os científicos han demostrando durante décadas que las palabras de los adultos ejercen influencia en la mente en formación de un niño. Lo que los padres dicen a sus hijos tiene consecuencias reales y hay ciertas palabras cuyas repercusión puede ser negativa. Esto no tiene nada que ver con la cultura, su ambiente ni su determinación, tiene que ver con las consecuencias concretas de las acciones de los adultos. Así que sí, hay palabras que deberían extirparse del vocabulario de los adultos, y no con el fin de fomentar una determinada ideología política, sino de ayudar a que los niños puedan convertirse en adultos felices.
Estas son las nueve palabras:
Por favor, no las uses…
“MANDÓN/A”
Este calificativo se les suele aplicar a las niñas pequeñas que asumen el liderazgo de un grupo de amigos. Es habitual que, debido al adoctrinamiento cultural sobre los roles de género, a muchas personas les choque que una niña lidere un grupo. El problema de llamar a una niña “mandona” es que se hace a modo de crítica. A una niña a la que llaman mandona básicamente se le está inculcando que el papel de líder no le corresponde a ella. ¿Y cuál ha sido el error de esta supuesta niña mandona? Ser asertiva, tener ideas y luchar por el mérito de esas ideas. Esta asertividad se debería inculcar en las niñas igual que se hace en los niños.
Eso no quita que no haya que enseñarles a ser respetuosos. Cuando los padres tienen problemas con un hijo que les exige las cosas a sus compañeros, el problema tiende a ser la forma de pedir las cosas, no el hecho en sí de hacerlo. En lugar de coartar la asertividad de las niñas, los padres harían bien en tratar su forma de hablar a la hora de llevar la batuta.
“CONSENTIDO/A”
El hecho de tener un hijo consentido no habla tan mal del hijo como de los padres, pero resulta que un niño al que le han concedido toda clase de privilegios también puede convertirse en un adulto con los pies en el suelo, sociable, empático y generoso, siempre y cuando los padres fomenten esos valores en casa. Llamar “consentido” a un niño deja claro que los padres perciben que hay algo irremediablemente corrupto en su hijo, pero lo peor es que enmascara la culpa de quienes hicieron brotar su avaricia, su egoísmo y su convicción de tener derecho a todo. Y esos culpables son los padres.
“LISTO/A”
¿Ahora resulta que es malo elogiar a un niño? No, pero puede resultar contraproducente, y es precisamente uno de los peligros de llamar “listo” a un niño. La idea de ser listo es que ha nacido con una inteligencia que le permite solucionar con facilidad ciertos problemas, pero olvida las verdaderas herramientas que hacen falta para solucionar un problema: creatividad, perseverancia y concentración.
¿Qué pasa cuando un niño al que le han insistido en que es listo se topa con un problema que es incapaz de resolver o a duras penas es capaz de solucionar? Puede desencadenar una crisis de identidad. En lugar de utilizar cumplidos vacíos, es mejor para el pequeño que se elogien las virtudes concretas que le han permitido resolver un problema. Así, el “qué listo eres” se convierte en algo mucho más útil: “Me encanta la forma en que te concentraste con esto para encontrar una solución”.
“ESTÚPIDO”
“Estúpido” es el hermano gemelo malvado de “listo”. Una de las razones por las que llamar “estúpido” a un niño es tan perjudicial es porque es un calificativo degradante. Ellos aprenden que es muy impactante llamar “estúpido” a otro niño. Esta palabra es el equivalente infantil a lo que entre adultos sería un “maldito idiota” y tiene la misma carga despectiva en edades tempranas.
Viéndolo así, ¿cuánto daño crees que le hace que se lo diga un adulto sensato a quien quieren y por quienes desean ser queridos? Súmale el hecho de que muchos niños ya comprenden que ese calificativo denota falta de inteligencia y esa palabra prohibida pasa a ser devastadora. Cuando un niño interioriza que es “estúpido”, su futuro se vuelve más desolador. Además, esa palabra se encuentra al límite del abuso verbal.
“PENDEJO/A”
La mayoría de los adultos probablemente jamás le dirían eso a sus hijos a la cara, pero los filtros que puede haber en el hogar suelen evaporarse en las redes sociales. Por alguna razón, algunos padres se sienten innovadores y cools cuando cuentan algunas anécdotas sobre los “pendejos” de sus hijos mareándoles por un motivo u otro, pero en estos casos está claro quién es el verdadero pendejo.
Cuando los niños ponen a prueba la paciencia de sus padres, no pretenden ser unos pendejos, están pasando por unas etapas de desarrollo normales. En estas etapas desarrollan ciertos comportamientos que les ayudan a conocer el mundo y su papel en él.
Además, ¿por qué iban a querer unos padres describir a sus hijos como unos pendejos ante amigos o desconocidos que apenas tienen contacto con ellos, independientemente de lo que les digan realmente en casa? Es más, es un calificativo que puede volverse una bomba de relojería si algún día los hijos lo descubren en las redes. Al final, eso que los padres pensaron que estaban diciendo a espaldas de sus hijos puede aparecer claro y reluciente en una pantalla ante sus narices. Buena suerte si es el caso.
“EGOÍSTA”
Aquí va un dato interesante sobre el desarrollo cerebral en la infancia: los niños son egocéntricos de forma natural e inherente. Hasta que no cumplen 3 años aproximadamente no han desarrollado por completo la teoría de la mente, que es la capacidad de entender que las otras personas pueden tener ideas y sentimientos diferentes de las suyas.
¿Qué significa eso? Que un niño pequeño es incapaz de entender por qué iba alguien a opinar distinto si a él se le antoja un jugo. Puede que parezca egoísta, pero el egoísmo implica también maldad. Pensar que un niño tan pequeño tiene maldad y calificarlo en función de ello es peligroso.
No es cuestión de no enseñarles a los niños que sus acciones tienen consecuencias en los sentimientos de los demás. De hecho, la mejor forma de enseñarles la lección de las consecuencias es la culpa, y es bueno que la sientan cuando convenga. Sin embargo, llamarles egoístas no les hace ningún bien. Enseñarles a sentir empatía mostrándoles las consecuencias que ha tenido cada una de sus acciones es una táctica mucho más acertada.
“MENTIROSO/A”
Al igual que sucede al llamarles egoístas, al llamarles mentirosos se da por hecho que había maldad en su intento de engaño. El primer problema que suscita esa palabra es que los niños no actúan con maldad cuando mienten. El segundo problema es que pasa por alto todos los logros intelectuales que ha alcanzado un niño al decir una mentira, logros que, de hecho, deberían celebrarse.
Además, esa palabra sirve para confundir a un niño, dado que la propia sociedad fomenta las mentiras en el día a día. Por ejemplo, da igual cómo huela la abuela, jamás de los jamases debemos hacer comentarios al respecto.
“PRINCESA”
Aquí hay que puntualizar algo: si el calificativo se lo pone de forma voluntaria porque adora a las princesas heroínas, entonces, por supuesto, deja que lo sea. Sin embargo, no hay motivo alguno para que los padres le cuelguen a su hija el cartel de princesa rosa y modosita antes siquiera de que ella haya podido explorar otras identidades.
No es tanto un problema de género como de fomentar la autosuficiencia, el valor y una imaginación libre para conocer otros roles que no tengan que ver con castillos y príncipes apuestos.
“ROMPECORAZONES”
Decirle esto a un niño pequeño es típico de muchos padres y familiares que creen que se trata de un cumplido. No hay que darle muchas vueltas para entender por qué es un calificativo inapropiado.
Por un lado, introduce al niño en el contexto del amor y la sexualidad una década antes de que tenga edad de importarle. No solo eso, sino que es uno de los primeros pasos que se le hace caminar al niño para que piense que el papel del hombre es tener el poder y que parte de ese poder consiste en su capacidad de romper corazones. ¿Qué tiene eso de elogiable?
Es cierto que el supuesto rompecorazones quizás aún no comprenda bien los roles de género, el amor y la sexualidad, pero sus padres sí. Realmente, es la clave misma de muchos de los calificativos que los padres les dan a sus hijos: muchas palabras peligrosas no lo son por cómo se perciben los niños a sí mismos, sino por cómo lo hacen sus padres y cómo modifica esa percepción su conducta para mejor o, mucho más a menudo, para peor.
Información tomada de www.excelsior.com.mx