“El primer cambio geopolítico es mental e individual, es saber y aceptar que los milagros no nos devolverán un mundo que ya no existe y que el que hay que construir es uno sobre valores como son sociedades libres y fuertes” (Antonio Navalón).
Seguramente imaginando que las antenas que coronan el Cerro de la Campana se parecen a la Torre Eiffel, nuestros funcionarios naranjeros suponen que el mismo comportamiento que exhibe el presidente de Francia respecto a covid-19 puede ser asumido por ellos.
Amenazan con la posibilidad de tomar “medidas más enérgicas, tal como en Francia” (gobernada por un falderillo coyuntural de Mr. Biden), ignorando que estamos en un país soberano, con un gobierno legalmente constituido, con sus propias autoridades de salud, sus propias medidas de política sanitaria y, sobre todo, con valores democráticos y de respeto a las libertades y a la ley (El Imparcial, 22.07.21).
La amenaza que pesa sobre los jóvenes “que evadan el uso del cubrebocas y la vacunación” suena como garrotazo anticipado, como acelere sanitario, como pujos inquisitoriales de los “primeros respondientes” que parecen evadir el contexto legal y político nacional y, hasta donde se sabe, local.
Llama la atención que desde el inicio de la epidemia Hermosillo tomó acciones que incluso eran violatorias de los derechos humanos, de las disposiciones constitucionales, de las propias recomendaciones generales emitidas por la máxima autoridad sanitaria y que, como el Borras, establecieron filtros, sanciones, mecanismos intimidatorios, cancioncitas mamonas, mensajes con fuerte olor autoritario y, sin embargo, la epidemia siguió su curso: la curva de contagios hizo su trazo de subibaja comportándose como se espera en un fenómeno como este.
Tras la feroz actividad mediática y coactiva de “los primeros respondientes” las medidas se fueron relajando, volviendo la movilidad: se dio la apertura de gimnasios (considerados por alguien esenciales), el comercio amplió sus horarios y los lugares de esparcimiento nuevamente se vieron colmados en un estire y afloje digno de estudio particular.
Se implementó un demencial operativo de “sanitización” (probablemente queriendo decir desinfección) en las calles, rociando alguna substancia en el pavimento, se instalaron tapetes sanitarios sin utilidad probada, se restringió fallidamente la venta de cerveza, entre otras medidas que, sin duda, surten efectos en la conciencia del que no sabe qué hacer pero que se siente obligado a hacer porque “ni modo de quedarse con los brazos cruzados”.
En su momento, advertimos que las normas de seguridad sanitaria estaban claramente establecidas por la Secretaría de Salud y que no tenía utilidad andar buscándole las mangas al chaleco, que Sonora y el municipio debían acatar las disposiciones federales de la mejor manera, es decir, coordinadamente y sin violar las garantías y derechos ciudadanos.
Actualmente, tras las medidas de relajamiento emocional y fortalecimiento comercial (campaña electoral incluida), nos enteramos de que tenemos una tercera ola o repunte de la enfermedad con nuevas variantes del virus.
Algunos, haciendo honor a la sensatez, insisten en que las medidas precautorias realmente efectivas son la sana distancia, el lavado frecuente de manos y el uso del cubrebocas en lugares cerrados y concurridos, y la recomendación de ventilar la casa, no recibir visitas y evitar reuniones.
Parece que se nos olvida que el virus penetra por vías respiratorias y ojos, de manera que la protección debe centrarse ahí donde más importa; también se nos escapa que las vacunas actualmente en uso han sido autorizadas por razones de emergencia, no porque hayan demostrado plenamente su eficacia ni la ausencia de eventuales efectos colaterales nocivos o, de plano, desconocidos.
Es cada vez más evidente que la mayoría de los asustados ciudadanos que levantan antorchas encendidas de miedo y agresividad, ahora contra los “jóvenes y no vacunados”, pasan por alto que una verdadera vacuna sirve para evitar la enfermedad (como por ejemplo la de la viruela, la poliomielitis, entre otras) y que las actuales aún no reúnen esa característica esencial.
Todavía no se entiende que la inoculación en curso no impide que la gente se siga enfermando ni que siga contagiando a los demás, asunto que las propias autoridades de salud nacionales y locales han tenido que aclarar.
Así que, a las autoridades aficionadas al garrote es pertinente recordarles que en el México post 2018 se privilegian las libertades, se respetan los derechos humanos y que las recomendaciones generales de prevención de los contagios deben apelar a la razón antes que a la coacción.
Por cierto, a propósito de parecernos a Francia en lo restrictivos, cabe recordar que en México la vacunación es voluntaria y que Sonora es parte de la Federación, ¿o qué entiende usted cuando AMLO señala que “la vacunación de Covid no será obligatoria” (Forbes, 22.12.20). Para algunos, parece que la época de la Inquisición no pasó.
José Darío Arredondo López