Algo que suele mencionarse muy de paso, o no tanto como merece, es el hecho palmario de que Kant escribía espantosamente. Supongo que para este rutinario alemán era complejo articular un par de ideas, sobre todo cuando lo que escribió vino a revolucionar el entendimiento del mundo y, con el paso del tiempo, a constituirse y petrificarse en la doctrina dominante entre los hombres y sociedades “civilizadas” y “progresistas”.
Por lo que respecta a la incapacidad para articular un par de ideas, quiero decirle que estoy a la altura de Kant. También me pasa. Uno se enfoca tanto en no perder el hilo de lo que está escribiendo, o pretende escribir, que involuntariamente comienza a dejarse llevar por el torrente de ideas que le torpedean la calma, cuando en el fondo no tiene plena consciencia de lo que está pensando ni pasando. Así resulta difícil ser coherente.
Este padecimiento dio paso a un tipo de escritura bautizada como “stream of consciousness”, traducido al español como “monólogo interior”, aunque su traducción literal, “flujo de conciencia”, también da cuenta de qué va el estilo.
La en mi opinión infumable “Ulises” de James Joyce, por muchos considerada una novela magistral, popularizó el término y estilo literario que también practicaron otros escritores de culto, como Virginia Woolf y Miguel de Unamuno.
Cuando digo que la novela es infumable, no estoy buscando ser crítico, sino señalar un ejemplo de cómo la falta de coherencia a veces puede asociarse más con la falta de sentido, que con un mensaje complejo pero inteligible. Por ello es que no es lo mismo leer una novela de masas que un tratado filosófico. Si la prosa en la que está inserta la idea es muy básica, la probabilidad de que el lector coincida con la idea es menor.
Todo esto viene a cuento porque preparándome para escribir la entrega, me puse a leer a Kant con el propósito de inspirarme, pero una prosa tan abominable solo provocó que viniera a escribir esta especie de diatriba que, relativamente, no lleva a nada.
Digo relativamente porque como apunté, la incoherencia se asume siempre como un mensaje ininteligible, cuando en realidad puede ser una idea comprensible expresada de forma compleja, de tal manera que leer es, irremediablemente, un acto que se realiza en conjunto.
Estos pensamientos surgieron de la lectura de Kant, pero lo cuento porque me resulta muy curioso que el filósofo que motivara la conversión del pensamiento en credo, solo sugiriera en mí escribir este tipo de reflexión, en lugar de haber tratado sobre “La imaginación al poder” de Fernando del Paso.
En el artículo mencionado, del Paso apunta, “…creo que ser apolítico -o mejor dicho, creer que se es apolítico-, equivale a cerrar los ojos a esa realidad. Y eso es ya adoptar una posición política: es hacerse cómplice de las dictaduras, de las empresas multinacionales…”; podemos inferir el posicionamiento de los apáticos e indiferentes.
Más adelante continúa, “cuando se habla del escritor o del intelectual en la televisión, suele imaginárselo en una tribuna, solo, frente a las cámaras en el papel del conferencista que dialoga con el público, que da cátedra desde la pantalla […] Nada más cercano a la trivialidad y el vedetismo. Incluso al histrionismo […] No es así como el imperialismo vende la alienación de su absurda forma de vida, sino con imaginación, a veces una genialidad, al servicio, sí, de los intereses más bastardos, pero imaginación al fin”.
Y finalmente concluye, “llevar la imaginación al poder implicaría el aprendizaje de cierta humildad y, con él, el aprendizaje de ciertas técnicas no sólo de televisión, sino también del cine, del reportaje filmado, del documental que podríamos llamar de denuncia o de protesta. Implicaría renunciar en lo posible a la idea del escritor frente a las cámaras, rodeado de gloria y sapiencia, y aceptar un papel más modesto, aunque no necesariamente menos importante: el papel de reportero, el papel, a veces, ya no de entrevistado, sino de entrevistador”.
A propósito de la polémica suscitada por la exsecretaria de Turismo en la CDMX, Paola Félix Díaz, escucho a varias personas expresar la hipótesis de que el asunto fue maquinado; no lo sé, pero me queda claro que cuando AMLO pone canciones de Calle 13, recita igualmente poesía de Jaime Sabines o lírica de Chico Che, proyecta twits, hace interpretaciones bíblicas, habla de civilizaciones prehispánicas y exhibe a propagadores de noticias inexactas en La Mañanera, está llevando la imaginación al poder, por medio de una pedagogía a todas luces meta e intertextual. El Presidente se ha erigido en un crítico literario.