Existe cierto tipo de narrativa que encuentra su mejor expresión en formas literarias como el ensayo y los dietarios debido a que permiten la digresión, mayor libertad creativa y la oportunidad de entrelazar temática diversa.
Por ejemplo, el domingo 22 de agosto pensé que no saldría de casa, pero por la noche terminé visitando “El Péndulo” de la Condesa, con la determinación de no comprar nada debido a las muchas lecturas pendientes y a que consumo por puro fetichismo; sin embargo, fallé.
La causa de haber incumplido mi palabra fue que, más allá de las páginas iniciales de “Noticias del Imperio”, no he leído ni tengo bibliografía de los autores que escogí. Además, porque el fetichismo del que hablo no surge de la nada, sino que detrás de él existe un proyecto de lectura que construyo a medida que adquiero bibliografía.
Los libros que compré fueron “Amo y señor de mis palabras” de Fernando del Paso, “Reconocimiento” de Axel Honneth, “Las 900 tesis” de Giovanni Pico della Mirandola y, “Proyecto de una ética mundial” de Hans Küng. Todos estos títulos tienen lugar en el mundo del ensayo, los pensamientos fragmentarios, el diario y la crítica literaria.
En mi reseña de “La inteligencia fracasada” de José Antonio Marina, mencionaba que a pesar de que en ese momento aún tenía pendiente la lectura de “El gobierno de las emociones” de Victoria Camps, estaba seguro que encontraría ciertos hilos conductores entre ambos ensayos. Desde luego, ambos autores tratan temas similares, sin embargo podrían pertenecer, como de hecho lo hacen, a distintas escuelas de pensamiento y, aún así, encontraría algunas relaciones que podrían inscribirlos en la misma corriente.
En la contraportada de “El gobierno de las emociones” se lee que “gobernar las emociones es adquirir madurez moral”, pues son éstas las que determinan en mayor grado nuestra reacción o respuesta a las situaciones que nos acontecen.
La filósofa diserta sobre el hecho de que la virtud no es forzosamente “conocimiento” y afirma que “entre el intelecto, que alberga el recto juicio, y la acción, se interpone un deseo no siempre coincidente con aquél. Es una especialidad humana esa capacidad de desviarse de lo que el recto juicio indica, algo que a los animales no les ocurre porque no tienen ideas universales”.
Se entiende que la libertad viene aparejada con un costo del que debemos hacernos responsables: el error, que se vuelve crédito una vez que hemos incurrido en él, sea de manera voluntaria, por ignorancia, culpa o negligencia.
Al final del apartado Camps sintetiza su argumento citando a Pico della Mirandola -del que adquirí “Las 900 tesis”-, replicando la afirmación del filósofo renacentista en el sentido de que “lo específicamente humano es la capacidad de escoger y, al hacerlo, es posible escoger mal”. Es decir, se puede escoger mal por voluntad o por ignorancia, pero el problema no es la opción elegida, sino que el proceso específico en el que se demuestra el uso práctico de la inteligencia es en el de la elección y deliberación.
Lo que se espera de un “virtuoso”, de una “excelencia”, es reconocer las actitudes que debe cultivar y discernir, de entre el repertorio disponible, las que resulten más congruentes entre sus fines y metas personales o privadas, y aquéllas coincidentes con los fines y metas sociales.
“El destino no consiste en aquello que tenemos ganas de hacer; más bien se reconoce y muestra su claro, riguroso perfil en la conciencia de tener que hacer lo que no tenemos ganas”; eso escribía hace casi 100 años José Ortega y Gasset en “La rebelión de las masas”, otro libro estrechamente ligado a la crítica de las actitudes del individuo frente a los retos que nos impone la realidad y la vida social.