Durante la semana me encontré con una metáfora que nos hace observar nuestras expresiones ante las diferentes circunstancias de la vida, más aún cuando esas circunstancias conviven con un agente externo que se nos sale de control a la humanidad, como es el caso de la pandemia.
Dicen que un anciano maestro hindú cansado de las quejas de un aprendiz, le pidió que pusiera un puño de sal en un vaso con agua y que lo bebiera.
Después le pregunto “¿A qué sabe?” y el aprendiz mientras lo escupía le respondió “Amargo”.
El anciano sonrió y le pidió que lo acompañara a un lago y arrojara la misma cantidad del puñado de sal que había puesto en el vaso, pidiéndole ahora que bebiera del agua del lago al que había arrojado la sal.
“¿A que sabe?” le pregunta de nuevo el anciano, a lo que el aprendiz le respondió “fresca”
“Sentiste el sabor de la sal”, preguntó el anciano.
“No, dijo el aprendiz”
Luego, el maestro se sentó junto al aprendiz, tomó sus manos y le dijo:
El dolor en la vida siempre es sal pura. Ni mas ni menos. Y la cantidad de dolor en la vida siempre es la misma.
Sin embargo, la cantidad de amargura que probamos depende del recipiente en el que colocamos el dolor.
Así que cuando sientas dolor, lo único que debes hacer es agrandar tu noción de lo que te rodea…
Sin duda, una gran enseñanza, porqué ¿que tan grande o pequeño es el mundo en el que vivimos?, ¿Qué tan grande o pequeño es nuestra construcción mental del espacio en el que estamos? Y no necesariamente es físico, mucho dependerá de nuestros constructos mentales, de nuestra noción y expansión del SER.
Dejemos pues de ser un vaso y convirtámonos en lago.