Debo decir que hay árboles. La tierra como una ofrenda para nuestros pasos. Una banca con su mesa. O varias.
La diversidad de rumores, la premura y la paciencia. Una biblioteca, el área de enfermería que es también un auditorio que se antoja seductor para un montaje escénico.
Hay una fonda chiquita que sí es restaurante. El menú amplísimo. La sazón: de ensueño. Allí atiende Mabel y su talento impecable. Ni una gota de aceite de más. El calor preciso para el guiso. Huevitos con jamón, machaca con papas, un jugo de naranja o un licuado de fresa.
El zumbido jovial de los estudiantes.
Hablo ahora de la Escuela Normal Estatal de Especialización, cuya sede se encuentra en Providencia, Sonora. Allí donde los objetivos son claros: educarse para luego educar.
Si de hacer un recuento de mi visita se trata (dos días, miércoles y jueves de abril), tendría que comenzar por la majestuosa arquitectura que nomás al llegar nos abraza. La simplicidad aparente de los edificios, el cúmulo de sombras que construyen las ramas, la tierra firme donde imprimir nuestras huellas. Hay también la disposición de bicicletas para treparnos al desestrés.
El personal administrativo, magisterial y de intendencia. La conversación de primera mano y esa generosidad de quienes riegan el jardín.
Los alumnos que vienen y van, un cuaderno que se abre a la menor provocación, la biblioteca y su bibliotecario (un estuche de monerías: lector, fotógrafo, motivador de diálogos inteligentes es el Jaime), la música inevitable antes de que las miradas ausculten los libros.
Trabajar en Centro Regional de Formación Profesional Docente de Sonora (CRESON) se ha convertido en la plataforma permanente para promover la lectura y escritura en Escuelas Normales y UPN en el estado. No habrá manera más eficaz de enamorarse de los libros que acudiendo también al ejercicio de las letras.
Luego los resultados se avizoran óptimos, porque al leer y contener el conocimiento de causa los ojos abotagados ratificarán la emoción que se desea propagar. Un buen puerto a la vista.
Estar allí, en el confort del espacio: un sillón, una silla, una mesa, los muchos libros, y la cita que por fin corre el cerrojo del tiempo.
Dieciocho alumnos, damas y caballeros, con los oídos prestos, con el lápiz afilado. La tecnología también dispuesta: una tableta, un celular, la computadora.
Arrancamos con el análisis de esa historia contenida en la memoria, a ese lugar recurrente al que una y otra vez anduvimos colgados de la alegría, quizá de las tristezas, pero que inevitablemente ahora es nostalgia: la navidad.
El diálogo como preámbulo, luego de la lectura del texto que se titula A ras de tierra, allí donde un papalote es protagonista y los miralejos alcanzaron las estrellas.
De ida y vuelta los comentarios, ya luego el silencio para el ejercicio: contar cada uno su experiencia más terrible o más divertida. Chopin hizo lo suyo y desde un dispositivo las notas de fondo mientras la atmósfera toda se vistió de creación. Qué imagen más enternecedora cuando la escritura se vuelve colectiva.
Ya en la lectura los corazones fracturados que al final se restauran con el hilo y la aguja de la catarsis, la liberación de los recuerdos, los miedos y las fobias, el abandono y la compañía: la ausencia que también es presencia.
Magistrales desplantes desde la tinta en el papel. Como si cada uno de los participantes tuviera añejo el bagaje de las palabras y fluir.
Vinieron otros ejercicios, un poema de Ibán de León (Un solar es la noche) y la desgarrada conducta del padre; ya luego los alumnos habrían de acudir a la cita con sus progenitores para encararlos de preguntas y recuerdos. También Llanto por la muerte de un perro, del vate caborquense Abigael Bohórquez.
En la lectura en colectivo, y durante los análisis, el escenario se volcó en un temblor dentro del pecho. Un suspiro o el llanto. La honestidad es la prestancia más certera luego de mirar el interior de los otros y en el mirarse uno mismo.
Que hermosa sensación nos deja la fraternidad cuando abrazamos al desvalido. Allí debajo de los árboles vivimos la clausura de un taller de dos días. Allí construimos los proyectos porvenir y brindamos con refresco y chuchulucos.
Acordamos en reencontrarnos y quizá un libro en coautoría de l@s estudiantes. Una lectura dramatizada, una exposición de fotografía.
Algo haremos a sabiendas de que por lo pronto ya lo hicimos. Esa comunión profunda en ese lugar cuyo nombre es un atino: Providencia.