“El mercado puede permanecer irracional más tiempo del que usted puede permanecer solvente”
John Maynard Keynes
¿Se imagina un país sin banca central, sin política monetaria, sin control estatal de los medios de producción, vías de comunicación y totalmente sujetos a los vaivenes del dólar y los caprichos del Fondo Monetario Internacional, más las eventualidades de una economía privatizada?
Parece que fuera la realización de los sueños de una mente económica esquizofrénica que entrega el patrimonio nacional al extranjero mientras promete la grandeza nacional.
En este escenario, las funciones del gobierno quedarían bastante reducidas, un simple garabato burocrático sin poder ni trascendencia más allá de abrir y conceder mayores espacios de participación a la iniciativa privada que, en el caso de un país seriamente endeudado, seguramente daría paso al inversionista extranjero transnacional “para generar empleos”, cayendo de trasero en las asperezas del gran capital y despidiéndose de la soberanía, el dominio nacional sobre sus recursos naturales y la existencia misma de la nación.
Con la liquidación de las empresas nacionales se desataría una ola especulativa donde la corrupción recibe la fuerza necesaria para trepar hasta el sector público y afianzar sus brazos en el ámbito privado y social.
Argentina parece encaminarse a una especie de suicidio digno de un tango o una milonga, un canto al pesimismo convertido en política pública pero envuelto para regalo en el triunfalismo de la extrema derecha.
La idea de reducir al máximo al Estado para que las funciones vitales de la economía nacional las tenga el mercado, parece tan peregrina que aún la más mala lectura de los principios de la economía clásica resultaría en calificaciones reprobatorias para quien decida llevarlos al terreno de la realidad.
Desde hace mucho tiempo, la idea de que el mercado es capaz de autorregularse, ha quedado descreditada por el simple efecto económico y social de la acumulación de capital y los impactos distorsionantes que tienen los monopolios por su poder sobre los productos y los precios.
Un problema esencial que surge en cualquier economía moderna no es tanto la producción sino la distribución del producto generado, afectando la circulación de mercancías, la dinámica del consumo, el nivel de los precios y el bienestar general.
Al momento de que un país hace depender su economía casi exclusivamente de factores externos, el progreso del país queda fuera de las posibilidades de incidencia del gobierno y reducido a un simple espacio de especulación y aprovechamiento extranjero.
La idea de depender de una moneda extranjera y de que es mejor comprar que vender, termina por liquidar la industria local y la posibilidad de planear el desarrollo de acuerdo a los intereses nacionales.
No es cosa de broma ver a un país en manos del Fondo Monetario Internacional, y terminar siendo colonia de explotación y zona de operaciones militares de Estados Unidos.
Tampoco es un chiste que la desaparición de la banca central, la privatización de la salud y la educación se vea como triunfo político y no como un fracaso, y que la “novedad” neoliberal radicalizada representada por la candidatura de Javier Milei se considere mejor que la defensa de la seguridad social y la autonomía financiera nacional.
Al parecer, Argentina no ha aprendido nada de los ejemplos internacionales en los que una economía se entrega a la seducción neoliberal con los ojos cerrados, creyendo que profundizar las causas de la crisis ayuda a salir de ella.