Columna Contracanto
Tu sonrisa se tiende sobre la tierra. En esa región de infancia en la que te vimos crecer y crecimos junto a ti. Tengo en la memoria el andar pausado de tu aura, con la mirada siempre detrás de tus lentes.
Evoco y concluyo que todo lo percibías desde los silencios. Evoco y somos los chamacos que nos adherimos a tu familia que es la nuestra.
Un día viniste a contarme un cuento, de lo que sucede en París. Imagino ahora que me invitaste a esas locaciones porque las conocías a perfección después de las múltiples lecturas con las que te encontraste en tu camino de letras.
Nadie sabe, porque a nadie se lo he dicho: esa vez la emoción que propone un juglar me tocó para siempre la vida.
Tus habilidades histriónicas, la capacidad enorme de imitar y transformar tu rostro y hasta tu manera de andar, me convenció de que París existe incluso en el corazón de aquel páramo donde jugábamos la tierra y que ahora es el corazón de la cancha.
“Vamos a París, te invito, sígueme”. Me convocaste y no sabía con certeza de qué se trataba. Ahora entiendo que París significa un enorme país en tu imaginario, y que contiene tu capacidad de dar, el conocimiento inmenso sobre el beisbol, los muchos libros, un taco de papas con frijoles, la cerveza más fría, el gesto siempre generoso desde tu elocuencia.
París eres tú, querido Julio: indudablemente.
Hurgo en la memoria y las imágenes se me agolpan, la reacción febril me abraza y encuentro un avioncito de madera que creo construyó nuestro hermano el Martín, carpintero de oficio. Ese avioncito simboliza el significado de la familia Ferrá Gutiérrez.
El símbolo, digo, porque de manera tácita parecería que siempre juegan a volar, y volar significa desprenderse de toda atadura, volar significa dar y darse para con los otros. Debe ser el ejemplo de los amores que nos guiaron a la vida como padres: doña Lupe, el Capi.
¿Cómo se hace, me cuestiono, para ir por los días entregándolo todo?
Hubo una vez que trepé por suerte a ese avión de madera, con la imaginación, Julio, esa que me fundaste con tus palabras. Y desde esa vez de trepar no he podido ni he querido bajar. Porque aquí, en este avión en el que ahora estamos todos, nos dejamos guiar por tus manos de piloto, en este viaje estremecedor hacia el ejercicio de la bondad.
Porque nos trazaste, querido iulay, un recorrido de ensueño, porque sin decir nada, con la enorme actitud, edificaste desde tu cabina de control, un país, un barrio, una empresa, una familia, el universo armonioso en que ahora y siempre te estaremos acompañando.
Y estás con nosotros: en la mañana del café, en la puesta de sol, en la noche querido noctámbulo donde funges como diskyei y cantamos y bailamos. Estás aquí ahora mismo porque cada uno de nosotros tenemos impreso en la memoria y en una extensión de las miradas el acontecimiento trascendental que significa tu nombre.
¡Querido Julio, te abrazamos en colectivo!
L. Carlos Sánchez