No recuerdo dónde, ni de quién leí, que los humanos somos los animales que más tendemos a la esclavitud. Esto, me lleva a pensar, que podría ser una relación sado masoquista, pero de tipo social, en donde unos de los nuestros, nos eslavizan, y en montón, el resto, entramos al redil como obedientes borregos listos para una perene esquilmación. Pero esta historia, viene desde muy atrás.
Hace escasas semanas, presencie algo que usted (tal vez) vio, a dos lideres del país más poderoso del planeta, enfrentarse en un ¿debate?, en donde, uno como espectador, no necesitaba ser psiquiatra o psicólogo, para percibir a aquella mirada de uno de ellos, quien sin ver a nadie (pero, sí visto por millones de visores en la tele), hacía muecas, poses, dengues y risas “sin reírse”, y cuando su contrincante se acordaba y le exponía algunas de sus fechorías, entonces, su rostro se le ponía rojo y el tronco de su cuerpo inquieto, lo ladeaba de un lado para otro, no sé si por vergüenza, o por sentirse pillado por algo que no deseaba que se oyera, de nuevo, en aquel encuentro público. Usted sabe que el lenguaje corporal no tiene escondites. Entonces, me cuestioné: ¿En qué manos está la vida del planeta? ¡SÍ! Del planeta entero.
En el tiempo, la vida corre veloz. En otro acto, uno de ellos salió con el puño en alto y la oreja sangrando y la intención del voto se inclinó a favor del drama y, “dramáticamente” el anciano desmemoriado renunciaba a su candidatura presidencial.
Le decía, algo sobre la habitud humana, en la cual tendemos a tener una relación pública/política sado masoquista, que nos viene desde lejos, y que persiste hasta el día de hoy, tal vez, por los coscorrones, que han sido el <dialogo>, con el cual, desde la infancia de los tiempos, en nuestras niñeces, hemos venido aprehendiendo, a callar y obedecer, en donde al desobediente se castiga con más coscorrones, de quien pone, e impone, el “orden: natural”.
Allá, en Roma, cuando fue la capital del mundo de aquel entonces, la consigna política del imperio romano era: “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”, y así, con aquella lógica, sus legiones abrían caminos, llevando una tecnología bélica de punta, con la que daban coscorrones mortales con su letal, pila fossata, a aquellas naciones que osaran contravenir el orden, “natural” del Emperador. Así conquistaron: Italia, Hispania, Britania, Galia, Elvetia, Germania, Macedonia… Enseguida, todos los caminos, directo iban a dar a Roma, llevando las riquezas de aquellos pueblos “barbaros”. Pero también, por aquellas transitadas calzadas, iba una cultura, que hablaba en latín, de sus leyes, de sus dioses romanizados que antes fueron divinidades griegas, de sus banquetes y aromas, de su ciencia con su tecnología y de su arquitectura, que hasta el día de hoy nos asombran sus, anfiteatros, sus puentes, sus acueductos, sus coliseos…
Dice María Roca, que en la historia de la humanidad ha habido más de dos mil quinientos imperios.
Doy un salto, y vemos a, Isabel la Católica, la fundadora de la España actual, con sus navegantes bogando por la mar océano. en busca de sabores para condimentar su comida, y su imperio, con sus bisnietos, las velas de sus navíos, desde todos los mares del planeta, directos iban a dar a España, cargados de oro y plata. Eso, si es que antes, no se los robaban, los corsarios, ingleses, franceses y holandeses. En este continuo navegar, imponían su cultura, obvio, igual como todo imperio, destruían las culturas de las naciones originarias, en nombre del “orden, natural y divino”, de su Majestad.
Todos los imperios tienen su principio y su final. Se me viene a la mente la frase popular: “El poder corrompe. Pero el poder absoluto, lo corrompe todo”.
Inglaterra se hizo dueña de los mares y de medio planeta, su imperio desplazo al imperio español y su principal colonia en América se independizó de ellos, y estos angloamericanos, pronto empezaron a “comprar”, con invasiones bélicas, grandes territorios, con el pregón de: “América para los americanos”. En cierta ocasión, le dije a un amigo ciudadano del vecino país del norte, que yo también era americano. Le extrañó mí afirmación. “No”, me respondió, “Tú, eres mexicano”. “Cierto” le dije, “Pero soy también americano, porque nací en el continente americano. Se quedó pensativo. Bueno, con este “América para los americanos”, todo el resto del continente al sur de su frontera, hemos venido siendo sus colonias. Y hay de aquel que pretenda quebrantar su orden “natural y divino”. Los coscorrones se desatan. Viene la primera guerra mundial y las colonias europeas sufren un reacomodo entre los colonizadores europeos. Veinte años después, un gesticulador paranoico, desea poseer el planeta, y estalla la segunda guerra mundial. ¡Uf! con los millones de muertos. Y con los coscorrones multi homicidas, de dos bombas atómicas, terminaron el conflicto. Ahí, con la aparición del muro de Berlín, los EE. UU. se posicionaron como los reyes de la mitad de la tierra, y con la caída del muro, los mares, el aire y el espacio sideral el planeta, les pertenece. Luego, los chinos, con su mano de obra de hambre, inundan el mercado del comercio global con sus productos baratos. Las grandes empresas de talla mundial trasladan sus fábricas, hacia a aquel enjambre que trabaja para comer. Las ganancias son mayúsculas. Hace poco tiempo le pregunté, a una empleada de una tienda de bellos suvenires españoles, en Madrid, sobre quien era el dueño de aquel gran negocio. “De aquí, de lo único que no son dueños los chinos, son las corridas de toros”, me respondió. Desapercibidos, los chinos, ahora, amenazan al imperio más grande que ha conocido la historia: Los EE. UU.
Hoy, los habitantes del planeta Tierra, ¡Tierra de todos, está en manos de unos cuantos!
Espero que el pueblo norteamericano elija a un nuevo gobernante que sepa dialogar.
Y nosotros, como nación, con esa habitud, sado masoquista social, de callar y obedecer, creída como natural, y en ocasiones hasta divina. Deberíamos de darnos cuenta, que nuestra conducta, aunque venga de antaño, ha venido siendo aprendida y guardada en el inconsciente colectivo, que se traspasa a través de una cultura que se trasmite de padres/escuelas a hijos, diseñada para satisfacer un orden, natural…
Las bombas atómicas, de ambos bandos, están en manos de unos desquiciados sin memoria.
Un coscorrón atómico nos amenaza.
Pero, ya en corto; le pregunto a usted: ¿Qué y cómo podríamos aprender para enseñar a nuestra descendencia un aprendizaje, que nos ayude a poseer una habitud de diálogo para el consenso, para dejar de lado los coscorrones?
José Rentería T. Agosto del 2024