Si la memoria no me falla, venía cumpliendo con mi entrega semanal para este espacio desde enero de este año, pero también es probable que la buena racha haya iniciado desde septiembre u octubre del anterior.
Sin embargo, hace dos semanas no cumplí con la entrega y la subsiguiente me costó bastante escribirla. Al mismo tiempo hay una época de “últimas lecturas” que va para dos o tres años en la que la temática gira en torno al ensayo, la autobiografía y el acto de escribir.
Las formas en que puede realizarse el acto de escribir parecen dar contenido a cierto tipo de literatura emparentada con los textos de autoayuda, bienestar emocional, espiritualidad, mística y superación personal.
Un claro ejemplo de esto es el tremendo escritor uruguayo, Mario Levrero, de quien no he reseñado “El discurso vacío”, novela o “diario” que trata sobre la caligrafía como método de meditación y terapia emocional y del carácter.
Lo mismo sucede con “El intelectual plebeyo. Vocación y resistencia del pensar alegre” de Javier López Alós. Se lee en la contratapa, “escribimos en soledad, pero, de un modo u otro, pensamos siempre en compañía”, y es que, sin la existencia del “otro”, ¿sería un solipsista inconsciente como el hombre capaz de empatizar con algo?
La figura del intelectual plebeyo, continúa, es “una manera de reconciliación con la pasión alegre en y a través del pensamiento y la escritura. La crítica del presente, lejos de dar ocasión a la melancolía o la desesperación, es capaz de ofrecernos el goce alegre de ese pensar (y sentirse pensado) para con los otros”.
Durante la introducción López Alós aclara lo antes señalado, explicando que el tema “gira en torno al interrogante de cómo encontrar fundamentos normativos mínimamente sólidos para una práctica intelectual alternativa a la regida por la ideología dominante. Es decir, no sometida al principio neoliberal de la competitividad y sí comprometida con un pensamiento de lo común”.
Para el autor, una manera de llevar esa vida intelectual alternativa es a través de la escritura, pues, “se escribe para compartir con los demás lo que de otro modo sería reflexión solitaria condenada a no abandonar su soledad”, por lo que resulta importante escribir con claridad, pues “la voluntad de claridad equivale a la voluntad de evitar poner más dificultades a las que de suyo conlleva cualquier acto de comunicativo y las relativas a la complejidad específica del tema del que se habla. Claridad, entonces, no significa simplificación. Es más, a menudo ocurre exactamente lo contrario, que las cosas se nos vuelvan absolutamente irreconocibles debido a su simplificación”.
Lo anterior explica perfectamente lo que me pasa cuando digo que no sé con qué nutrir esta columna. En ocasiones me sorprendo reflexionando acerca de cosas que nunca he experimentado y desconozco; eso me complica la escritura y, a su vez, propicia nuevas formas de lectura. Busco en los textos expresiones que comuniquen lo que no logro expresar con claridad yo mismo.
El mismo López Alós apunta “la claridad, vista así, es apertura a la intervención del otro, a que su lectura termine modificando lo que creo que pienso y escribo”. Precisamente lo que no es fácil conseguir, claridad, por tanto, apertura a la intervención del otro, la habilidad y capacidad para modificar lo que pienso y escribo, ¿pero es que se puede lograr la Gracia por medio de la escritura?