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viernes, noviembre 22, 2024

La valoración de la salud mental

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Es algo que damos por hecho: no tenemos problemas de salud mental. O si acaso, podemos resolverlos por nuestra cuenta. Basta un poco de voluntad, de echarle ganas… No hace falta ayuda.
Esa actitud es una constante entre pacientes y sus familiares. Durante años, la persona que sufre depresión, por ejemplo, la soporta a base de aguantarse, de callar, de proponerse ya no estar triste… Y los familiares, amigos, compañeros de trabajo, la felicitan por su esfuerzo y le aseguran que no necesita ayuda, lo está haciendo muy bien. Si alguno se atreve a sugerir la ayuda de un psiquiatra o un psicólogo, las reacciones van desde un “nooo, si no está tan mal…” hasta indignación y reproches por una afrenta así.
Después viene el shock, el impacto: ¿Por qué intentó suicidarse?  ¡Si estaba muy bien!
La organización Mundial de la Salud (2017) y la LIX legislatura de la República Mexicana, nos brindan la siguiente información:

  • Aproximadamente 1 de cada 10 personas sufre un trastorno de salud mental, pero solo 1% del personal de salud a nivel mundial presta servicios de salud mental.
  • En promedio, una persona con un problema de salud mental tardará 4 años en solicitar o recibir ayuda profesional. Hay casos de 20 años o más sin pedir atención profesional.
  • En los últimos años, las investigaciones han demostrado la factibilidad de ofrecer intervenciones farmacológicas y psicosociales en el nivel de atención no especializada.

La salud es un concepto unitario. Lo que afecta a la salud física, también afecta lo que llamamos mental: sentimientos, emociones, pensamientos, actitudes, nuestras capacidades de atención y aprendizaje, el estado de ánimo, tendencias y propensiones…
Así que esa gastritis, esa colitis, la tensión muscular, el dolor de cabeza, el insomnio, que consideramos de origen físico, no es raro que vayan acompañadas de irritabilidad, desesperación, ganas de llorar, desencanto por la vida…
Y le estoy platicando de la vida antes del COVID-19
A eso agréguele la inundación de noticias alarmantes, de información contradictoria, de indicaciones incompletas u opuestas entre sí, de soluciones milagrosas que han resultado ser mortales, la imposición de una distancia social y un aislamiento con severísimos efectos en la economía personal y nacional…
Empiezan las agresiones que no entendemos, las solicitudes que no se cumplen, la indiferencia de unos, el extremismo de otros y la desesperación de todos, pues incluso quienes creen que la pandemia es un invento, están muy molestos por la cantidad de “gente que se deja manipular…” ¿No es todo eso un problema de salud mental?
Y así las cosas en el exterior, la ciudad, la calle. Pero existen lugares cerrados llenos de tensión, temor, duda, angustia para pacientes, familiares y personal de salud: las salas COVID-19 y los lugares en los que se alojan familiares y los que son para pacientes no graves en especial foráneos. Quienes ahí laboran despliegan una enorme entrega, profesionalismo y optimismo; tienen el apoyo y el reconocimiento. Pero eso no quiere decir que su salud mental no esté amenazada. Piensan en su salud, en su familia, en sus padres… Y también se preocupan, ni modo, lo voy a decir, por las precarias condiciones en que brindan su servicio.
Muchas veces hemos escuchado: no te lleves el trabajo a la casa; los problemas del trabajo déjalos en el trabajo. Pero ahora muchos van a casa pensando que tal vez el problema lo llevan en los pulmones, en la piel. Igual cuando pasan cosas en el trabajo: errores, fallas, dudas. Se resuelven como siempre se han resuelto, pero ahora el margen de error es demasiado estrecho, pues todo lo que tiene que ver con el COVID-19 es de gran delicadeza para sociedad y gobierno.
Quienes han sufrido esas condiciones, tienden a pensar: me duermo y ya, le echo ganas y ya, lo olvido y ya, ni modo que tenga que ir a un psicólogo o tomar pastillas para poder hacer bien mi trabajo… Y su familia los apoya. Y todos lo callan, porque un problema de salud mental en un trabajador de la salud es un estigma gravísimo.
Fíjese bien que el asunto no es olvidar y volver a la normalidad. Eso no sucede. Pregúntele a quien ha pasado por un divorcio, una pérdida repentina, un accidente, un infarto. Y hay cosas terriblemente peores. Esas cosas nos hacen ver la vida de otro modo. Alteran la perspectiva y la escala de valores, pero no se olvidan así nomás: duelen hasta la eternidad, desintegran sueños, vacían la vida. Las potencialidades de una persona quedan sin efecto, enterradas. En las estadísticas leemos “desintegración familiar”, “disfuncionalidad”, “efectos en el rendimiento académico y la productividad laboral” y no nos damos cuenta de lo que hay detrás.
La estrategia es no dejar que la continua vivencia de tensión y estrés, recuerdos, pesadillas y demás desemboque en un problema. El estrés postraumático, por ejemplo, se diagnostica cuando los síntomas llevan ya más de un mes sin mejorar o empeorando. La persona afectada está irritable y cada vez más hasta que ocurre un hecho violento. Tal vez pequeño, pero violento, que será tolerado porque “el trabajo lo pone así”. Así empieza una espiral de violencia.
No deje que pase. Ya hay técnicas, formas de desactivación emocional que se aplican en forma rápida y sencilla antes y después del turno de trabajo. Y por supuesto, los foros para escuchar a quienes ya están sufriendo y no lo pueden revelar. Los ofrecen el Estado, el Municipio, las universidades, las iglesias y una buena cantidad de organizaciones profesionales y civiles. Sin embargo, es sorprendente la cantidad de personas que no lo saben, incluso en el ámbito de la salud.
En salud mental, como en todo, más vale valorar y prevenir. Evite los noticieros y la lluvia de información inútil, pues enterarse no sirve de nada y además en esos mismos noticieros nos presentan crímenes y tragedias que acrecientan nuestro malestar. Lo que hay que hacer para evitar el contagio, ya está dicho.
Si está en confinamiento, salga al sol temprano por la mañana, dígale a su cerebro “mira el amanecer, siéntelo, huele sus aromas…” Haga lo mismo al mediodía, al atardecer y por la noche. Trate bien a alguien o a algo, dígale cosas bonitas, aunque sea una maceta con flores. Si le da por llorar, hágalo.
Si está activo, yendo a la calle o al trabajo, siga las precauciones razonablemente.  Si se siente seguro con el santo cubreboca, pues úselo. Sentimos que al usarlo damos señal de “yo sí cumplo”, “yo me cuido y te cuido”, y nos sentimos seguros. Los seres humanos siempre andamos tras esas cosas que nos hacen sentir seguridad. Pero si le gana la indignación o el temor cuando ve a personas sin cubreboca, significa que ya es presa de sus propias emociones y está perdiendo la batalla. Porque la batalla es contra cinco terribles enemigos a los que ya hemos visto en acción y que ya han cobrado vidas: el miedo, la ignorancia, la superstición, el fanatismo y la intolerancia.
Gracias.
Lecturas:
La salud mental en México
http://www.salud.gob.mx/unidades/cdi/documentos/SaludMentalMexico.pdf
Organización Panamericana de la Salud (2017). Guía de intervención mhGAP para los trastornos mentales, neurológicos y por consumo de sustancias en el nivel de atención de salud no especializada. Versión 2.0. Washington, D.C: OPS; 2017. ISBN: 978-92-75-31957-4
*Licenciado en Psicología por la Escuela Nacional de Estudios Profesionales (ENEP) Iztacala.
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Ayudante de investigación en Universidad de Investigación Interdisciplinaria de la ENEP.
Profesor de Teoría de la Neurosis y Teoría de la Psicosis en la Escuela de Psicología de la Universidad de Sonora.
Diplomado en Innovación Educativa por la Universidad del Noroeste.
Diplomado en Trastornos de Ansiedad por la Universidad del Noroeste.
Anterior Psicólogo de la Estancia para el Bienestar y Desarrollo Infantil del Issste.
Actual Psicólogo en Hospital General Doctor Fernando Ocaranza del Issste.
Desempeño en Sector Público y Privado.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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