Hermosillo, Sonora.- La memoria de don Adrián sigue intacta a sus 100 años. Recuerda cada momento de su vida: su gran amor, su gusto por el baile, la fiesta y los caballos, “era muy parrandero”, comenta sobre su juventud.
Adrián Moroyoqui Espinoza nació un 5 de diciembre de 1921 en Huatabampo, Sonora, pero a los 30 años se mudó a Hermosillo, y ahora vive en una pequeña casa dentro del taller mecánico que él mismo fundó en 1968.
“Me quedé un poco sordo ya por la edad, son 100 años de todo. No voy a decir que de mucho sufrimiento porque eso le revuelve a uno las alegrías. Uno va viviendo la vida, va dejando lo malo que pasó, recordando lo bueno.
Así fue mi vida. Hasta la fecha estoy rodeado de mis hijos, de mis amigos que, gracias a Dios, son muy buenas personas, son decentes y de buena conducta; no tienen tache alguno”, dice sobre la gente que lo acompaña.
Siempre lo caracterizaron sus ganas de salir adelante, a pesar de solo haber estudiado la primaria. Fue mecánico, trabajó en los campos de Huatabampo, en la Costa de Hermosillo y en la agricultura.
“Me dediqué a trabajar en los campos de Huatabampo y en la maquinaria, comiendo polvo, trillaba garbanzo, trigo, chícharo, de todo.
Fui mecánico de la agricultura, arreglaba trilladoras y aquí en la Costa de Hermosillo también: esa es mi vida, de altas y bajas, pero en fin, todavía como y todavía duermo gracias a Dios”, comentó.
De repente, don Adrián recuerda que tiene unas hojas recicladas donde transcribe canciones que ya existen y una armónica que todavía utiliza. Van por ambas. Las traen hacia don Adrián y él comienza a tocar y a cantar.
Cuenta que le gusta sentirse útil. Levantarse por las mañanas, hacer su desayuno, planchar su ropa y valerse por sí mismo, son ese tipo de pequeñas acciones que lo mantienen vivo, que lo distraen.
“Hago mi desayuno, mi comida a mediodía. Todavía guiso, lavo mi ropa, la plancho, y aunque han venido mis nueras por la ropa a querer llevársela les digo que no me quiten mi modo de no pensar en otras cosas.
Podría tener alguna ayuda, pero no quiero, tampoco quiero que me mimen porque entonces me daré un clavado en el mar de Huatabampito, en mi tierra”, menciona, refiriéndose a que dejar de hacer las cosas que le gustan lo harían decaer en ánimo.
Él ríe, bromea, disfruta y cuenta historias. Agradece a la vida por todo lo aprendido y a los vecinos por sus cuidados, por recibirlo en la colonia Olivares cuando llegó a la capital sonorense y por festejar junto a él este siglo de experiencias.