“La obra maestra de la injusticia es parecer justo sin serlo”
Platón
Del 6 de agosto de 1945 al mismo día y mes de 2023 hay una distancia de 78 años. Si se trata sólo del tiempo, la medida resulta relativa: en la vida de una persona puede ser mucho, pero en la de una nación resulta poco.
Ahora, si el hecho a recordar es enorme, tremendo, inédito y aterrador, pues es seguro que las siete décadas se reducirán instantáneamente a cambio de una pavorosa intensidad: la bomba atómica que explotó en Hiroshima y que se replicó en Nagasaki arrojó un resultado (oficial) de 140 mil muertos e incontable número de afectados en la época y hasta la actualidad.
Que una nación haya decidido lanzar el bombazo mortal a población civil en un acto que se reveló como medida humanitaria para acelerar el fin de la guerra, acaba con toda idea de civilización, humanidad y sentido común. El este caso, el dedo acusador del conjunto de países arracimados en la ONU debió apuntar hacia los buenos y simpáticos chicos del Tío Sam. Pero eso nunca pasó.
En cambio, en un giro cómplice por parte de la ONU y el propio gobierno de la nación masacrada por vía del despanzurramiento atómico, es decir, Japón, con Hiroshima al frente, jamás mencionó al perpetrador, Estados Unidos, en un acto de olvido selectivo y optaron por señalar el peligro nuclear ¡representado por Rusia!, en un alarde de lameculismo imperial y de oportunismo mediático en favor de sus propios victimarios, que mantienen en el país del sol naciente 120 bases militares con, al menos, 57 mil efectivos.
A estas alturas, nadie puede negar la evidencia histórica de la gratuidad del claramente genocida ataque nuclear, ni el hecho de que los “defensores de la democracia y el libre comercio” son los únicos que han hecho explotar bombas atómicas contra algún pueblo, lo cual nos debiera dar pistas acerca del carácter y condición de dicho país que, además, tiene sitiado al mundo con algo así como 800 bases militares y que cuenta con el más jugoso presupuesto para fines bélicos.
¿La conciencia y memoria histórica de los japoneses se borra en favor de sus opresores a cambio de croquetas geopolíticas? ¿Ese es el precio de la “amistad y cooperación” entre estas dos naciones? ¿La memoria, el orgullo y la dignidad japonesa acabó junto con las ciudades bombardeadas?
Pero, el hecho que acapara la atención internacional sigue siendo la guerra ruso-ucraniana por sus consecuencias presentes y futuras, lo cual sugiere otra barrida de memoria al ignorar de plano la cuidadosa estrategia que en 2014 dio por resultado la puesta en escena ucraniana promovida por EEUU que, tras continuas provocaciones con olor a genocidio, culminaron en la operación especial emprendida por Rusia.
Es inevitable recalcar el hecho de que los vecinos del norte se mueven por intereses y que el más grande y significativo es el de mantener una política extractivista neocolonial en países de la periferia, pero poseedores de recursos naturales con valor estratégico. Tanto Latinoamérica como Asia y África son testigos vivenciales del extractivismo y ánimo depredador del norte.
El problema de una economía parasitaria fincada en el consumismo y la disposición irracional de recursos es que tiene que basar su supervivencia en la guerra, manteniendo y ampliando el mercado armamentista, fomentando el terrorismo, la desestabilización política internacional, el mercado de las drogas como necesidad estratégica y, desde luego, a los medios de (des) información internacional, donde hay que incluir el cine y la televisión como redes de penetración ideológica y cultural.
Por otra parte, es esencial el mantenimiento del control monetario para efectos de comercio de factores y productos, y cabe recordar que la dolarización de la industria petrolera es una fuente privilegiada de recursos financieros para el sistema “americano”, lo que resulta curioso toda vez que EEUU eliminó desde hace décadas el patrón monetario basado en el oro y su libre convertibilidad, produciendo papeles sin valor más allá de lo especulativo y coyuntural.
Así pues, tenemos una economía basada en recursos ajenos, en chatarra financiera, en politiquería barata, en mentiras, en coacción militar y terrorismo, según convenga.
Viendo cómo pinta el verde, México debería tener una política de alianzas más de acuerdo a las evidencias y tendencias históricas, de ahí que resulte una tontería no perfilarse en la línea de los BRICS y apoyar en los dichos y los hechos la construcción de un mundo multipolar, basado en el derecho internacional y no en reglas que impone la hegemonía de las barras y las estrellas en perjuicio de los demás.
El papel de policía del mundo asumido por EEUU no pasa de ser una imposición absurda y sangrienta, cuyos costos no deben ser cargados a la cuenta de la libertad y la democracia, sino a la más oscura y terrible conjura contra el derecho y la razón. No podemos hablar de genocidio “por razones humanitarias” y Japón debiera de recordarlo.
México, Latinoamérica y la gran región Asia-Pacífico deben dar pasos firmes hacia la independencia y soberanía política y económica, cultural e identitaria, y hacer frente a la uniformidad anodina y vulgar que propone el norte a fuerza de corrupción y distractores inaceptables. La multipolaridad llama a la puerta, a pesar de la insidia y mezquindad del Occidente colectivo. Abramos vías, construyamos puentes hacia el futuro.
En otro asunto: es increíblemente absurdo rechazar los nuevos libros de texto con pretexto trasnochado del “virus del comunismo”. El retraso intelectual (o la mala leche) de los opositores es demasiado evidente como para ignorarlo.