Esta nueva palabra o concepto que también es llamada la mentira emotiva, describe la distorsión deliberada de una realidad en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las emociones y las creencias personales, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales.
Me refiero a las hoy famosas fake news, los otros datos, las realidades alternativas, las curas milagrosas, la negación del COVID 19, las múltiples teorías de conspiración cuyo último tema ha sido las redes 5G y la hegemonía mundial
La posverdad que vivimos se alimenta de la pereza mental, se aprovecha de los sesgos, de lo que preferimos pensar. Es decir, si algo que se publica en internet encaja con lo que pensamos o deseamos, sencillamente no lo cuestionamos, no razonamos lo que nos encontramos, queremos creerlo como cierto porque nos hace sentirnos bien.
Las redes sociales y el internet le quitaron el monopolio de la fabricación de mentiras emotivas a los gobiernos y a la prensa, hoy el más sencillo individuo puede inventar una nota, video, audio, foto o mensaje, y si ese material toca alguna fibra sensible de un número significativo de gente y se vuelve viral, en automático se le da el calificativo de verdad.
Los políticos actuales han sabido sacar mucho provecho de la posverdad, si alguna noticia no les es favorable basta con calificarla como falsa, con eso evitan ser llamados a cuentas, si alguien exige aclaraciones se le cataloga como un enemigo, ante una realidad negativa basta con crear una nota escandalosa que distraiga la atención hacia otro tema.
Vivimos en un mundo en donde convive la información bien documentada y validada con mentiras tendenciosas y sin ningún fundamento, el objetivo es dificultar la diferenciación, el crear confusión y fomentar una ciudadanía incrédula o cínica, creemos solo lo que queremos creer sin importar si es verdad o no.
El filósofo y escritor británico A.C. Grayling quien publicó recientemente un libro sobre la crisis de las democracias, asegura que “el mundo cambió después de 2008, tras la crisis financiera que generó un “tóxico” crecimiento de la brecha entre ricos y pobres, así como un profundo sentimiento de inconformidad en la clase media”.
El derrumbe financiero mundial de 2008 también tuvo el efecto de crear una enorme desconfianza en las autoridades y las instituciones, ya que muchas de ellas fallaron en su función de regular y supervisar a los diferentes mercados, esto provocó el nacimiento de una nueva conciencia social, se empezó a pensar en la necesidad de cambiar a la gente en el poder, buscar a políticos mas “cercanos a la gente”.
Esto explica como en los años subsecuentes empezaron a ascender en todo el mundo políticos poco ortodoxos, gente que hablaba diferente, críticos del sistema, figuras con ideas novedosas, con formas de actuar poco comunes, “personas como nosotros”, según pensaban los electores.
Hoy vemos como muchos países están gobernados por políticos “diferentes”, que no necesitan administrar con hechos y realidades, les basta con mentir o desinformar ya que tienen una base de personas suficientemente grande que quieren creer en ellos, en sus argumentos, en sus buenas intenciones.
Somos sociedades que en lo general ya no queremos creer en verdades universales, nos resulta más útil y confortable lo subjetivo sobre lo objetivo, creemos y afirmamos que todo es relativo y si alguien piensa diferente me está atacando a mí, no a mis ideas.
Pasamos de un mundo que estaba de acuerdo con la frase del filósofo francés Montaigne, según la cual la verdad es una y la mentira son muchas, a una nueva realidad de la cual el escritor británico Kenan Malik dice, vivimos en un mundo con demasiadas verdades.
Necesitamos pasar de esta etapa de relativismo que no nos llevará al progreso, ocupamos aprender a distinguir entre la realidad y la ficción, dejar de tomar decisiones y acciones en base a nuestros prejuicios, razonemos más, aunque nos resulte poco cómodo o difícil de aceptar, la realidad sigue siendo una, y tarde o temprano nos la encontraremos de frente.