Tengo el mal hábito de conceder en todo debate una importancia primordial a lo que esté relacionado con factores lingüísticos y conceptuales. Soy de la convicción de que la mayor parte de nuestros desencuentros se derivan de no hacer de la comunicación nuestra preocupación principal a la hora de lograr acuerdos.
“No hay culpa ni a quien culpar, pero no significa que no desee señalar algún culpable y ver cómo todo se derrumba. Para unir las piezas nuevamente, redescubramos la comunicación”, canta Maynard James Keenan en “Schism”.
Debemos ser conscientes de que el lenguaje no es un medio que se limite a transmitir sabidurías y mitos culturales, sino que también puede funcionar como un medio “para distorsionar consciente y deliberadamente los hechos” (Sloterdijk, 2020). Si esto es así ¿por qué hay personas dispuestas a ser víctimas de engañifas?
¿No será que a todo discurso le sea inherente un sentido verdadero para un grupo determinado de personas a las que les baste con echar un vistazo a su entorno para constatar la veracidad de ese discurso?
Señalo esto a propósito de las elecciones estadounidenses celebradas al día de ayer y que, igual que hace cuatro años, traen a todo mundo consternado; aunque para ser francos, eso de “todo mundo” es relativo. Todo mundo es un decir, porque no sabemos a quién nos referimos cuando decimos “todos” o “mundo”, sólo sabemos que la locución busca describir una situación más o menos aproximada de la realidad, es decir, que alguna gente está atenta del proceso electoral y otra no.
La semana pasada, por ejemplo, El Financiero publicó una encuesta que refleja la preferencia de los ciudadanos mexicanos que residen en territorio nacional por los candidatos presidenciales estadounidenses. Más allá de la información intrascendente que proporciona, llamó la atención de uno que otro ingenuo porque revela que el presidente Trump “tiene un poco más apoyo entre los morenistas”, mientras que la siempre sesuda oposición mexicana prefiere a Biden.
Nunca falta el neófito que busca hacer pasar esa información como el arma perfecta para generarle un estigma a sus adversarios y dar lugar a nuevos prejuicios que impidan el debate inteligente. La encuesta de marras señala que entre los encuestados, un 84% que simpatizan con la oposición mexicana prefiere a Biden, mientras que sólo 56% y 41% de los simpatizantes de Morena y los apartidistas, respectivamente, prefieren a Biden.
Sin embargo, tanto la oposición como los apartidistas tienen entre sus huestes a encuestados que respondieron preferir a Trump; entonces la pregunta adecuada es ¿Qué tienen en común estos adversarios que no comulgan en sus preferencias políticas nacionales, pero sí en las internacionales? Obviar este tipo de preguntas invisibilizan intereses minoritarios que, no por ello, dejan de ser legítimos, valiosos y justos. Es este tipo de actitudes políticas, esta forma de proceder en la vida social, lo que da lugar a la polarización, los conflictos políticos y sociales, y al muy temido retroceso democrático.
Más que una verdadera preocupación por el estado de salud de la democracia estadounidense, el aplastador 84% de los ciudadanos mexicanos de oposición que prefieren la victoria de Biden, pueden tener como aliciente el deseo de que se le compliquen las cosas al Ejecutivo mexicano. Así como aquellos que prefieren a Trump, pueden estar siendo alentados por un pensamiento tan básico como el “más vale malo conocido que bueno por conocer”.
La verdad es que no importa quién haya ganado la elección del país vecino. Tenemos que entender, pero sobretodo lo tiene que entender el mundillo intelectual, que a lo largo y ancho del planeta estamos viviendo una era de revoluciones. Limitamos nuestro acervo conceptual al mundo de las definiciones oficiales y ortodoxas; creemos que una revolución tiene que ser violenta, que en ella intervienen armas, asesinatos, conflagraciones, agresiones físicas.
La violencia de las revoluciones actuales, aunque puede llegar a la destrucción material, también puede consistir en que se autolimite a ejercer violencia simbólica y verbal, a cambiar las cosas a través del discurso. Tal vez sí ha permeado el ideal civilizatorio y progresista.
No importa quién gane, la verdad es que Estados Unidos es un país que hace varias décadas comenzó su decadencia política y se está fragmentando. El candidato que resulte ganador no será capaz de construir armonía, sencillamente porque “lo que el cinismo de arriba tiene en común con el de abajo es la dispensa autoconcedida de satisfacer las imposiciones excesivas de una moral universal” (Sloterdijk, 2020).
Para concluir, nuevamente cito a Peter Sloterdijk que apunta “el hiato es la grieta que se abre entre el ser humano y el entorno tan pronto como el individuo crítico hace uso de su competencia de problematización […], ‘ver los problemas’ es una manifestación de excedentes de energía y libertad. El ensayista austríaco Egon Friedell lo formuló de una forma que se volvió clásica: ‘la cultura es riqueza de problemas’”.