Vivimos bajo la presión social de tener que estar “felices” y “positivos” todo el tiempo. Eso suena desgastante, ¿no? Cansado, contranatura, y hasta poco realista para cualquiera.
Prácticamente se nos ha obligado a ser máquinas de felicidad, sin derecho a revelar nuestras penas y tristezas, tan humanas. Un tema relacionado con esto es el machismo imperante por el que, con mayor razón si se es varón, no se nos debería ocurrir expresar nuestros puntos débiles, en un mundo donde la guerra del hombre contra el hombre se ha vuelto algo tan normal como salvaje.
A este fenómeno se le puede denominar “dictadura de la carita feliz” o “dictadura de la felicidad”.
Me llama la atención esa costumbre, por ejemplo, del: “Sonríe para la foto”, “estás muy serio”, o “¿y por qué esa cara?”. Otro punto a considerar es lo pésimamente preparados que estamos en asuntos básicos de psicología, para ser empáticos con algún ser querido que sufre de determinado problema de tipo existencial o relacionado con la salud mental y emocional. Vivimos pensando y sintiendo que la salud física es la única a la que hay que atender. Por ello, hasta ahora el Estado está en deuda con este tema: revísese el pobre porcentaje del presupuesto que se destina a la Salud Mental.
En el mundo social de las apariencias, ni siquiera nos tenemos permitido lucir ya no tristes, sino neutros. Y no se le puede ganar a un río turbulento si uno se pone en su contra. Lo mejor es adaptarse a su cauce.
A veces hay momentos de nostalgia, tristeza, o incluso de miedo, que son la base misma de nuestras alegrías futuras; si lo vemos desde el punto de vista de la ley de la correspondencia: sabiduría hermética.
En conclusión, la felicidad se nos ha vendido como simple apariencia en un mundo donde reina la fachada, el cascarón; y lo más preciado de las almas, que es su naturaleza interna, queda relegado a segundo plano.
Lo más sano es no sonreír a la fuerza, aunque tampoco hay que caer en el extremo de glorificar al miedo o a la tristeza. Es el polo contrario: el enamoramiento con la melancolía puede resultar romántico en principio, pero tiene sus riesgos.
Visto de una manera práctica, cada ánimo es una ficha con la que nos vamos conduciendo en el gran tablero del teatro de la vida.