“La verdad se corrompe tanto por la mentira como por el silencio” (Cicerón)
Cuando vemos que un país desparrama laboratorios por el mundo y, en particular en regiones en conflicto como es el caso actual de Ucrania, la preocupación se convierte en datos: EEUU tiene 250 laboratorios fuera de sus fronteras y en Ucrania cuenta con 26, dedicados, según ha trascendido a la investigación de patógenos transmisibles de alta peligrosidad. Si alguien quiere abreviar la descripción se puede decir simplemente armas biológicas.
Desde luego que nuestros vecinos del norte dieron una explicación, aclarando que efectivamente los tienen, pero que son para la salud y protección del país, y que el temor es que los rusos se puedan apoderar de ellos y hacer mal uso de los patógenos (El Imparcial, 10.03.2022).
La sola idea de que un país promueva, financie y establezca laboratorios biológicos fuera de sus fronteras ya da en qué pensar, y más si recordamos que durante décadas los EEUU han enviado sus hallazgos a Cuba, a fin de atacar su economía. Como muestra van los siguientes datos:
En mayo de 1971 se introdujo el virus de la fiebre porcina africana; en noviembre de 1979 el hongo moho azul del tabaco; en julio de 1981, el virus del dengue que pasó a México y Centro América, y en septiembre del mismo año el virus de la conjuntivitis hemorrágica, que también pasó a México; en 1980-1981, el hongo roya en caña de azúcar; en 1996-1997, un avión fumigador desde Florida roció un insecto que produce la plaga agrícola del “thrips” (Dr. Manuel Servín Massieu. Bioterrorismo, armas de destrucción masiva y ética. Ciencia y democracia, 2007).
Está plenamente documentado que nuestros vecinos y socios tienen una larga experiencia en eso de hacer investigación para evitar el “mal uso de los patógenos” y, eventualmente declarar la intención de fabricar vacunas que combatan las enfermedades inducidas.
Dada la experiencia y situándonos en el contexto del actual conflicto, tampoco se puede negar la injerencia, presencia o acción de EEUU en todos y cada uno de los conflictos locales, regionales y mundiales que han atosigado al mundo desde el siglo XIX a la fecha, de suerte que han llegado a constituirse en la locomotora que mueve el tren de los intereses anglosajones y, en general, del llamado “mundo libre”, gracias al poder de la coacción, amenaza o compra de la voluntad de gobernantes y “aspiracionistas” sin mucho apego a su identidad nacional.
El poder del dinero y las armas, más la información convertidos en elementos de disuasión garantizan su predominio de carácter imperialista que, por sí mismo, cancela toda posibilidad de que este mundo sea libre; también se niega la existencia del libre comercio dadas las condiciones, candados y limitaciones que se establecen a las mercancías extranjeras en su paso por las fronteras.
De hecho, los llamados tratados de libre comercio son tan poco libres como lo es un país que pertenece a la OTAN, al poner su soberanía en manos de un poder extranjero que determina el tiempo y la forma de cualquier acción militar fuera de sus fronteras.
La imposición de reglas termina dependiendo de la mano que las dicta, y pude constituir un vínculo forzado y forzoso que configura bloques de intereses económicos, políticos y militares que ponen en duda los supuestos de la soberanía y el dominio nacional, así como la vigencia del derecho internacional.
La unipolaridad impulsada y financiada en este caso por EEUU desdibuja la diversidad cultural del mundo, violenta sus fronteras y ataca frontalmente la cultura, los valores y memoria en la que se sustenta la identidad nacional, su sentido de pertenencia y todo aquello que vertebra a una nación, que se convierte en un esclavo económico, un cómplice político y un alcahuete cultural del extranjero.
No estaría mal si se aprovechara el actual conflicto instigado por EEUU para favorecer nuestra independencia productiva, financiera, cultural y política en aras de decidir nuestro propio destino, porque aceptar que el país deba actuar como una simple comparsa de los güeros es inadmisible, tanto como suponer que la verdad es negociable.
José Darío Arredondo López