“La muerte termina una vida, no una relación”
Morrie Schwartz
El Día de Muertos es un día especial, sin duda. Un día que la tradición destina para recordar a los que se han adelantado, a los idos para siempre, a los parientes y amigos, compañeros, vecinos, a las personas conocidas lejanas o cercanas, a los que nos mueven el tapete de la existencia con la certeza de que, así como los ves, te verán.
Día en que la mercadotecnia barata centra sus baterías como ejercicio preparatorio de festividades mayores, tocando la fibra de la nostalgia a los clientes cautivos de siempre, a los que llenan el cochinito de las empresas como si fueran los remanentes del ejercicio fiscal del Poder Judicial no devueltos a Hacienda y convertidos en fideicomisos.
La vida de los mexicanos es un albur, una moneda en el aire que difícilmente cae de canto, en una neutralidad o equilibrio tan precario como improbable, porque lo mismo muere atropellado por un auto en fuga como por un camión de transporte público cuyo chofer parpadeó más de lo prudente.
La muerte azota las costas guerrerenses, como el crimen organizado lo hace con la frontera y los núcleos urbanos, pasando por la sierra y los caminos que van al norte. Aquí vemos que hay de huracanes a huracanes, pues lo mismo mata o damnifica una banda criminal que quema incienso al dios del libre comercio que un empresario que mira para otro lado cuando su negocio minero acaba lentamente con la vida de muchos y deja su huella en la tierra y el agua de un río.
Día de Muertos en el que recordamos a nuestros desaparecidos, a veces sin pensar en los del vecino, en los que están en Gaza, en África, en el Oriente medio y próximo, en el sur de nuestro continente, en cualquier zona donde haya petróleo, tierras raras, diamantes, esmeraldas y otros minerales vistosos en el escaparate de la joyería internacional y su mercado de vanidades o de insumos y productos industriales.
Nuestros muertos tienen, por razones de proximidad, mayores garantías de memoria y emoción que aquellos que son sólo referencias noticiosas, titulares con barniz humanitario que se resbalan de la mente y sensibilidad de los lectores que repasan las noticias con la distracción propia del caso, mientras arreglan su vida cotidiana de alguna manera en las antesalas, en la sobremesa, en los momentos de ocio sin salida ni propósito claro.
Los muertos pueden ser víctimas del tiempo, de una enfermedad, o un conductor deshumanizado, inmoral y estúpido en su cobardía, o pueden ser objetivo seguro para algún dron de factura occidental; o por obra de fuego cruzado, o por una droga colada en el antro de moda, o por el exceso de fuerza a la hora de repeler una agresión o someter a un delincuente, o un arranque violento, o un accidente en el entorno familiar.
La muerte y su conmemoración tiene nombre y apellido en su construcción mental. Pasa por los recuerdos cercanos o lejanos y se corporeiza, tiene voz, volumen e intensidad, adquiere movimiento y camina a nuestro lado, como hace años, o meses, o días.
Es la madre, el padre, el pariente cercano que vive de nuevo en la evocación del día, es el amigo, el compañero de escuela, el camarada de aventuras juveniles, la compañía entrañable en la casa, en el barrio, en la cotidianidad que nos toca la puerta de la memoria para que vivamos de nuevo lo perdido.
Y ahí está el compadre, el amigo de infancia, el compañero de la primaria, el cómplice de tropelías de la secundaria o preparatoria, el condiscípulo de la carrera, el colega en el trabajo, y así, recorremos el circuito de los caídos, que se estrecha en la contemplación de los más cercanos, de quienes nos mueven la conciencia y la nostalgia, triste, pero también agradecida y gozosa.
Recuerdo entre otros entrañables personajes que vertebraron mi vida, a mis familiares, a mis maestros, a mis amigos y compañeros de estudios y trabajo, a aquellas personas que, sin conocerlas personalmente, aportaron y aportan ejemplos luminosos de dignidad, resistencia ante la injusticia, oposición militante ante la grosera manipulación de los valores humanos, la verdad y la justicia.
Hoy tenemos muertes que se perpetran en el altar de la codicia, de la estupidez expansionista en Oriente próximo y medio, en África, en nuestra América colmada de bienes terrenales codiciados por los mismos de siempre, de bienes culturales que se manosean y deforman en aras de una obscena y criminal pretensión de uniformidad continental y mundial, en una unipolaridad absurda y antinatural “basada en reglas”, en una imposición intolerable.
Día de Muertos, día de celebrar la memoria y de refrendar nuestros deberes con la libertad, la verdad y la vida. La lucha sigue.