Por Victor S. Peña*
Para iniciar, una imagen que será de utilidad.
Hay, en el cruce de dos calles, baches y charcos. Conviven en, digamos, un área de unos cinco metros cuadrados. Quien pase por ahí en carro, irremediablemente caerá en unos u otros. En esa situación, el cálculo se resuelve entre la pericia del conductor y la suerte que tenga de que el charco no termine siendo más profundo que el bache. Quien, por otro lado, pase por ahí caminando y quiera pasar a la acera de enfrente tendrá que, al mismo tiempo, cuidarse de no ser salpicado o torcerse un tobillo y poner a prueba su elasticidad y tino para saltar de un lado a otro.
Baches y charcos. Algo así, por decirlo rápido, sencillo.
Si uno mira con cuidado, algunos de esos charcos son agua acumulada de una lluvia que sorprendió unas horas atrás. Pero otros son, en realidad, alguna fuga que se oculta bajo la misma calle. Esos, más que charcos, resultan fuentes donde una parte del líquido se acumula y otra recorre otras muchas calles generando más baches y charcos. Pensemos que el asunto puede llevar semanas así, en las mismas circunstancias. Ahí la cosa ya no está tan sencilla; el tema se va complicando.
Para terminar esa imagen, multipliquémosla por un numero alto. Un número muy alto. Agreguémosle ahora una ciudad. Digamos que todo eso está en Hermosillo. O que cada uno se imagine la ciudad que quiera, que aquí nada se impone. ¿Lista esa imagen en nuestra cabeza? Guardémosla ahí por un rato.
Pensemos ahora en un anuncio transmitido por la radio, la televisión o redes sociales. El presidente municipal de ese lugar señala, sobre la problemática de baches y como parte de un informe de gobierno (que, ya entrados en eufemismos, le podemos llamar “informe de resultados”), algo así como “multiplicamos la inversión destinada a bacheo”. O dice: “multiplicamos el número de cuadrillas de personas tapando baches en la ciudad”. O, si se quiere, algo como: “el número de kilómetros de asfalto utilizado en el bacheo es el más grande de nuestra historia”.
Juntemos, ahora, aquella imagen que nos formamos al principio y lo transmitido por radio, televisión o redes sociales. ¿Qué obtenemos?
Algunos podrán pensar que aquellos baches y charcos siguen ahí porque la multiplicación del presupuesto o las cuadrillas o los kilómetros de asfalto siguen siendo insuficientes. Y puede que sea eso.
Otros, dándole una pensada más detenida, se preguntarán: ¿por qué parece que multiplicar el presupuesto, cuadrillas o kilómetros de asfalto sigue siendo insuficiente? Esto se lo plantearán quienes recuerden otros anuncios de pasados gobiernos municipales donde también se hablaba de cifras históricas, trabajos sin precedentes, presupuestos nunca antes vistos para el relleno de baches. ¿Por qué parece se vive en un permanente déjà vu?
Los gobiernos definen los problemas que quieren abordar desde lo que les parece más sencillo a ellos, no desde lo que mejor resulta para las personas que los sufren. Por eso, la participación ciudadana es indispensable: para que los gobiernos no se vayan por las alternativas más sencillas, sino por las de mejor calidad. Y no es que el dinero sobre. Pero es mucho más sencillo (ya la experiencia sobra) reacomodar el recurso que se tiene que rediseñar procesos y desarrollar supervisión.
Otra imagen. Tres o cuatro personas detrás de una camioneta que acarrea algo de asfalto. Esas personas, brincan a media calle y, entre dos, rellenan el bache y otro apisona el material. Y así se van por toda una avenida, toda una colonia. Van dejando manchones de asfalto mal apretado en paches que no fueron preparados previamente.
Una imagen más: Esas tres o cuatro personas detrás de la misma camioneta y el asfalto. Llegan al cruce de las calles de nuestra primera imagen y tapan los baches y rellenan los charcos. Aplican alguna clase de criterio y dejan la fuga por un lado de sus manchones pues, se dicen entre ellos, “no somos los que reparan fugas, a nosotros nos pagan para tapar baches”.
En cualquiera de estas dos últimas imágenes no habrá multiplicación de asfalto, presupuesto o cuadrillas que alcance. Llegarán otras lluvias y sus corrientes se llevarán las obras mal hechas; seguirá la fuga de agua y dinero y se levantará el material tan rápido como lo pusieron.
Así visto, el asunto de los baches y charcos no es solo un problema de presupuesto, sino uno de procedimiento y de supervisión. Ahora bien, se entiende que mejorar los procedimientos e instrumentar supervisión no es cosa rápida ni puede comunicarse en cifras altas disfrazadas de resultados.
Pero es el camino para tener mejores calles y que el esfuerzo y el dinero de todos no se lo lleve la siguiente lluvia.
*Doctor en Política Pública. Integrante del Comité Técnico de “Hermosillo ¿Cómo Vamos?”.