Columna Desde la Polis
Durante la recta final de la recién concluida campaña electoral coincidí -una vez más- en debate con el representante de la opción prianista; en ese siempre ameno diálogo, mi interlocutor señaló la importancia de que una vez superado el momento electoral, se transitara hacia la “conciliación y la unidad”. Al escucharlo, sospeché que mi contraparte cayó en el error de pensar que la crispación o división que existía (como es natural) entre las partes que compitieron por el poder, también existía entre la ciudadanía. Afortunadamente el mundo no gira entorno a los políticos ni a sus grillas, pugnas o fantasías de poder. Las circunstancias, dramas y problemas que enfrenta la ciudadanía son factores tan compartidos, que inequívocamente terminan por unir más a la gente que por dividirla; sin embargo, la cosmovisión grillocéntrica a veces impide entender que hay un mundo fuera de esta y que el centro del universo no es la dinámica politiquera, sino los retos diarios que debe sortear la población general para sobrevivir.
Pero volvamos a lo de “conciliar y unir”: tras escuchar eso, le pregunté retóricamente a mi contraparte si eso implicaba impunidad, a lo cual evidentemente respondió que no. Mi cuestionamiento fue en relación a que en el más ortodoxo canon priista (el panismo en el poder siguió con esa escuela), siempre ocurría un “borrón y cuenta nueva” entre el gobierno saliente y el entrante. Hoy, no obstante que continuan más que vigentes algunos de los más avanzados egresados de esa escuela política, es simplemente innegable el cambio en la realidad de las formas sociales y sobre todo políticas del país; quien no entienda esta renovación (por modesta que sea) no entiende el presente y sobre todo el futuro. Por lo tanto, con independencia de la pantomima de una aparente tersura entre los vencedores y los derrotados, y más allá de los supuestos acuerdos de los que no poca gente especula, es imposible -hoy- darle paso a la impunidad, pues su costo social, operativo y político es simplemente demasiado alto.
El mejor ejemplo de lo anterior fue lo sucedido después de los eventos del 2018. Los vencidos podían ver el garrote monumental que detentaba el nuevo líder y por ello corrieron a sus respectivos escondites, para agazaparse ante la nueva realidad. Sin embargo, transcurrieron las semanas y los meses y cada vez fue más evidente que no habría acciones punitivas por todo el daño cometido, que incluso el candidato -por doce años- denunció. Salvo la magistral jugada de encarcelar y extraerle información a Collado (el abogado de la pandilla) no hubo otras operaciones estratégicas. Del manejo de Lozoya, prefiero ni opinar. Hoy, tras una serie de complicaciones que ha enfrentado el gobierno nacional (unas por la pandemia, otras por decisiones erradas y otras por resistencias de poderes fácticos), creo que la amplia mayoría podría reconocer que con todo y esos obstáculos, habría no sólo un ánimo nacional mucho más sano, sino que el estado de las propias instituciones se vería regenerado si muchas de las pillerías y de los desfalcos no se hubieran topado con el priísta “borrón y cuenta nueva”.
Como ya está plenamente documentado ante la opinión pública, la estadística muestra un proceso más oscuro en la administración de Pavlovich que en la de Padrés. Hace seis años, la estrategia consistió en montar un show de supuesto castigo al desfalco y la grosería gubernamental, pero fue sólo eso: un montaje que además costó mucho dinero. En cambio hoy, debido al oficio del gobernador electo, no se le ha apostado a la pirotecnia ni a la rasgadura de vestimentas, por el estado en el que se recibirá la administración pública. Pero que no se confunda esto ni con ingenuidad, ni con desdén ante la posible comisión de delitos -desde el gobierno- ni mucho menos con complicidad. Una vez que el nuevo gobierno asuma y se abran de lleno los cajones de la información, menos oportunidad habrá de no exigir explicaciones.
Sonora está sediento de justicia. La gente está agraviada y personalmente me preocupa mucho que las élites (desde su burbuja económica o de poder político) no asimilen ese lento y peligroso proceso social. No estamos hablando de un ánimo popular de averiguar “no quien la hizo sino quién la pagará”, sino un sentimiento más hondo, uno que duele. Son muchos años de burocracia ineficiente (problema nacional), de violencia, de impunidad, de tejido social desgastado. Sin justicia jamás puede haber paz… y aunque la tierra tiemble, aunque falte presupuesto, aunque haya disfuncionalidad producto de la propia crisis estructural de nuestras instituciones… si la gente se da cuenta que su gobierno no abraza la impunidad y no rehusa la oportunidad de buscar la justicia, esa misma gente se convierte entonces en el principal blindaje político del grupo con el deber de detentar el poder público. Ese es el Sonora que imagino y el posible escenario que creo que puede construirse, dada la coyuntura y las condiciones (con todos sus bemoles) del capital humano presente. Se asoman semanas muy interesantes.
Jesús Manuel Acuña Méndez
@AcunaMendez
El autor es Presidente Fundador de CREAMOS México A.C. y especialista en políticas públicas por la Universidad de Harvard. jesus@creamosmexico.org