No hay duda de que los tiempos que corren revelan las caras y las caretas de una oposición víctima de sus propias filias y fobias, complejos y profundas miasmas morales sin excluir, por supuesto, a las huestes de chapulines y ratas abandona-barcos que en las olas de la coyuntura buscan poner a salvo su trasero de un eventual descalzone electoral.
Las corruptelas reveladas y por revelar causan revuelos mediáticos que agitan las lenguas en modo contraataque contra la verdad incómoda que describe y documenta el por qué de la defensa de esa inmensa cloaca sistémica llamada neoliberalismo, por más que los actores en plan de sicarios desinformativos se taqueen las partes pudendas tras cada encueramiento, tras cada orden de aprehensión, exhibición de documentos inculpatorios y cada acto fallido del Prianismo organizado.
El Poder Judicial, que quita los pecados del hampa, se empeña en sostener la impunidad delictiva en aras de la estabilidad del sistema, entendida como la conveniencia de no hacer olas en las aguas acedas que dan vida y destino a las fortunas familiares, al nepotismo y la prostitución institucionalizada que quema incienso en el altar de los tenedores de concesiones y de omisiones judiciales.
Aquí, el criterio parece ser dar el beneficio de la protección federal y estatal a los delincuentes funcionales al viejo sistema que la actual administración combate en la medida en que los jueces y magistrados lo permiten, aunque sea más que evidente cómo el juzgador pasa a formar parte del lado transgresor.
Se ve que los usos y costumbres sólo son fórmulas políticas de reconocimiento en el caso de los pueblos indígenas, pero en los grupos empresariales y familiares se toma como parte del patrimonio personal, algo así como la tierra para el señor feudal actualizado.
¿Se imagina alguien que tiene poder y no lo usa para salir de pobre, clasemediero, o simple millonario paga-impuestos? ¿Dónde queda el glamur, el encanto y la magia del ejercicio de poder si no se puede ser funcionario público y empresario privado al mismo tiempo? ¿De qué sirve mascar chicle si no se puede pegar en cualquier parte?
¿Por qué no acordar con los gringos la liquidación del dominio de la nación sobre sus recursos, infraestructura y servicios, a cambio de jugosas sociedades que garantizan empleos e ingresos futuros? ¿Para qué sirve el petróleo, el gas y la electricidad si no se usa como escalera para ascender en la consideración de las empresas transnacionales y los gobiernos que las impulsan?
¿Acaso no hay expresidentes de la república que dieron concesiones para después ser funcionarios de las empresas extranjeras favorecidas? ¿Acaso no tenemos expresidentes que desde el poder ejecutivo sirvieron de enlace estratégico e informantes de la CIA, la DEA o cualquier otra agencia que trabaja por la “seguridad nacional de “América” y el mundo?
¿Será que lo políticamente correcto incluye no ver, no oír y no hablar de la corrupción y menos en la forma y mecanismos para reducirla y eventualmente erradicarla?
¿Tenemos que aceptar que la idea del “destino manifiesto” y la doctrina Monroe son dogma de fe política y fatalidad histórica para México, Latinoamérica y el Caribe, y que la superioridad de Estados Unidos es por mandato divino, tanto como la idea de que el “pueblo de Israel” es dueño de la tierra entre el Éufrates y el Nilo, “por mandato de Yahvé”, su dios exclusivo?
¿El derecho internacional y las normas de la guerra sólo sirven para garantizar que EUA e Israel no sean los afectados, pero sí sus oponentes, reales o virtuales? ¿La unipolaridad es el dogma supremo político dictado por el mismísimo creador del universo? ¿Seguiremos siendo la cucaracha arrojada por el ser supremo en el frasco de las hormigas angloamericanas e israelíes?
Lamentablemente, la oposición (de claro signo conservador y neoliberal) parece sintonizarse con los usos, costumbres y expectativas de control y dominación de la anglosfera, sus empresas transnacionales y la apología de “democracia”, “libertad” y “derechos humanos” que el sistema económico maneja como placebos chatarra de una verdadera pero ausente visión humanista e incluyente, de espaldas a la multipolaridad internacional de índole soberanista e independentista que postula que cada pueblo tiene derecho de decidir su destino y desarrollo.
México viste una camisa de fuerza impuesta por la anglosfera continental, que pasa por ser acuerdo comercial pero que invade con eficacia la vida interna del país, sometido al escrutinio y la intervención extranjera, incluyendo la presencia militar de EUA, con el pretexto del combate al narcotráfico y el entrenamiento de tropas para la prevención y respuesta en ataques con “armas de destrucción masiva”.
Tomando en cuenta de que tras cada farsa hay un farsante, nuestro país bien haría en definir por cuenta propia cuál es su posición en el juego de la democracia y la seguridad, al margen de los delirios ridículos que padecen nuestros vecinos del norte, y defender de pensamiento, palabra y obra la soberanía nacional, y no sólo en el discurso soberanista que rechaza el intervencionismo mientras que permite la presencia de tropas extranjeras para efectos de “colaboración y entrenamiento”.
De igual manera, resulta contradictorio defender el espacio económico nacional mientras se disponen medidas para aumentar la inversión extranjera en la frontera y los puertos nacionales, en áreas estratégicas que se pueden ver seriamente comprometidas al ser puestas a disposición del expansionismo continental de EUA, subrayando el papel de México con espacio logístico en la lucha económica y militar del Norte contra Rusia y China, en este caso en materia de gas, petróleo y rutas comerciales.
Como se ve, los adversarios locales no están del todo desligados de los supuestos socios y amigos externos que inciden en la política y economía internacional de corte colonial.