Se entiende la urgencia de López Obrador y su gobierno por retomar el paso; las medidas de confinamiento están causando estragos en la economía. Pero eso no debería llevar a relajar la sana distancia.
Cuando faltan cinco días para que concluya la “Jornada Nacional de Sana Distancia”, México enfrenta el momento de mayor transmisión de la enfermedad generada por el nuevo coronavirus SARS-COV-2.
Los cálculos gubernamentales sobre el desarrollo de la enfermedad fallaron. La expectativa de reactivar la economía, reiniciar clases y reanudar giras presidenciales en junio se topa con la realidad y la contundencia de los datos que el subsecretario Hugo López-Gatell da a conocer cada día a las 19:00 horas.
En sólo una semana, la enfermedad avanzó lo que había avanzado en dos meses: más de 20 mil contagios y más de dos mil fallecimientos en sólo siete días.
Las cifras de la Secretaría de Salud han sido cuestionadas por expertos e investigaciones periodísticas que advierten sobre un enorme subregistro de contagios y muertes, pero aún sin hacer otras proyecciones, los datos oficiales bastan para provocar preocupación y alerta. Y para anticipar que la siguiente fase de la crisis –la llamada “nueva normalidad”– se parecerá más a la parálisis actual, que a la antigua normalidad.
La semana que termina fue la de mayores registros en todos los indicadores que la Secretaría de Salud ha establecido para medir y monitorear el avance de la epidemia en México.
De domingo a domingo, pasamos de 49 mil 219 casos confirmados en México, a 68 mil 620 casos.
Las defunciones reconocidas oficialmente por esta enfermedad pasaron de 5 mil 177 a 7 mil 394.
Los casos activos (registrados durante los últimos 14 días) se elevaron de 11 mil 105 a 14 mil 247.
Las camas ocupadas por enfermos de COVID-19 en todo el territorio nacional eran 8 mil 568 hace una semana; hoy, son 8 mil 779.
En el caso particular de Sonora, los casos confirmados pasaron de 1,005 el domingo anterior a 1,440 el pasado 24 de mayo. Lo que quiere decir que 435 contagios ocurrieron en tan solo siete días, el 30 por ciento de los acumulados en lo que va de la pandemia.
Y lo mismo puede decirse de las lamentables defunciones registradas en el estado, que pasaron de 49 el 14 de mayo a 80 el 27 de mayo. Los 31 casos de la semana representan casi el 39 por ciento del total de defunciones ocurridas en Sonora.
La cúspide de la curva no ocurrió entre el 6 y el 8 de mayo, como anunció el doctor Hugo López-Gatell el 21 de abril pasado, el día que anunció el inicio de la Fase 3, cuando aún se vislumbraba que el 18 de mayo algunos municipios regresarían a la normalidad y el 1 de junio todo el país iniciaría el regreso paulatino a las actividades.
El propio subsecretario ha bajado las expectativas, reservándose incluso la lista definitiva de los “municipios de la esperanza”, para no provocar retornos en falso a las actividades cotidianas.
En cuanto a la educación, muy lejos quedaron las palabras del secretario Esteban Moctezuma, que el mismo 21 de abril afirmó que el regreso a clases sería el 1 de junio.
Dos semanas después, el 13 de mayo, el funcionario reculó y aseguró que el regreso a las aulas se dará de manera escalonada, estado por estado y municipio por municipio, cuando las condiciones sanitarias indiquen que es seguro para los millones de alumnos.
Y en cuanto a las actividades del presidente Andrés Manuel López Obrador, las cifras indican que no podría –no debería– regresar a sus recorridos y actos masivos.
No sería lo más prudente, si lo más alto de la curva hasta el momento ha sido el periodo transcurrido entre el 17 y el 24 de mayo, y si no es posible, siquiera, saber durante cuánto tiempo más seguirán creciendo los contagios, ni cuándo comenzará el descenso en la transmisión del virus.
Se entiende la urgencia de López Obrador y su gobierno por retomar el paso.
Las medidas de confinamiento están causando estragos en la economía y en los planes de una administración con apenas año y medio en el poder.
Se sabe que López Obrador no comparte los indicadores y mediciones “creados durante el neoliberalismo”, pero no está de más recordar que la Secretaría de Hacienda prevé una caída del Producto Interno Bruto de -3.9 por ciento en 2020, y que el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) advierte que la pobreza por ingresos podría aumentar hasta en un 8 por ciento en este año, pudiendo afectar a 10 millones de personas.
Se sabe que, en todo el mundo, esta crisis causará más desempleo y marginación, y que es falso eso de que el COVID-19 es una enfermedad que afecta “a todos por igual”. Hoy, ya se puede prever que, como siempre, serán los más pobres los más afectados por la pandemia.
Un gobierno que puso a los pobres al centro de sus políticas públicas debe estar desesperado por la parálisis de la economía, pero eso no lo debe llevar a relajar las medidas sanitarias en el peor momento de la epidemia, ni a jubilar a “Susana Distancia” antes de tiempo.
En términos de salud, económicos y políticos, la última semana de mayo será crucial. Lo que se decida y se haga podría marcar, para siempre, el futuro de la “cuarta transformación”.