“Nuestras vidas comienzan a llegar a su fin el día que dejamos de hablar sobre las cosas que importan”
Martin Luther King
Recuerdo aquella frase tomada de Cervantes, cuando el caballero Don Quijote y su escudero, Sancho, buscan el palacio de Dulcinea, pero al descubrir que el enorme bulto que vieron no era un alcázar sino el templo del pueblo, el hidalgo dice: “con la iglesia hemos dado, Sancho.”
La frase se toma como una crítica, con cierto grado de ambigüedad, hacia la intervención de la iglesia en asuntos que contradicen aquella división evangélica entre el ámbito de lo público y lo religioso: “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
En el actual contexto político-electoral, donde de ven a diario opiniones en favor o en contra de tal o cual abanderado del racimo de siglas que se une en dos proyectos, según se proclama, contrarios, es fácil declarar que la realidad se pinta de blanco y negro: bueno y malo, aceptable o rechazable, libertad o tiranía.
En la república de los enanos las cosas deben ser de tamaño pequeño, compacto, sin matices alarmantes para la inteligencia liliputiense de quienes asumen el papel de votantes, de decisores en el gran juego que define el destino de la patria, de la vida en común.
Lo anterior tiene que ver con la forma en que algunas entidades suponen que el mexicano común ve las cosas ni tan claras ni tan distintas, por lo que requiere que voces autorizadas por la sotana y el alzacuellos le iluminen el camino electoral: estos sí y aquellos no. Unos son buenos y limpios y los otros satánicos y comunistas.
Pero en el juego donde las canicas ruedan según el impulso, el piso debe estar parejo, la cancha tersa y nivelada y, además, vigilada 24/7 para que ninguna mano ociosa esparza migas de pan, gotas de mermelada o arena sobre la mesa. Se supone que el INE pone ojos y mente en el cuidado topográfico del desplazamiento de las canicas electorales.
La oposición, arracimada en la coalición “fuerza y corazón por México” alega y reclama piso parejo, ante la evidencia de que su ausencia de estatura propositiva y congruencia declarativa le ocasiona un daño terrible frente a la contraparte que sostiene un discurso articulado y consistente, basado en realidades fáciles de comprobar.
Del lado del Prian del junior X. González se alinea una fracción de la iglesia, caracterizada por estar colgada del viejo frenesí cristero que ve moros con tranchete a la vuelta de la esquina, mientras se afana en seguir siendo la guía profética de un pueblo que clama por seguir siendo pastoreado.
Los hombres de sotana en bronca existencial con la historia, prefieren resucitar el espíritu de la guerra fría, el terror a los “rojos”, a todo aquello que la santa inquisición dejó de lado por el hecho de desaparecer por muerte institucional gracias al cambio de la historia, de la novedad del contexto donde surge la palabra “democracia”, “libertades”, “ciudadano”, “poder público” y “republicano”, apagando la hoguera donde se arrojaba a los ateos y los comunistas, ¡sea por Dios!
Sin embargo, en medio de la andanada de maldiciones y condenas, aparece Monseñor José Manuel del Río Carrasco, prelado de Honor del Vaticano, que manda su bendición a la candidata de la coalición encabezada por Morena, lo que, con guante blanco y mejores intenciones, demuestra al clero encaramado en el pasado que eso de maldecir inquisitorialmente es muy superable por una bendición que revela ecumenismo y tolerancia. Civilidad, en fin.
La disyuntiva “libertad-tiranía” es tan falsa como cualquier argumento que vaya en contra de lo que consta en el día a día de cualquier mexicano. Y sí, no somos Venezuela, Cuba o Ecuador, en el sentido siempre peyorativo en que la oposición se esfuerza en torcer el brazo a la historia. Somos, en cambio, un pueblo en el que la idea de progreso y bienestar se basa en los dichos y los hechos de un gobierno que fue electo masiva y democráticamente.
Si no les gusta el progreso del país sobre la base de sus leyes y tradiciones, de su bagaje cultural y sus aspiraciones de soberanía y libertad, frente al intervencionismo extranjero sobre todo durante el tortuoso y sangriento siglo XX, tendrán que aceptar que la hegemonía unipolar ya pasó, que el mundo está harto de tanta hipocresía y sangre, derramada en el altar del capital y su corrupción institucionalizada.
Con respeto a quienes estén bajo el paraguas inclusivo de la paráfrasis “el respeto al complejo ajeno es la paz”, quienes estamos por dar continuidad al esfuerzo de rescate del espacio económico y político nacional y de respeto a la identidad nacional frente a la influencia del norte, sabemos que se ha avanzado menos de lo esperado, pero se entiende que, mientras el legislativo y el judicial tengan una mayoría neoliberal y apátrida, las iniciativas en favor de la nación no van a prosperar.
Por ello, digamos sí al plan C y sigamos haciendo historia, apoyemos la reconstrucción de un México libre y soberano.