Tijuana, 13 de julio (ZETA).- Balaceras, homicidios, extorsiones, secuestros y amenazas de muerte, son los principales motivos que llevan al desplazamiento a más de 3 mil familias de su lugar de origen en Michoacán, hacia Tijuana y Ciudad Juárez, para solicitar asilo humanitario en Estados Unidos.
Han tenido que recorrer en autobús -o en el maletero de un automóvil- alrededor de 2 mil 800 kilómetros hasta la frontera entre Baja California y la Unión Americana, al convertirse Michoacán en campo de batalla entre el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y Cárteles Unidos, con la cómplice inacción de las fuerzas de seguridad de los tres órdenes de gobierno.
De acuerdo con pobladores y registros periodísticos consultados, el éxodo michoacano comenzó en enero de 2020. El epicentro del conflicto fue en el poblado de El Aguaje, de ahí el conflicto fue haciendo metástasis por los municipios de Aguililla, Chila, Tepalcatepec y Coalcomán.
A las familias que vivían en estos poblados les arrebataron todo lo que tenían. Tuvieron que dejar sus hogares, sus pertenencias, con solo una muda de ropa en el mejor de los casos. Subieron a un automóvil, escondidos hasta llegar a Apatzingán, donde un ex sacerdote católico les recibiría para auxiliarlos en su huida de la violencia.
Gregorio López Gerónimo “Goyo”, ex líder autodefensa en Michoacán en 2013 y suspendido de la Iglesia Católica por su activismo contra los grupos del narcotráfico en su entidad federativa, orienta sobre cómo proceder para realizar la solicitud de asilo humanitario en EU. Les brinda una carta en la que exponen el contexto de criminalidad que azota las comunidades de los solicitantes y les da techo por unos días; luego, cuando tienen todo el papeleo listo, toman un camión de pasajeros con rumbo a Tijuana, Baja California o Ciudad Juárez, Chihuahua, donde ya tienen un albergue al cual llegar.
El religioso también se encarga de conseguirles un lugar para resguardarse durante el tiempo que pueda tardar el proceso de solicitud de refugio. En el caso de la ciudad frontera con San Diego, los desplazados llegan a la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, en la zona de Otay.
Las familias arriban a la central camionera y de ahí son llevadas al albergue-iglesia. Dicho lugar está en un punto olvidado y en la periferia de Tijuana. A esa zona no ha llegado el pavimento, son caminos de terracería, baches, tierra, basura y casas humildes; algunas en obra negra, otras de cartón y lámina.
Desde la meseta del cerro donde se ubica la parroquia, se ve la línea divisoria entre México y Estados Unidos. También, el muro metálico que a medio construir dejó el ex Presidente Donald Trump, atravesando los cerros por la mitad y un gran hueco que no terminó de tapar con sus barras monumentales de acero cobrizo.
Hasta ahí arribaron 500 familias provenientes de Michoacán en dos semanas. De acuerdo con el Padre Gregorio, al día salen de Michoacán en promedio 50 personas. Actualmente hay mil 500 en proceso de asilo y alrededor de 2 mil ya se encuentran en Norteamérica. Conforme van llegando, son canalizados a otros albergues de la ciudad para no crear hacinamiento.
Una mujer de 50 años de edad, que por seguridad será identificada en este reportaje como Maricela Hernández, llegó hace un mes a Tijuana con su hija y su esposo. Ellos vivían en Aguililla, trabajaban de ganaderos en un rancho hasta que fueron amenazados por el CJNG.
“Estábamos trabajando en un rancho, mi esposo ya no pudo trabajar ahí, porque la gente mala pensó que estábamos llevando información para allá y para acá. Nos dijeron que nos teníamos que salir y, si no, nos atuviéramos a las consecuencias. En ese mismo instante nos tuvimos que ir, nos salimos sin ropa, solo alcancé a tomar los papeles. Nos escondimos en un carro, nos trajeron hasta Apatzingán, de ahí nos vinimos en autobús a Tijuana. Hicimos tres noches de viaje”, compartió con ZETA.