Hoy en día, Morena y sus aliados cuentan con 273 diputados y 75 senadores; les faltan 64 diputados y nueve senadores para tener mayoría calificada. Ese dato bastaría para volver irrelevantes las iniciativas de reforma constitucional del presidente en el tramo final de su sexenio, pues la aritmética no da para que sean aprobadas.
Sin embargo, Andrés Manuel López Obrador ya logró su objetivo: aún sin haber hecho público el contenido de sus iniciativas, ya todos hablamos de esas reformas.
Nuevamente, López Obrador hace de la ocurrencia su mejor recurso para acaparar la agenda pública. Sus reformas no son otra cosa más que armas de distracción masiva, fuegos de artificio que desvían la atención de temas donde no le conviene que se concentre la conversación: la crisis de inseguridad y violencia, la crisis de derechos humanos, la crisis migratoria, la crisis en los servicios públicos de salud, la crisis de personas desaparecidas, la corrupción que no se ha frenado, la ineficacia de las obras públicas, la opacidad en las licitaciones y adquisiciones gubernamentales…
En lugar de eso, hablaremos de reformas que son imposibles de aprobar, pero fáciles de capitalizar políticamente. Temas, sin duda, profundos y que, de aprobarse, implicarían una transformación institucional importante.
La Suprema Corte de Justicia de la Nación tendría ministras y ministros electos “por el pueblo”; el Instituto Nacional Electoral (INE) se convertiría en el Instituto Nacional de Elecciones y Consultas (INEC), el Instituto Nacional de Transparencia y Acceso a la Información (Inai) sería asumido como parte de la estructura gubernamental y, probablemente, el Congreso de la Unión se reduciría y tendría una representación proporcional acotada.
Son planteamientos populares, pues quién no quiere jueces y ministros que no vivan en la estratósfera de la élite, elecciones más baratas, Cámaras del Congreso con menos burócratas que alimentar y pensiones más altas.
Pero admitámoslo: eso no va a ocurrir más que en la imaginación de López Obrador, quien -eso sí- deja en el último paquete de iniciativas que presentará como presidente, un legado de deseos que configura el país que hubiera querido gobernar: un México híper presidencialista, sin contrapesos del Poder Legislativo, el Poder Judicial y los organismos constitucionales autónomos.
Una agenda de deseos que, por cierto, no son compartidos en su totalidad por los legisladores de su partido-movimiento, ni en el equipo de la candidata a sucederlo, Claudia Sheinbaum. Aunque se la pasen diciendo que sí.
Impacto en la campaña 2024
Son reformas imposibles de procesar en los tres meses del último periodo ordinario de sesiones de la 66 Legislatura, pues requieren una mayoría calificada de dos terceras partes en ambas Cámaras del Congreso, pero ya cumplen sus objetivos: distraer y poner una agenda en las campañas de 2024.
Se entiende que Sheinbaum finja ser una entusiasta de esas reformas. Aunque, de consumarse, atarían de manos a su Presidencia a partir del 1º de octubre de 2024, la distracción le permitirá que en la campaña se discutan tonterías como si debe ser INE o INEC, o si la fecha de la elección de los ministros del pueblo debe ser concurrente o no con elecciones federales. Hablar de eso, y no de los grandes déficits de la llamada “cuarta transformación”, es el paraíso de la candidata del oficialismo.
Lo que no queda claro es por qué la oposición se enganchó tan rápido.
Quizás, como escribió hace un par de semanas Carlos Elizondo, una estrategia adecuada frente a las iniciativas es tomarle la palabra al presidente, aprobar -por ejemplo- la reforma de pensiones (PRI, PAN y Xóchitl Gálvez ya anticiparon que irían a favor), y desechar todo lo que implique retrocesos democráticos.
Tampoco suena mal usar la prisa de Morena y AMLO para votar en contra, de una vez y por un buen rato, las intenciones más peligrosas de la reforma judicial, la reforma política-electoral o la desaparición de los organismos autónomos.
Si es para conjurar esos peligros, bienvenida la estrategia de tomarle la palabra a la distracción masiva, pero ¿cómo lograr que, al mismo tiempo, la campaña se trate de los auténticos problemas nacionales, y no de esos fuegos de artificio?
He ahí el dilema: cómo aprovechar los 227 votos que actualmente tiene la oposición en la Cámara de Diputados y los 53 que tiene en el Senado.
La marcha ‘ciudadana’
En este escenario, organizaciones que se autodenominan ciudadanas, pero que en 2021 promovieron la alianza PAN-PRI-PRD con el objetivo de “frenar a Morena”, y que en agosto del año pasado promovieron el Frente Amplio por México del que surgió la candidatura de Xóchitl Gálvez, convocaron desde hace dos semanas a una marcha “en defensa de la democracia”.
UNE México, Sí por México, el Frente Cívico Nacional, Poder Ciudadano, Sociedad Civil México y otras creaciones de Claudio X González, Guadalupe Acosta Naranjo y otros exdirigentes partidistas, juegan en el filo de la navaja. Convocan a un mitin de xóchitlovers en plena intercampaña, asegurando que no son xóchitlovers sino ciudadanos apartidistas, y que no será mitin, sino “marcha ciudadana”.
Fueron los primeros en morder el anzuelo de López Obrador y caer en su trampa de distracción masiva. Su odio a AMLO convocará seguramente a miles, tratando de emular las “marchas rosas” de noviembre de 2022 y febrero de 2023, cuando el Plan B sí amenazaba al INE y al sistema electoral en su conjunto.
Pero en su afán de movilizar a la oposición, terminarán convirtiendo la “defensa de la democracia” en una bandera más de la campaña de Xóchitl Gálvez, validando la narrativa lopezobradorista del bloque amplio opositor, esa bolsa en la que el presidente coloca a sus adversarios -dirigentes partidistas, empresarios, periodistas…- y también a aquellos que deberían ser neutrales: ministros de la Corte, consejeros del INE y magistrados electorales.
Con exministros y exconsejeros a la cabeza de la marcha del 18 de febrero, AMLO podrá decir en su próxima mañanera: “fuera máscaras”, “se los dije”.
Las reformas de distracción masiva de AMLO ya cumplieron también ese objetivo: movilizaron primero a sus detractores que a sus simpatizantes.