Por Eduardo Tapia Romero
La discusión pública en las últimas semanas se ha centrado casi exclusivamente en exhibir el deterioro del estado de las calles en Hermosillo. Cualquier otro tema parece pasar a segundo término frente a esta crisis. La cosa no es menor: además de los vehículos averiados en llantas y suspensiones, las maniobras de último momento para esquivar los hoyos son riesgosas tanto para automovilistas como para peatones.
Es interesante observar cómo ha crecido esta insatisfacción y queja recurrente sobre todo a través de las redes sociales y los medios tradicionales de comunicación. En un primer vistazo pareciera que toda la población comparte este tema como prioritario. El efecto bastante estudiado de las “cámaras de eco” genera la impresión de que no hay otra preocupación que merezca más atención.
En el último informe de Hermosillo ¿Cómo vamos? se pidió nuevamente a los habitantes que identificaran la principal problemática que afecta a la ciudad: las tres que obtuvieron más menciones fueron drogadicción (32.5%), seguidad de inseguridad o violencia (25.3%) y, en tercer lugar, calles y pavimentación (13.5%). A pesar de que el tema del estado de las vialidades se ha mantenido en los dos últimos años en la tercera posición de la tabla, existen al menos un par de fenómenos más graves que impactan el día a día de los hermosillenses (HCV, 2022).
Es parte del diseño democrático habilitar caminos para que la ciudadanía pueda incidir en las decisiones que se toman desde los gobiernos. Considero, por lo mismo, de suma relevancia reflexionar sobre la forma en la que definimos los problemas públicos y, derivado de ello, las prioridades presupuestales. Los teóricos clásicos de las políticas públicas recomiendan reflexionar con detenimiento ese primer paso, incluso repensar una y otra vez el problema para definirlo mejor y, en último término, apuntar a una solución más integral y certera (Bardach, 2001).
Esto es, en el caso que nos ocupa, afirmar que el problema central son los baches implica pensar que la solución es básicamente inversión en asfalto. Si damos un giro al planteamiento es posible ampliar la perspectiva: carecemos de un sistema de movilidad integral que ofrezca alternativas más allá del automóvil privado a ese sector que se aproxima al 47% de la población entre los usuarios de vehículos nacionales y vehículos afiliados, según el último Informe de Indicadores (HCV, 2022).
Si logramos el objetivo de “asfaltizar” la ciudad no se abatirán los problemas de tráfico, de contaminación ambiental, ni calidad y accesibilidad de las vías. El socavón más profundo de Hermosillo es quizá la ausencia de un diálogo público con aspiraciones a largo plazo y exigencias articuladas en torno a las soluciones de fondo, estructurales.
En otras palabras, la propuesta es aspirar a más, ampliar las posibilidades y las expectativas que tenemos para Hermosillo. “Tapar un bache” puede ser una buena metáfora para pensar en los remedios paliativos para problemas más graves: un curita para una herida que merece atención clínica tanto para su diagnóstico como para su tratamiento.
Eduardo Tapia Romero
Profesor del ITESM Campus Sonora Norte y Miembro de la Mesa sobre Buen Gobierno y Participación Cívica de HCV.