Cuando empecé a escribir para este espacio pensé que me dedicaría exclusivamente a realizar reseñas literarias, pero a medida que las elaboraba empecé a percatarme de que, en todo caso, lo que hago son anti-reseñas, pues casi todas ellas están llenas de anécdotas, en lugar de una sinopsis y evaluación crítica de la obra, como en estricto sentido debe ser.
Las digresiones anecdóticas tienen una explicación sencilla, los seres humanos no somos unidimensionales ni monotemáticos, de ahí que en otras ocasiones me permita hablar de política, música, películas, pintura o cualquier otro tema de mi interés.
Sin embargo, son las entregas literarias las que despiertan mi vanidad de ser leído. La cuestión, no obstante, no se resuelve constatando que me lean o no, sino que esta ansia se genera por una necesidad de crítica que impacte en el desarrollo y mejora de mis capacidades escriturales.
Además empecé a cuestionarme si tenía sentido hablar sobre algo que a nadie interesa, los libros. Esta duda me acompaña de tiempo atrás porque si escribo sobre un ámbito donde escasean los interlocutores, difícilmente habrá retroalimentación, convirtiendo la actividad en vana y ociosa.
Cosa muy distinta sucede con los textos de corte político, donde el entorno actual, y esto incluye el mundo de la opinión, es violencia en estado puro. Todo lo que nace, y por lo mismo, todo lo que existe en el mundo político surgió del germen de la hostilidad y la ira.
Por ahora solo quedan a salvo quienes se resisten a opinar, aunque también se les empieza a acusar de cómplices. Las hordas de analfabetas políticos exigen posicionamientos, y cuanto antes mejor; tienen prisa por exterminar de una vez por todas a quienes disienten, y sumar a quienes coinciden como prueba de que sus opiniones llevan razón.
Pronto veremos una caterva de policías de la corrección política imponiendo la opinión ortodoxa como la única posible de expresarse, necesariamente en la vida pública y obligatoriamente en la privada.
Ahora bien, en un foro sobre Inteligencia Artificial al que asistí la semana pasada, en el que se habló sobre progreso tecnológico pero predominaron los temas y cuestiones éticas, uno de los expositores esgrimió alguna suerte de principios de la I.A.: 1. Para que haya toma de decisiones debe haber indeterminación; 2. La entropía es indeterminación; 3. Si la entropía es cero no hay comunicación; 4. El propósito de la comunicación es cambiar la conducta, y la que más llamó mi atención; 5. Si la percepción determina la acción no hay toma de decisiones.
El quinto punto retumba en mi cabeza. Tengo la convicción de que objetivamente el mundo no es inteligible por el individuo y es nuestra percepción e interpretación del entorno el que determinará la configuración de nuestra cosmovisión; por tanto actuaremos conforme pensemos y pensamos según percibimos.
Pero no soslayemos los puntos tres y cuatro, y recordemos el dicho “cada cabeza es un mundo” lo que significa que cada individuo tiene su cosmovisión –idealmente, porque muchos podemos ser autómatas sociales-, lo que forzosamente genera entropía y para disminuirla es preciso generar consenso, es decir, lograr que la conducta individual sea más o menos coincidente con la conducta social.
Si existe un Dios, si es una cuestión genética o fue invención humana, da lo mismo, el caso es que la palabra, el verbo, la comunicación es la única y exclusivísima herramienta por la cual podemos lograr cambios de conducta. Todo se reduce a esforzarnos por argumentar.
Desafortunadamente y continuando con la idea del mundo político, pienso que en el fondo ya nadie desea debatir, sino que todos aprovechamos para vomitar opiniones, agraviar e interrumpir la idea ajena. Nadie escucha.
He presenciado “conversaciones” en las que algún interlocutor llega a su conclusión mucho antes de que el otro exprese su idea. Se solicitan posicionamientos pero se advierte que, si no es coincidente con el propio no hace falta que uno lo exprese.
Con frecuencia se alega la falta de inteligencia de quien disiente, pero la otra parte nunca se da el tiempo de educar, instruir, o algo que requiere mucho menos esfuerzo, explicar. Escuchamos a gente ilustrada, académicos, intelectuales y líderes de opinión que creen tener opiniones razonables solo por manejar adecuadamente sus consolas de Nintendo, pero ¿qué progresos tangibles y han aportado realmente? ¿y con qué calidad ética?
Aunque de manera muy breve y consciente de que pareciera que el tema de este escrito era otro, todo esto que señalo lo veo firmemente entrelazado con el tema de los libros.
Durante el mes de febrero de cada año, a partir de 2015, el INEGI se ha encargado de levantar el “Módulo sobre Lectura” con el propósito de generar información estadística sobre el comportamiento lector de la población mexicana que tiene 18 años o más.
Entre la población que lee al menos un libro al año, en 2019 hubo una disminución de 8%, pasamos de 50 personas de cada 100 en 2015, a 42 en la actualidad.
Tres de cada cuatro personas declararon haber leído algún material como puede ser un libro, revista, periódico, historietas, página de internet, foros o blogs.
También aquí existió un decremento de 2015 a 2019; pasamos de 84.2% a 74.8%.
Ahora bien, 67.7% de la población declaró que lee materiales distintos a libros, como revistas, foros, blogs y páginas de internet. En el ejercicio se aclara que estos otros medios no incluyen lecturas disponibles en redes sociales.
Como colofón, me resta decir que el jueves pasado dio inicio la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, a la que me fui a dar una vuelta solo para percatarme de que los precios de los libros son exactamente los mismos que podemos encontrar en librerías, solo que adquirirlo en estas últimas tiene la ventaja de que podemos obtener un reembolso de 3% del valor del texto si contamos con tarjeta de cliente frecuente.
Solo editorial Almadía –que es mexicana y tiene su matriz en el estado de Oaxaca- tenía descuentos considerables; asimismo, editorial Siruela y Atalanta no colocaron algún stand en la Feria.
Me pregunto ¿qué objeto tiene una Feria sin descuentos? ¿Organizar un evento como este, propicia o incentiva la lectura solo por congregar un montón de editoriales? ¿Hay alguna relación causal entre el decremento de lectores y la carencia de espacios de debate serios? ¿Las opiniones públicas de los expertos son un aliciente para la lectura, o por el contrario, desincentivan la documentación al hacernos creer que repetir sus ideas nos dará la razón? ¿Existe un interés real por una actividad –la lectura- que implica silencio, pocas imágenes y saber “escuchar”?