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lunes, octubre 27, 2025

El Gran Dragón frente al Imperio del Hielo: ICE, la Gestapo del siglo XXI

Sara Thomson
Licenciatura en Periodismo. Maestría en Administración Pública. Doctorante de Administración Pública en el ISAP.

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En la crisis multitemática que vive Estados Unidos, una sigla habla más que cualquier discurso: ICE. El Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE, “hielo” en inglés) no es solo una agencia; su nombre es una declaración de principios. Frialdad, dureza, inmovilidad. Reemplazó al antiguo Servicio de Inmigración y Naturalización (INS), eliminando cualquier noción de “servicio” o “integración” para tratar a las personas como contrabando que interceptar.

Las prácticas de ICE, difundidas en redes sociales y noticieros, son un eco aterrador de la Gestapo nazi. Su poder no reside solo en las redadas y las deportaciones, sino en la atmósfera de miedo omnipresente que crea. Comunidades enteras, como Huntington Park en California, se paralizan. La gente no sale, los negocios operan tras puertas cerradas. Esto trasciende la aplicación de la ley; es una herramienta de control social que castiga colectivamente, sembrando una autocensura que recuerda al peor pasado autoritario.

Este no es un camino nuevo. La historia nos muestra el ciclo autodestructivo de los imperios que abrazan la crueldad. Cuando una nación, como la Alemania nazi, adopta políticas exterminadoras y proclama a su pueblo una “raza élite”, siembra su propia ruina. La supuesta superioridad, al ser antinatural, solo se sostiene con una fuerza bruta que desata la maldad sistémica y la crueldad institucionalizada.

Pero existe una ley universal que ningún régimen puede violar eternamente: el instinto de supervivencia. La desesperación, la humillación y el hambre de un pueblo oprimido no lo debilitan, sino que lo cargan de una potencia explosiva. Llega un punto de no retorno en el que el reprimido, al sentirse despojado de todo—dignidad, futuro, sustento—decide que ya no tiene nada que perder. En ese instante, cualquier forma de guerra se vuelve inevitable.

Y aquí se dibuja la ironía final, el karma geopolítico. La nación que siembra el terror más allá de sus fronteras termina convertida en su centro. Alemania no solo fue derrotada; se transformó en el epicentro del repudio mundial, un ejemplo eterno de maldad. Su liderazgo y poder fueron borrados del mapa.

En el vacío que deja ese desprestigio, surge inevitablemente un nuevo actor que se presenta como el redentor. Para la Alemania nazi, ese poder fue Estados Unidos.

Hoy, la pregunta que salta es: ¿Está Estados Unidos preparado para repetir el ciclo, pero esta vez en el papel de Alemania?

Si una potencia moderna insiste en este camino sombrío, el mundo no se quedará de brazos cruzados. Y en el tablero global del siglo XXI, no será una potencia transatlántica la que ocupe el rol de “liberador”, sino muy probablemente China.

Con su poderío económico, influencia diplomática y visión estratégica, China estaría en una posición inmejorable para liderar la coalición que detenga al agresor, presentándose ante la historia como la fuerza estabilizadora. Al hacerlo, no solo ganaría una contienda, sino que arrebataría el liderazgo global indiscutido, relegando a la nación que una vez fue hegemónica a la irrelevancia moral y política de los imperios fracasados.

A los americanos, les queda la alternativa de la experiencia política del partido opositor, que ve derrumbarse ante sus ojos irónica y literalmente la “Casa Blanca” uno de los símbolos del poderío norteamericano más emblemático.

El “hielo” de la deshumanización no congela el poder; lo derrite. Y en este caso, ese deshielo podría ceder el dominio mundial al gran dragón chino.

“La crisis de Estados Unidos representa una amenaza existencial para México, pero también es una oportunidad histórica para redefinir su papel en el mundo, rechazando la cómoda pero peligrosa tentación de una ventaja cínica a corto plazo. El camino no es alinearse ciegamente con uno u otro gigante, sino fortalecerse para navegar la tormenta como una nación enteramente soberana, dueña de su destino en un mundo incierto. Lo que sigue,  es trazar esa ruta con precisión, porque, al fin y al cabo, todos navegamos en este mismo barco. Es hora de girar el timón con decisión y escapar de la deriva hacia congelante hielo.”

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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