Como muchos saben la ruleta rusa es un mal llamado juego de azar que consiste en que un jugador coloque una bala dentro de un tambor de revólver, gire el cilindro, coloque el cañón en su sien y presione el gatillo para que luego les pase el arma a otros jugadores, terminando el juego cuando a alguien le toque un disparo.
El objetivo es medir la determinación a jalar el gatillo, pierde quien le tocó la mala suerte de encontrar la bala en su turno. Se supone que fue una práctica de los oficiales rusos en la época zarista, este juego ha sido descrito en algunos libros desde el siglo 19 y ha aparecido de algunas películas, lamentablemente también es causa de muerte de algunas personas en la vida real.
Hago referencia a este “juego” porque hoy en día ante una pandemia veo actitudes muy similares a jugar a la ruleta rusa, una cantidad significativa de gente ha tomado la decisión de que ellos son invulnerables a la enfermedad, es decir que pueden jalar al gatillo llevando una vida normal, ya que la enfermedad solo les pasa a otros o en realidad no existe.
De hecho, veo situaciones muy similares a lo que nos pasó en 2018, discusiones familiares, pleitos entre amigos, ridiculización de quienes creen que la pandemia es real al igual de la burla que se dio en aquel año hacia las personas que te pedían que razonaras tu voto. La mayoría ya tomó su decisión y enfrentará la realidad de acuerdo con su percepción sobre el riesgo que enfrenta.
En los meses que hemos convivido con esta nueva realidad, cada persona ha ido asimilando lo que pasa de acuerdo a su visión personal, hay quien niega rotundamente la existencia de la misma, otros tantos piensan que los mexicanos somos inmunes porque podemos comer tuercas y no nos pasa nada, otros muchos más han optado por ver muy lejana la probabilidad de enfermarse por lo que son los más críticos de las acciones preventivas por considerarlas exageradas, muchos también les preocupa más el daño a la economía por lo que prefieren correr riesgos y que regresemos a trabajar, es decir muchos prefieren jalar el gatillo y esperar que nos vaya bien.
Otro grupo de personas han optado por quedarse en sus casas, cambiar la mayoría de sus actividades diarias, seguir recomendaciones para la prevención del contagio, pero no sabemos si este grupo de personas serán la suficiente proporción de la población para prevenir el muy probable colapso de nuestro sistema de salud, como ha pasado en otros países.
El COVID-19 en México según cifras oficiales lleva alrededor de 25 mil casos confirmados y más de dos mil muertos, pero dado lo muy limitado del esquema de detección y la tardanza en el flujo de la información a nivel nacional es difícilmente considerada una cifra actual, según estimaciones epidemiológicas podemos andar sobre el millón de personas enfermas, la mayoría de ellos asintomáticos.
Dadas las características de este virus se estima que en los próximos dos años hasta un 80% de la población termine infectada ya que la vacuna específica podría tardar más de un año en estar lista, ojalá los esfuerzos científicos que se están realizando dieran frutos antes, para que este escenario desapareciera.
El instinto de supervivencia es algo natural en todos los seres vivos, adicionalmente a esto el ser humano tiene la capacidad de reducir sus riesgos, pero también de crearlos. Todos hacemos una evaluación subjetiva de los riesgos que enfrentamos y sus posibles consecuencias, si razonamos correctamente reducimos riesgos, si nos dejamos llevar por nuestras emociones podemos aumentar nuestros riesgos.
En la situación especial en la que nos encontramos tenemos el problema que si jalamos el gatillo no solo corremos riesgos nosotros sino muchas personas que tienen directa o indirectamente contacto con nosotros, a lo mejor no nos toca la bala, pero podemos enfermar a muchos a nuestro alrededor.
Posiblemente en los próximos meses se encuentren tratamientos efectivos y los escenarios de riesgo cambien drásticamente, precisamente este factor es el que hace más relevante tratar de no estar entre los primeros en contagiarse o contagiar a otros. Cada uno es libre de hacer lo que quiera, de correr los riesgos que considere conveniente, pero debemos de ser conscientes de que ponemos en riesgo a otros que confían en nuestro buen juicio.