Diego Osorno tuvo que abandonar México a principios del nuevo siglo para refugiarse de manera involuntaria en España. A los 20 años cumplidos, sus trabajos periodísticos ya incomodaban al poder: había ventilado corruptelas de un grupo político que terminó detestándolo. Respaldado por el grupo editorial para el que laboraba, Osorno no se dedicó a contemplar nomás los paisajes ni a beber vino desparpajado, sino que se puso a estudiar todo lo que pudo sobre Europa y se metió en un diplomado sobre coberturas bélicas.
Al volver a México, el periodista regio no tardó en tomar un vuelo con destino a Venezuela para explicarnos la Revolución Bolivariana y los rasgos de su líder máximo, el comandante Chávez, un encantador de serpientes que atrajo poderosamente la atención de Osorno.
Por los mismos días en que él recorría los recovecos de Caracas de cara al primer proceso de referéndum revocatorio del presidente Chávez, el periódico para el que yo trabajaba me envió previamente al mismo evento, cobertura que terminó alargándose por más de tres meses.
Los despachos informativos de Osorno publicados en un diario nacional durante varias semanas mostraban una visión histórica, aguda y sagaz para entender con nitidez los hechos del acontecimiento latino más importante de los últimos tiempos. Pero no fue en Caracas donde conocí a Diego Osorno.
La primera vez que lo vi fue dentro de la Cámara de Diputados, donde estuvo de paso en coberturas informativas para reforzar su entendimiento sobre los entretelones del poder político.
Ese día llevaba puesto un traje príncipe de gales, botas vaqueras, corbata negra y delgada que descendía debajo de su hebilla de cinturón texano —creo que sólo otras tres veces lo he vuelto a ver metido en traje, unas de esas fue la noche de su boda y la otra al recibir el Premio Ariel, donde en esta edición volvió a ser nominado.
El periodista se preparó a fondo para narrar los hechos que tocaban la puerta para marcar un antes y un después en la historia nacional. Si bien no tenía una bolita mágica al estilo Kapuscinski, o sea a partir de hechos sucedidos podía visualizar lo que estaba por venir. Pronto las páginas de diarios y revistas le quedaron chicas. Escribió los libros Oaxaca Sitiada, El Cártel de Sinaloa, La Guerra de los Zetas, Contra EU, la biografía no autorizada de Slim y Mundo Enfermo, entre otros.
Sin temor a equivocarme es el periodista más relevante que ha narrado como nadie el acontecer del siglo XXI por sus testimonios presenciales, directos y sin cortapisas, pero sobre todo porque es cabeza de una generación que supo trasladar su trabajo a la pantalla grande haciéndolo de forma autodidacta.
Lleva más de 19 producciones. Las últimas tres fueron tendencia nacional este junio: El Show, crónica de un asesinato; La Montaña, documental sobre su travesía con el EZLN por el Atlántico y La Evaluación, cortometraje nominado al premio Ariel. México a través de DEO, como le decimos sus cuates. Lo mejor de todo es que lo mejor de Osorno, de 42 años, está por venir.
POR ALEJANDRO SÁNCHEZ
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