“La vida es breve, el arte es largo, la oportunidad fugaz, la experiencia engañosa y el juicio difícil” (Hipócrates).
Siguiendo la lógica de la vieja frase de “tiempos traen tiempos” se pudiera decir que “epidemias traen epidemias”. Lo anterior pudiera significar más o menos que cada cambio trae consigo nuevas formas de manifestación de fenómenos que no son necesariamente nuevos pero que alguna variante en su contenido les da características distintas, atemorizantes por sus posibles implicaciones y potencialmente peligrosas por los efectos previsibles, de acuerdo con la mentalidad de quien los percibe y, desde luego, el momento político, económico o social en que aparecen.
No hace mucho la sociedad mundial palidecía ante la terrible amenaza de un virus que pasaba por ser una gripe potenciada al máximo y que requería tomar medidas extremas para salvaguardar la salud de la población, entre las que destacaba la compra masiva de cubrebocas, gel antibacterial y grandes dosis de Tamiflu, producidos y distribuidos por empresas ligadas accionariamente al entonces vicepresidente de EEUU.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) desde luego se convirtió en propagandista del maravilloso medicamento y los gobiernos bien portados y siempre alertas no repararon en gastos para comprar y distribuir dicho producto, y el personal de salud se encargó muy institucionalmente de servir de correa de transmisión de la información y las medidas preventivas y terapéuticas.
Imagínese usted, una epidemia de gripe donde el microbicho causante había saltado de un animal a un ser humano, burlando limpiamente la barrera de las especies. Así las cosas, había que mirar con sospecha a las aves y los cerdos, como ahora a los murciélagos preparados en sopa o alguna nueva especie culpable, de acuerdo con el sabio y oportuno juicio de las autoridades mundiales de la salud y la confiable industria farmacéutica.
Usted recordará que cuando se lanzó a la fama el virus H1N1 inicialmente se habló de una pandemia, de una ola monstruosa y letal que barrería con media humanidad si no se hacía algo, entendido por esto la provisión del famoso medicamento Tamiflu y toda la parafernalia que debían montar los servicios de salud nacionales y estatales, así como las medidas preventivas de las instituciones públicas y privadas. De repente todo mundo andaba de incógnito, es decir, con medio rostro cubierto, y siempre alerta en no saludar de beso, apapacho o apretó de mano, con la infaltable aplicación de un generoso chorro de gel antibacterial antes, durante y después de cada encuentro social.
Como complemento, se vio necesario reforzar la aplicación de vacunas contra las afecciones respiratorias estacionales en medio de un jolgorio público-privado por hacerle el caldo gordo a la industria transnacional de los medicamentos. Se podrá imaginar el grueso caudal de recursos logrado y el destino de ese esfuerzo de alcances mundiales.
A estas alturas, muy pocos dudan de que una muerte en medio de estornudos y sudoraciones es posible y que está al alcance de la mano, misma que debemos blindar con gel antibacterial durante nuestras actividades diarias.
Todo está bien porque la salud debe protegerse, pero en realidad ¿cuántas muertes estuvieron asociadas a la tremenda gripe H1N1? Ninguna más allá de las registradas cada año en las estadísticas estacionales, es decir, murieron el número que más o menos muere cada estación por motivo de gripe.
Entonces ¿cómo se sostiene el calificativo de “pandemia”? ¿Qué puede apoyar el despliegue mundial de medidas preventivas que, finalmente, se traducen en costos más que elevados para los gobiernos e instituciones involucrados? Al parecer, tenemos una versión en salud del famoso parto de los montes; o dicho de otra manera, mucho ruido y pocas nueces.
Lo anterior hace inevitable pensar en que la economía del sector farmacéutico ligado al mundo anglosajón recibe un apuntalamiento mayúsculo que le permite resarcir sus pérdidas y reinvertir, o canalizar recursos a otras inversiones redituables como son la fabricación de armas o cosa parecida.
Independientemente de la razón preventiva en salud, el hecho es que el alarmismo mundial favorece a ciertos grupos empresariales, y que tales hechos tienen un buen componente de manipulación mundial que, seguramente, favorece a alguien. El terror y la zozobra de los pueblos permite que alguien se erija como portador de respuestas y soluciones, siempre a cambio de algo…
De todos modos, no está de más tomar las precauciones del caso, aunque observando con ojo crítico el sentido y pertinencia de las medidas que la salud pública proponga. No se exponga a cambios bruscos de temperatura, cuide su aseo y alimentación, evite lugares con ambiente viciado, tome vitamina C, haga enjuagues bucales con agua salada y, sobre todo, que no se lo lleven al baile.
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