Hermosillo, Sonora.- Con una caja de plástico en los brazos que lleva dentro donas caseras cubiertas de chocolate, coco, nuez, fresa y sapitos rellenos de bavaria, se observa caminar a Gerardo Murrieta por las calles del Centro Histórico de la ciudad, en los tianguis y dentro de los negocios y oficinas para ofrecer el pan que hace todos los días.
Gerardo es un simpático panadero que decidió dejar su trabajo convencional para aprender el arte de la panadería. Muchas personas lo identifican en la calle por la peculiar manera en que se acerca a sus clientes, pues contrario a otros panaderos que utilizan triciclo, Murrieta prefiere caminar porque para él es más fácil ofrecer sus donas a la gente e ingresar a los establecimientos. Sin embargo, no muchos lo conocen por su nombre y menos la historia que existe detrás.
De guardia de seguridad a panadero
Murrieta es originario de Benjamin Hill. Se mudó a Hermosillo y trabajó en una maquiladora pero el sueldo que percibía no era suficiente para pagar sus cuentas y mantener a su familia. Después consiguió empleo como guardia de seguridad, y aunque la paga era un poco mejor, el horario de doce horas laborales no le permitía pasar tiempo de calidad con su familia.
En el año 2009, sus amigos panaderos no tenían el suficiente personal para sacar los pedidos de sus clientes, por lo que le pidieron ayuda a Gerardo para empacar pan. Él aceptó la propuesta sin saber que desde ese día su vida daría un giro de 180 grados para llenarse de harina las manos todos los días.
“Yo trabajaba para una empresa de lunes a viernes, tenía fines de semanas libres y un sábado me hablaron mis amigos y me dijeron que si no los podía ayudar a empacar el pan porque tenían mucho trabajo. Les dije que sí podía ir a ayudarles pero a mi me llamó la atención era que veía el proceso de hacer pan, entonces en los lapsos que tuve de descanso me dije bien como lo hacían y dije ‘qué suave es hacer pan, tener ese oficio’. Fue como aprendí, me fui fijando”, dijo Gerardo.
Con el tiempo, Gerardo siguió ayudando en sus días de descanso a sus amigos a empacar el pan durante la temporada de invierno para conseguir un dinero extra. “Yo no nomas era de ir a empacar, también les ayudaba a revolver y aprendí viendo”, mencionó el ‘donero’, y aseguró que su empeño por sobresalir fue la pieza clave para que lo contrataran de lleno en la panadería donde comenzó como ayudante a los 27 años.
Cuando Gerardo era de guardia de seguridad, unas personas lo golpearon, por lo que decidió dejar ese trabajo e ingresar a la panadería, paso que no hubiera dado sin el apoyo de su esposa, quien viene de una familia de panaderos, y fue su suegro quien le dio la bendición del panadero.
“Siempre he tenido el apoyo de ella porque toda su familia han sido panaderos, su papá fue el mejor panadero de aquí de Hermosillo, él venía de Guanajuato y fue el que enseñó a muchos… Cuando él vivía -su suegro- le preguntaba cualquier duda y me decía ‘échale ganas, vas a aprender, si le echas ganas a cómo vas, vas a aprender rápido’. Lo poquito que aprendí fue gracias a ellos”, compartió Gerardo.
Sus primeros panes
El primer pan que Gerardo aprendió a hacer fue el de hotdog porque la panadería surtía a varios dogueros de Hermosillo y, asegura que es el más difícil porque debe moldearse y él no contaba con la experiencia suficiente. Después, le enseñaron a hacer el pan para hamburguesa, el birote y la telera, de ahí el pan dulce fue lo que aprendió a hacer.
Desde 2009 hasta 2015 Gerardo trabajó solo en la panadería, y una vez aprendido todo lo necesario, decidió emprender en sus tiempos libres vendiendo donas durante un año.
Fue en 2016 cuando Gerardo soltó la panadería y decidió dedicarse por completo a su negocio de donas caseras. Desde entonces, su rutina diaria consiste en despertarse a las 3 de la mañana para hacer las donas en la estufa de su hogar y estén listas antes de las siete para llevar a sus hijos a la escuela.
De ahí se va al Centro, a los tianguis o a las colonias donde le llamen, se desocupa a media mañana y descansa una hora para hacer otra tanda. A diario vende 150 donas y, en ocasiones, más de 200 cuando le hacen pedidos especiales.
“Yo le agarré mucho cariño, mucho amor a este trabajo porque a pesar de todo de este trabajo sale para la comida, pues de una manera u otra es un trabajo muy bendito porque, sea lo que sea, siempre traes un peso en la bolsa. Gracias a Dios siempre andas con una feriecita en la bolsa”, compartió Gerardo y agradece mucho a las personas que lo han apoyado y consumen su producto de manera constante.
Este noble trabajo le ha permitido comprarse un carro y mantener a su familia, por lo que desea seguir vendiendo donas para rentar un local este mes de diciembre o a principios de 2023 y comprar un horno para que su negocio siga creciendo pero sin perder su esencia de salir a caminar por las calles para vender.
Quienes deseen deleitar su paladar con las donas esponjosas que vende Gerardo Murrieta, pueden enviar un WhatsApp al 66 21 42 56 04, también hace pedidos para eventos.