Un cubreboca no es una mordaza. Parece algo bastante obvio, pero en la última semana el uso o su falta ha hecho que la diferencia entre los dos objetos sea confusa.
Para empezar el cubreboca es un tipo de mascarilla hecha generalmente de tela, que es utilizada por médicos-cirujanos, anestesiólogos y enfermeras durante una cirugía, por su parte la mordaza es cualquier cosa que tape la boca para impedir hablar o gritar. Sin embargo, con la pandemia del coronavirus el cubreboca se ha convertido en un símbolo polisémico. Para unos, quienes están preocupado por la propagación del virus SARS-CoV-2, el uso de cubreboca representa que te preocupan las personas de tu comunidad y su salud; en cambio, para quienes la pandemia ha afectado su economía, que tienen que salir a buscarse la vida en una recesión, el utensilio de salud ahora significa la imposición de medidas de salud pública que están afectando su vida e incrementan la desigualdad social entre quienes pueden quedarse en casa sin muchos problemas y aquellos que no.
Esto último a detonado que en varias partes del país se vivan escenas que en mayor o menor medida muestran la frustración y el descontento social en donde el uso de cubreboca se ha convertido en el detonante de violencia y abuso policial como sucedió San Luis de la Paz, Guanajuato, donde policías municipales sometieron a golpes a una persona por no llevar puesta la mascarilla, o aquí en Hermosillo donde el cliente de un supermercado noqueo a un empleado que le pidió usar el utensilio médico.
Entre todos los casos de violencia de la semana pasada, el de Giovanni López, en Ixtlahacán de los Membrillos, municipio gobernado por el PRI, cobró relevancia nacional con un cabeceo en las notas que directamente acusó a la policía estatal como responsables del brutal asesinato, cuando el abuso policial fue cometido por policías municipales.
Las escenas de abuso policial, tanto en Jalisco, como en Guanajuato y en Baja California, cobran relevancia frente a la opinión pública porque evidencian la mala formación de los cuerpos policiales, su incapacidad para hacer un uso proporcional de violencia, así como su desconocimiento de los derechos humanos. En gran medida la mala formación de los cuerpos de policías de México y de muchos otros países como Estado Unidos, donde en estos mismos momentos se ven también protestas por los abusos de sus elementos, se debe al adoctrinamiento de la “teoría de la ventana rota”. Dicha teoría se popularizó en Estados Unidos en la parte más salvaje del neoliberalismo y su aplicación es la que ahora provoca que en Estados Unidos las minorías sean criminalizadas por prejuicios raciales y se justifique el abuso policial, detonando las protestas que ahora se viven por el asesinato de George Floyd.
De este lado de la frontera, las policías han imitado la teoría norteamericana, y aparte de usar prejuicios raciales, también usan el clasismo social para justificar la violencia que ejercen cotidianamente. Por esto en medio de la pandemia, el cubreboca se ha convertido en un símbolo que para las mal formadas policías mexicanas representa una mordaza que deben poner a todo mundo.
Desafortunadamente en México, el debate en redes sociales y en algunos medios de comunicación por el caso de Giovanni López, en lugar de centrarse en exigir justicia por el asesinato de un joven inocente por policías municipales mal capacitados con teorías violentas, así como tampoco se habla de cuáles deben ser a las medidas de no repetición entre las que se incluya la capacitación en el uso proporcional de la fuerza y en los derechos humanos. En cambio, el debate en redes se ha convertido en otra forma de mordaza, una que tiene su origen en rivalidades políticas entre un gobierno estatal y el federal. Giovanni merece justicia, así como los ciudadanos una policía más humana y de proximidad. Esperemos que en la vorágine informativa recuperemos el rumbo de cuáles deberían ser nuestras exigencias, y hacer que el cubreboca signifique solamente empatía y cuidado entre nosotros en medio de la pandemia.
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