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lunes, septiembre 29, 2025

Claudia Sheinbaum y el estilo personal de gobernar

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Es difícil definir el estilo personal de gobernar de la presidenta Claudia Sheinbaum sin caer en lugares comunes: analizarla desde el hecho de ser la primera mujer presidenta o desde la simplicidad chabacana de la oposición, que insiste en verla como la ejecutora de las decisiones de Andrés Manuel López Obrador.

Ni una ni otra alcanzan a desentrañar el complejo estilo de una presidenta que ha sido ella y su circunstancia.

Escribía Daniel Cosío Villegas, en su famoso, pero poco leído, ensayo publicado a la mitad del sexenio de Luis Echeverría, que “el estilo personal de gobernar” está dado por la personalidad del primer mandatario, una mezcla de temperamento, carácter, simpatías, diferencias, educación y experiencia personales.

“Puesto que el presidente tiene un poder inmenso, es inevitable que lo ejerza personal y no institucionalmente”, advertía Cosío Villegas, “o sea que resulta fatal que la persona del presidente le dé a su gobierno un sello peculiar, hasta inconfundible”.

A un año, la pregunta sigue siendo; ¿cuál es ese sello peculiar de Claudia Sheinbaum?, ¿cuál es el estilo derivado de su temperamento, carácter, educación y experiencia?

Cuando se observa a la presidenta —con el inevitable referente de su antecesor—, múltiples palabras se vienen a la mente: serenidad, discreción, prudencia, contención, trabajo, exigencia, firmeza…

Una mezcla de esos atributos es lo que ha dejado ver Claudia Sheinbaum en su primer año, al enfrentar los momentos críticos: desde la llegada de Donald Trump a su segundo mandato y la amenaza de los aranceles, hasta el desafío permanente del crimen organizado y el recrudecimiento de la violencia en Sinaloa y otros estados; pasando por las revelaciones de casos de corrupción y excesos de personajes encumbrados del partido-movimiento, y los problemas cotidianos de un país complejo y diverso.

Quizás, en la balanza han sido más los logros y las buenas noticias que las calamidades, pero el primer año no ha sido un día de campo.

La disciplina es el sello de la casa

Partamos de una obviedad: a estas alturas, ya sólo los opositores más trasnochados creen en la caricatura de una mujer dominada por los designios de un hombre que opera desde Palenque, Chiapas.

Claudia Sheinbaum gobierna, y gobierna distinto.

Quienes conocen la vida cotidiana del Palacio Nacional aseguran que, a pesar de la rutina heredada de López Obrador (los honores a la bandera en la madrugada, la reunión de seguridad y la conferencia mañanera), la vida ha cambiado mucho en la sede del gobierno desde el 1º de octubre de 2024, cuando Sheinbaum asumió la Presidencia.

Las reuniones son menos emotivas y las decisiones menos impulsivas. Se pasó de la simple voluntad presidencial y la ejecución basada en los prejuicios, los reflejos y los instintos del primer mandatario, a una toma de decisiones basada en evidencia y mucho cálculo político.

Las respuestas de la presidenta en la mañanera se calculan, no se improvisan. Sheinbaum no se pierde en soliloquios, ni pierde la compostura ante cuestionamientos que le incomoden.

A la importancia de los datos y la evidencia, se suma la presión a los colaboradores y a las áreas de todo el gobierno, que siempre que reciben una orden o petición de la oficina presidencial, ésta viene con una instrucción: “era para ayer”.

Esto ha descolocado a algunos miembros de la nueva clase gobernante, pues alteró los ritmos de la “cuarta transformación”. Si en el primer piso la orden de AMLO era hacer dos sexenios en uno trabajando al doble que en administraciones anteriores, en el segundo piso se aspira a que todos circulen al triple de velocidad y sin margen de error.

Si la presidenta empieza a trabajar a las 5:00 de la mañana y sigue atendiendo asuntos a las 10:00 de la noche, espera que todo su equipo esté alerta y le siga el paso. Si ella duerme con un ojo abierto, ¿por qué habría de roncar a pierna suelta un subsecretario o un jefe de departamento?

Los mensajes a sus colaboradores pueden llegar en fin de semana, a altas horas de la noche, de madrugada o en día festivo, y eso no es por copiarle a AMLO, como insinúan algunos ingenuos detractores, sino porque ella tiene un ritmo de trabajo aún más exigente que el de su antecesor.

Los datos de la biografía de la presidenta —su estilo de ser y gobernar– así lo confirman: fue una estudiante de excelencia, una académica rigurosa, una jefa de Gobierno meticulosa y una candidata que no cometió errores.

En 2024 fue notorio que, frente al caos de la campaña de Xóchitl, en la de Claudia se tocaba por nota. Y esa disciplina, aparentemente, sigue siendo el sello distintivo de Palacio.

El partido-movimiento

Antes de “El estilo personal de gobernar”, Daniel Cosío Villegas publicó un ensayo titulado “El sistema político mexicano”, que de hecho dio pie a que le dedicara su atención a los rasgos peculiares del presidente y su influencia en el gobierno.

En ese ensayo, Cosío concluye que las dos piezas fundamentales del sistema político mexicano son una Presidencia de la República con facultades de una amplitud excepcional, y un partido político oficial predominante.

En tiempos de restauración del presidencialismo basado en un partido hegemónico, la relectura de Cosío Villegas también puede ayudar a entender a Sheinbaum, como cabeza de un partido-movimiento que posee condiciones, características y ventajas similares a las que tuvo el PRI.

Y quizás es ahí donde Sheinbaum, o el denominado “Claudismo”, han encontrado las principales resistencias a su estilo personal de gobernar.

La disciplina férrea, la serenidad, la discreción y la templanza no son atributos de los líderes parlamentarios, algunos dirigentes del partido y los partidos aliados (Verde y PT).

La cabeza fría con la que Sheinbaum ha enfrentado el desafío de Donald Trump contrasta con los arrebatos de personajes como Gerardo Fernández Noroña, hasta hace poco presidente del Senado, o Layda Sansores, gobernadora de Campeche.

La austeridad y discreción con las que la presidenta se ha conducido en su primer año no son atributos seguidos por el líder de los diputados, Ricardo Monreal; por su secretario de Educación, Mario Delgado, o por el secretario de Organización de Morena, Andrés López Beltrán.

Aún así, la presidenta contó con sus bancadas para ejecutar el Plan C de reformas constitucionales que le heredó López Obrador, y pudo operar con Morena las elecciones del Poder Judicial, en donde ganaron las candidaturas beneficiadas con la “operación acordeón”.

La política no ha sido un problema para Sheinbaum, que ahora se apresta a hacer una reforma político-electoral de alcances aún no conocidos.

Pero la resistencia a las únicas dos reformas políticas que ha pedido la presidenta al Congreso —para frenar el nepotismo y la reelección— han sido combatidas por personajes de Morena y aliados, que aún mantienen viva la esperanza de repartirse los cargos que estarán en disputa en 2027.

Así, la impresión de que en el “partido-movimiento” no se obedece a Sheinbaum como se obedecía a AMLO no sólo es una narrativa inventada por la oposición, sino una versión alimentada por conspicuos miembros de la cúpula partidista.

En el análisis del primer año, quedará constatado el hecho de que “Andy”, Adán Augusto y Fernández Noroña hayan provocado más dolores de cabeza a la presidenta que Alejandro Moreno, Jorge Romero o Jorge Álvarez Máynez, líderes de una oposición irrelevante.   

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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