“No hieras a la mujer ni con el pétalo de una rosa”
Proverbio persa
Las cifras arrojadas el lunes después de las elecciones indican que Morena y aliados ganaron México y Sonora, pintando de guinda nuestro territorio, salvo contados lunares en favor de la coalición gelatinosa. Aquí el color guinda incluye la Ciudad de México.
Los girones de la momia política del PRI y PRD cuelgan del ajado y maloliente ropaje del PAN, unidos bajo la égida neoliberal salinista y ratificados como alianza desde el Pacto por México de Peña Nieto, que impulsó las llamadas reformas estructurales para entregar soberanía y dominio de nuestros recursos al capital extranjero y que ahora parece posible corregir la plana legislativa en beneficio del interés nacional.
El presidente se declara contento porque entregará el poder a una mujer, tras 200 de haber sido gobernados por hombres. Suena muy bien en términos del resultado electoral, pero aquí surge la pregunta: ¿durante el siglo XIX y prácticamente todo el siglo XX, hubo condiciones de paz y consolidación política que hubieran hecho posible una presidencia femenina?
El turbulento y definitorio siglo XIX, que incluye la independencia, la reforma, los gobiernos que fluctuaban entre federalistas y centralistas, el imperio, las intervenciones extranjeras que se continuaron en el siglo XX; el porfiriato, la revolución de 1910-17, la construcción de los partidos políticos nacionales, las instituciones económicas, políticas y sociales que definieron la modernidad nacional y las luchas en el campo y la ciudad por hacer avanzar las ideas de progreso, ¿eran el mejor entorno para garantizar las condiciones para el ascenso de una mujer al poder presidencial? Me parece que no.
Es hasta ahora, tras las reformas en la política y la administración pública impulsadas por AMLO, que es posible e incluso deseable que haya un cambio en la imagen de quien representa el poder ejecutivo federal, no como un acto de efectismo mediático, sino como una demostración de la igualdad política alcanzada y un punto de inflexión de la democracia, sin dejar de considerar que no todo cambio implica progreso, pero, sin duda, todo progreso implica cambio.
Hemos avanzado en este sexenio tanto en lo social como en lo cultural. En lo social, porque la ciudadanía, otrora insignificante para la oligarquía neoporfiriana y neoliberal, se ha convertido en pueblo elector, en la fuerza popular que sustenta y defiende un modelo de gobierno democrático; en lo cultural porque ahora la igualdad entre hombres y mujeres no es algo retórico sino real y vigente.
Aclaro que no me refiero a la norma de la paridad electoral, que me parece primitiva y discriminatoria, ya que las candidaturas por razones “de género” y no por capacidad, trayectoria y competencia ponen en duda el concepto mismo de democracia. Me refiero a la igualdad de oportunidades y condiciones para participar políticamente, lo cual es de celebrarse.
El ascenso de Claudia Sheinbaum Pardo refleja cuánto hemos cambiado, así como cuánto debemos hacer por la igualdad, sin dejar de lado la equidad que es imprescindible para que la democracia realmente funcione y se consolide.
Esperemos que la nueva agenda social y política nacional contemple a la ciudadanía en general, al pueblo que elige y espera del gobierno mejores esfuerzos por lograr una vida digna y generosa para todos, lo que debe partir de un modelo económico que garantice empleo e ingreso digno, acceso libre a los beneficios del progreso y mejores canales de distribución y redistribución del ingreso en un modelo incluyente y solidario de seguridad social.
Lo anterior también supone la eliminación del absurdo de tasar las pensiones en UMA, siendo que la base legal es y debe ser en salarios mínimos. Aquí, el foco recaudatorio debe estar puesto en los ingresos más altos y no en lo que es esencialmente una prestación social producto del trabajo realizado durante la vida laboral: las pensiones jubilatorias de los trabajadores debieran estar libres de gravámenes.
Claudia Sheinbaum dijo en el zócalo capitalino que no había llegado ella sola, sino que llegaron todas. Seguramente se refería a que ahora, gracias a los cambios impulsados por AMLO, cualquier mujer puede llegar a la primera magistratura de la nación si cuenta con capacidad y voluntad de servir y está acompañada del reconocimiento y la consideración de la ciudadanía en el proceso electoral.
Como detalle interesante, del total de los votantes por Claudia Sheinbaum, la mayoría fueron hombres (62%), lo cual da idea de la madurez política alcanzada (El País, 3-05-2024).
Si el nuevo gobierno de la 4ª Transformación va a dar continuidad al proyecto de nación en un sentido progresista, con inclusión y justicia, dará lo mismo que sea hombre o mujer quien lo represente, porque son los principios y valores los que legitiman el proceso, así como las acciones congruentes que se emprendan para su consecución.
Aquí la forma no puede estar por encima del contenido, porque éste es el motor que impulsa las transformaciones. Estemos atentos.