Columna ¿Qué Sigue?
“…no hay nada como la visión de un espíritu amputado “:
Por décadas, algunas plumas de la “política dura” de nuestro país, así como muchos actores del poder en sus años dorados, han sido devotos predicadores de la célebre definición: “La política es el arte de comer sapos”.
Esta “profunda” composición de palabras, era la explicación que daba satisfacción a cualquier protesta, sobre todo de los “recién llegados” para justificar: inmoralidades, ilegalidades, infamias, abusos y sobre todo injusticias que se encontrarían en el camino. Ah eso sí, en medio de todo este mar de inmundicia, un atributo: la discreción. Osease la complicidad.
Cuesta creerlo, pero en una política tan moderna, con conceptos con tantas herramientas, ya científicas como gobernabilidad, gobernanza o gobierno abierto, todavía hay quienes predican este principio y más grave todavía, lo promueven como “la máxima del entendimiento del ejercicio de la política”. Preocupante, porque se considera formativa.
Según algunos autores, la política en su puro concepto es una actividad orientada en forma ideológica, a la toma de decisiones de un grupo para alcanzar ciertos objetivos. Es un ambiente, donde quiera que se forme, donde se toman las decisiones para dirigir el destino de un grupo, un estado, una creencia. Otros, la definen como el ejercicio del poder, con el objeto de resolver o minimizar el choque entre los intereses encontrados, que se producen dentro de una sociedad de convivencia. La utilización del término ganó popularidad antes de cristo, cuando Aristóteles desarrolló su obra titulada justamente “Política”. Sin embargo, es una práctica que se crea desde principios de la humanidad por la necesidad pura de “protección”.
Pero como a las palabras se las lleva el viento, sobre todo en nuestro país, la gran escuela de tragar sapos se convirtió en una especie de fábrica de lideres, que han rendido culto a la frase y que no solo dominó el nocivo arte, sino que también se procreó maestros.
Al caso viene recordar una producción cinematográfica, que hoy es emblemática de aquellos años 90s, donde el gran actor norteamericano Al Pacino, ya en su faceta de hombre de avanzada edad, interpreta a un veterano de guerra, prestigiado militar que, en su papel de ciego, reta a la aristócrata audiencia de tribunal académico del colegio de Perth, donde enfrentaba un juicio por la expulsión su sobrino, becado de la prestigiada escuela, lugar donde abundaba el orgullo por la rudeza y la crueldad emocional. Su discurso de defensa corrió así: “No estamos en un cuartel”. “He vivido mucho, ¿sabe? Hubo un tiempo en que podía ver, y le aseguro que he visto a jóvenes, más jóvenes que éstos incluso, con los brazos arrancados, con las piernas destrozadas, pero no hay nada como la visión de un espíritu amputado “: y siguió diciendo “fabricantes de hombres, creadores de líderes, tengan cuidado con qué clase de líderes están fabricando aquí “. Escena que le valió el OSCAR al mejor actor en ese año 1992 para la película Esencia de Mujer.
Científicamente se ha comprobado que “Somos lo que comemos”. El color, el olor los nutrientes y la ausencia de estos, formatea visiblemente desde la textura de nuestra piel hasta la capacidad para pensar y sentir. Enseñar a las nuevas generaciones a “tragar sapos” es meter en sus venas el virus de la corrupción en cualquiera de sus caras. Por suerte hay quienes se han resistido a la seducción de la célebre frase, sin embargo, se han creado lecturas casi doctrinarias del tema, Best Sellers, que parecen pretender enviar un mensaje formativo para una “generación dura” en el ambiente del poder; sin darse cuenta de que solo producen seres fríos, que se tragan todo lo que encuentran a su paso.
Y si, en síntesis, esto es un problema de formación, desde las razones por las que las que elegimos a nuestros lideres, tanto a los de las instituciones políticas como a los de los organismos en la sociedad civil; decisiones que responden a intereses por conveniencia, por presión o todavía más triste, por pereza. A toda acción siempre habrá a una reacción, y si no nos resistimos, a seguir tragando sapos, viviremos para siempre enredados en consecuencias. Sin margen de error, los actos nobles o las intenciones oscuras, determinan invariablemente el tenor de un liderazgo para siempre.
Al Pacino, regresando al final de su discurso en la película, termina diciendo: “No venderá a nadie para comprar su futuro, eso se llama integridad, eso se llama valor, y esa es la pasta de la que deben estar hechos los líderes “.
En pleno 2022 y a dos años de un confinamiento mundial, para la sociedad solo sigue reconstruirse, volver a un error del pasado, solo repetirá la historia, solo que será ante una ciudadanía endurecida.
Por Sara Thomson