplo más fue la denuncia hecha por la señora Virginia de la Cruz en el congreso de Zacatecas que repercutió en todo el país. Lo mismo ha pasado con la movilización y participación de las familias de víctimas de la Guerra Sucia y de la violencia criminal. Los derechos existen cuando hay personas que los defienden y funcionarios que los reconocen.
En octubre iniciará otro sexenio. Claudia Sheinbaum y su equipo han lanzado señales de que buscan un acercamiento con los grupos de la sociedad que los gobiernos de la 4T alejaron. Entre ellos están las OSC que en este sexenio demostraron su capacidad de resistencia. Son tan reales como los partidos y se han ganado un lugar en la vida nacional con su trabajo.
La democracia necesita de gobiernos que interactúen y dialoguen con una sociedad que se organiza para participar en asuntos públicos de todo tipo, desde la recolección de la basura hasta el cuestionamiento de quien gobierna. Va en contra del espíritu democrático negar y satanizar a las OSC, y la polarización es nociva para la salud democrática.
Colaboró Erick Morales