Rebeca Atencia nombra a los chimpancés a los que ha rescatado como si fueran sus amigos de toda la vida. Son Derek, Macu, Congui o Lucy. Conoce sus reacciones y su personalidad, sabe lo que les gusta y lo que les da miedo y sería capaz de reconocer a cada uno de ellos. “Y no sólo por su cara, su complexión, o su forma de andar, sino que si alguien me dice que se ha escapado uno y ha hecho tal cosa, sé decirte inmediatamente quién es”, dice.
Esta veterinaria gallega, nacida en Ferrol, lidera el Instituto Jane Goodall en el Congo hace casi 16 años y ha dedicado toda su vida profesional al rescate y reintroducción de cientos de chimpancés en la selva. “A muchos les conozco desde que eran unos bebés, les he visto crecer, integrarse en un grupo, volver a la selva… Son como mis hijos”, recuerda.
En el centro de rescate hay más de 140 chimpancés. La mayoría llega malherida, víctima de la acción de cazadores furtivos. “Matan a sus madres para quedarse con la carne y a los bebés los venden como animal de compañía”. Muchas veces las autoridades consiguen capturar a los cazadores, rescatan a los chimpancés bebés y les llevan al instituto Jane Goodall en Tchimpounga. “Llegan heridos y traumatizados porque han asistido a todo tipo de atrocidades que le han hecho a sus madres y se fían poco de los humanos, como es normal”.
Allí se les asigna una cuidadora, que está con ellos día y noche para darles cariño y apoyo emocional. Después del período de cuarentena, que suele ser de unos tres meses, se integran en grupos de chimpancés. Luego se procede a una evaluación psicológica para determinar cuáles se pueden reintroducir en la selva. “Cuando se consigue es un momento único. A mí me sigue emocionando mucho, estoy viviendo mi sueño de niña”.
De Ferrol al Congo
Desde muy pequeña Rebeca tuvo claro lo que quería hacer: “Salvar animales”, dice con una sonrisa. Ella es la sexta de siete hermanos y su infancia ha transcurrido entre la naturaleza de los montes gallegos. “Estábamos en el campo todo el día y nos cruzábamos mucho con el guardabosques, Jaime, que lo sabía todo sobre esos montes. Me fascinaba”.
P. ¿Recuerda cuándo decidió ser veterinaria?
Un día hubo un incendio y se quemó todo el monte. Yo tenía 9 años y fue muy traumático. Al día siguiente fuimos a casa del guardabosques y él había rescatado a varias crías de animales, que curó y luego soltó. Ellos volvían por allí a veces y para mí era todo mágico, como una historia de cuento. Ahí lo decidí: “Quiero ser veterinaria y salvar animales como Jaime”.
¿Por qué los chimpancés?
Porque son tan cercanos a nosotros que te da escalofríos tenerles cerca. Las manos, la mirada, la forma como se expresan… y verles en cautividad me producía mucha tristeza. Quería trabajar con ellos en su entorno.
El sueño empezó a materializarse en 2004. Por esa época, Rebeca había conocido a Fernando Turmo, con quien luego se casaría, en el centro Rainfer de Madrid, que trabaja con chimpancés en cautividad. Fernando era diseñador gráfico y un apasionado de los chimpancés y cada año se iba a un lugar distinto de África a visitar santuarios de chimpancés.
Los dos soñaban con trabajar con grandes primates pero en un contexto de libertad y la oportunidad surgió entonces. “La única organización que hacía reintroducción de chimpancés era Help Congo. Yo fui a visitarla y me ofrecieron quedarme allí trabajando un año así que nos mudamos”. Ella para dirigir el centro durante un año y él como voluntario.
El centro de rescate de Help Congo estaba literalmente, en mitad de la selva. Vivían en casas de madera y la única conexión que tenían con el resto del mundo era una radio de baja frecuencia. “Que la mayoría de veces ni funcionaba”, recuerda Rebeca entre risas. “Al principio fue muy impactante y enseguida me obsesioné con todo lo que tenía que ver con la selva. Quería verlo todo, conocerlo todo”.
Se aprendió los nombres de todos los árboles que le rodeaban, los frutos que se podían comer y los que no, las plantas que los chimpancés usaban para curarse y las que no se podían tocar. “De repente todo tenía su vida propia, hasta los olores me despertaban emociones”, explica.
P. ¿Y cómo era su relación con los chimpancés?
Me enamoré completamente de ellos. Casi sin darme cuenta ellos mismos me empezaron a meter en su mundo. Ya no era una extraña sino una más. Sabía cuando estaban contentos, enfadados… Me metía con ellos en la selva y me avisaban de los peligros, si había un serpiente, si venía un elefante… De una manera totalmente natural empezaron a comunicarse conmigo y yo empecé a entenderles. Era como estar en otro planeta.
Rebeca es un torbellino: habla rápido, gesticula mucho, imita los sonidos de los chimpancés, sus gestos… Como si lo estuviera viviendo todo otra vez. Es una apasionada de lo que hace y eso se nota. Y fue esa pasión la que cautivó a Jane Goodall.
La heredera de Jane Goodall
“Fue un día a ver el centro y yo no sabía ni qué decirle. Llevaba un año aprendiendo francés y el inglés se me había olvidado, lo mezclaba todo, casi no me podía comunicar con ella. Pero bueno, le conté lo que estaba haciendo, y aunque sabía que Jane no creía en la reintroducción, le hablé de ella, porque era lo que hacíamos y lo que yo estaba viviendo. Y hay momentos en los que estás muy enamorado de lo que haces y creo que eso fue lo que yo le transmití”.
Fuente: El Español
que hermoso que haya gente como ella , que este en contacto con los animales es admirable. la felicito