Muchas de las creencias colectivas nacieron por paradigmas, por repeticiones de dichos y de vivencias que marcaron el pensamiento de las abuelas, de las y los ancestros, y que se trasladaron en el tiempo, de generación en generación, conformando cultura.
Si bien, lo que se nos enseña en el seno familiar, generalmente se hace con la idea de educar y cuidar, no necesariamente todas las creencias son pertinentes y de bienestar para la sociedad. Tradiciones como la ablación o mutilación genital femenina, por ejemplo, se sujeta de un combinado de factores socioculturales muy arraigado en diversas regiones y comunidades alrededor del mundo, y si bien, en muchos grupos se cree son normas religiosas, no se sabe a bien el origen de este dogma.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define a la mutilación genital femenina como todos aquellos procedimientos que, intencionadamente y por motivos no médicos, alteran o lesionan los órganos genitales femeninos. De acuerdo a la OMS más de 200 millones de mujeres y niñas, han sufrido ablación alrededor del mundo causando daños a su bienestar e integridad, y en ocasiones con impactos mortales.
Gran parte de las decisiones públicas, en diversas materias, se toman con base en paradigmas, sin previos diagnósticos focalizados, y sin la sinergia de especialistas. En Sonora, los centros de investigación pública e instituciones de educación superior que reciben recursos públicos para la generación del conocimiento, como el Instituto Tecnológico de Sonora (ITSON), la Universidad de Sonora (UNISON), el Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD) y El Colegio de Sonora (COLSON), que en su totalidad reúnen al mayor número de investigadoras e investigadores reconocidos por el Sistema Nacional de Investigadores (SIN), son pocas veces aprovechados por las instituciones de gobierno para la toma de decisiones públicas bajo criterios científicos.
Ante la necesidad de que los descubrimientos y conocimientos que se generan en las universidades y centros de investigación sean replicados y difundidos para el desarrollo de la sociedad, cada vez se hace más recurrente la obligación de crear mecanismos de divulgación científica, al recibir recursos para la investigación. En ello, las instituciones de educación hacen lo suyo, y generan prácticas para contribuir desde las distintas disciplinas en cambios culturales y sociales.
La divulgación de la ciencia, según Ana María Sánchez Mora (2002), se define como una labor multidisciplinaria, cuyo objetivo es comunicar el conocimiento científico, utilizando diversos medios, a diversos públicos voluntarios, recreando ese conocimiento con fidelidad y contextualizándolo para hacerlo accesible.
Acercar el conocimiento a la sociedad requiere además de entender a la sociedad, ajustar la información tecnificada a contenidos entendibles para un público no especializado, respetando siempre el contenido científico. Así mismo, se requiere contextualizar el conocimiento para que sea accesible, ameno y de interés para el público específico.
Si queremos que la ciencia y la tecnología formen parte de la cultura, se deben promover estrategias desde las instituciones para promover la cultura científica en busca de permear en las dinámicas sociales, impactar en los hábitos y comportamientos de las personas, y sustentar en las políticas y planes gubernamentales, para que el conocimiento adquirido desde la investigación científica, logre transformar de manera positiva a la sociedad.