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domingo, diciembre 21, 2025

Covid podría afectar más a personas con estrés crónico y problemas de salud mental: Universidad Johns Hopkins en EEUU

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Maryland, EEUU.- Esta Navidad, sin lugar a dudas, será muy diferente a las anteriores a causa de la emergencia sanitaria por el covid-19. Pero esta no es la primera ocasión que la humanidad ha celebrado las fiestas decembrinas en medio de una pandemia. Esto nos remonta a 1918, cuando la llamada ‘gripe española’ afectó al 80 por ciento de la población mundial y mató a más de 21 millones de personas. No respetó clases sociales ni capacidades económicas.

Hoy en día, según la Universidad Johns Hopkins, el nuevo coronavirus ha matado más de 1 millón 600 mil personas y se han contagiado más de 72 millones en todo el mundo. Las consecuencias a largo plazo son aún desconocidas; sin embargo, los avances científicos están dando algunas luces y el virus podría estar afectando más a personas con estrés crónico y problemas de salud mental.

El nuevo coronavirus puede ser altamente selectivo. Sabemos que el mayor daño lo produce en el sistema cardiorrespiratorio por lo que las personas con un sistema inmunológico comprometido corren un mayor riesgo de padecer una enfermedad más grave. De igual forma, existe suficiente evidencia científica de que el estrés duradero, como puede ser el provocado por los ya más de diez meses de miedo al contagio, el aislamiento social, la reducción del ingreso familiar, la combinación del teletrabajo con la crianza de los hijos, entre otros factores, afecta directamente al sistema inmune.

Cuando se suman la sobrecarga de otras adversidades como la inseguridad alimentaria, la inestabilidad de la vivienda, el acceso limitado a la atención médica, el tener un historial de violencia intrafamiliar o negligencia, se aumenta la susceptibilidad a los trastornos de salud, como la hipertensión, la obesidad y la diabetes, que conllevan un mayor riesgo de daño o muerte por Covid-19. Importantemente, el estrés pone en marcha al sistema del apego o búsqueda de seguridad en las otras personas, dificultando aún más el distanciamiento social en los más vulnerables. ¡Vaya dilema!

Los altos niveles de estrés también conducen a tasas crecientes de abuso de sustancias, de violencia intrafamiliar y de problemas de salud mental, lo cual a su vez incrementa estos niveles de estrés llegando a convertirse en un círculo vicioso de afectaciones a la salud física y mental. Un estudio recientemente publicado en Nature con historiales de 61 millones de adultos reportó que las personas con trastornos mentales, particularmente con depresión, tienen mayor probabilidad de presentar Covid-19 y, además, tienen una tasa de muerte mayor respecto a los que no sufren trastornos mentales.

Así, los avances en las neurociencias, la biología molecular y genómica tienen un importante mensaje para todos: la forma en la que vivimos, particularmente en los primeros años de vida, literalmente construye la salud para bien o para mal. Por ello, si en esta pandemia los niños pequeños o las madres embarazadas viven bajo estrés crónico sin el apoyo emocional necesario, es decir estrés tóxico, podrían sufrir un desgaste biológico de los sistemas neuroendocrino, cardiovascular y cerebral, que les propiciaría más enfermedades y vivir menos. Además, su capacidad para controlar emociones y para aprender se vería afectada, lo cual está relacionado con la manifestación de conductas impulsivas y de abuso, corriendo el riesgo de repetir de generación en generación este tipo de adversidades.

Por todo lo anterior, no podemos perder de vista las consecuencias de esta pandemia y particularmente el desarrollo de nuestros niños. ¿Cómo podríamos pedirle autocuidado a las personas que se encuentran atrapadas en este estado de vulnerabilidad? ¿Qué tan bien podremos trabajar juntos para proteger a los más pequeños como familias, y a los más vulnerables como sociedad? ¿Cuánto aprenderemos de este gran desafío?

La “vacuna” definitiva contra las numerosas amenazas a la salud, dice Jack Shonkoff de la Universidad de Harvard, está en mejorar las condiciones adversas de la infancia y las desigualdades estructurales que hacen que algunas comunidades sean más susceptibles que otras a las enfermedades.

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