“Dime lo que comes y te diré quién eres” (Anthelme Brillant-Savarín).
Ir al céntrico mercado municipal significa pasear por una parte representativa de la jungla urbana, dejarse atrapar por el misterio tras la abigarrada colección de adiposidades que luce mucha de la gente que marcha en un desfile de grosores y matices desafiante y lúdico.
¿Cómo llegó tal cúmulo de horrores digestivos a nuestra ciudad, y más allá? ¿Cómo nos convertimos en la pasarela tercermundista que traga las gorduras y excresencias del Imperio? ¿Será, acaso, una maldición gitana transformada en arma de destrucción masiva en los sótanos de la CIA, el Pentágono o el Departamento de Estado? No lo sabemos del todo, pero lo que sí es claro es que los deseos de Washington tienen su expresión formal en el llamado T-MEC.
El citado tratado, entre otras cosas, contiene un escandaloso mecanismo de imposición de patrones de consumo que adoptamos a empujones de la Casa Blanca, a través de la agencia encargada de la agricultura y las asociaciones de productores de granos transgénicos y, por supuesto, los millonarios comercializadores de las semillas de Frankenstein, avalados, según se alega, por el tratado trilateral llamado T-MEC.
México ha declarado a punta de decretos que no queremos ni glifosato ni productos transgénicos… aclarando que nomás se refiere al maíz blanco, para consumo humano “porque somos autosuficientes”, en cambio, se le sigue dando el pase al maíz amarillo, usado como alimento animal y otros como el algodón y la canola como insumos para la industria que llega tan campante a las mesas de los consumidores.
También se recorre la fecha para lo del glifosato, que puede seguir circulando en el campo nacional hasta el 31 de marzo de 2024… a reserva de nuevos ajustes (La Jornada, 15-02-2023).
El nuevo decreto de “te cierro la puerta, pero no por completo” provocó la “decepción” del gobierno que preside Joe Biden, con lo que dicha sensación de desencanto se abre paso como categoría comercial y política. Cabe recordar que el vecino se declara decepcionado cuando no se cumplen sus deseos, sus expectativas o sus caprichos imperiales.
El nuevo decreto supone un ligero fruncimiento en la cordialidad bilateral, porque azota el alma de los vecinos, tan afectos al regalo de una voluntad complaciente y la obligatoriedad de obsequiarla siempre (DOF:13/02/2023). ¿Qué harían sin la genuflexa disposición de los gobernantes de la periferia?
Pero, volviendo a los horrores urbanos en una ciudad marcada por la influencia del Norte, el problema está en que los habitantes “de bien” ven la frontera como quien descubre la caja mágica que contiene la fiesta de chatarra multicolor, reluciente y rápida de las franquicias que venden pollo o carne rica en hormonas y colorantes artificiales que aparentan salud y suculencia, el asunto de la alimentación puede ser peor de lo que parece.
Nuestra población alcanza cifras alarmantes en materia de obesidad, diabetes y cardiopatías, y significativos lugares en la gastronomía basada en carnitas asadas y tortillas de harina, consumo de refrescos azucarados, alcohol y tabaco.
Las grasas, azúcares y sal se erigen en la sabrosura misma, en el culmen de la satisfacción culinaria. Sin esos elementos la cocina “no sabe” porque las viandas cuyos componentes principales sean vegetales, pescados y mariscos suelen ser menos apetecibles que las producidas en los corrales de engorda, que se alimentan de maíz amarillo, hormonas de crecimiento, antibióticos varios y una opresiva estabulación que demuestra que los negocios y el libre pastoreo van por distinto carril.
La gordura urbana va de la mano de los puestos de hot dog, de los refrescos de cola, de las frituras empaquetadas en presentaciones multicolores que encubren las grasas trans, los colorantes artificiales de potencial capacidad cancerígena, con sabores de laboratorio ácidos o salados que dan sabrosura adictiva porque “no puedes comer sólo una”.
La prohibición de productos transgénicos, aunque limitada y permisiva, supone un dolor en el trasero de los productores gringos, pero un dolor pequeño, habida cuenta que sigue la manga ancha en otros productos, como los aceites vegetales donde el maíz transgénico brilla con luz propia (https://youtu.be/LcpTo1oJyj0).
Si el maíz blanco es apto para consumo humano y el amarillo lo es para consumo animal, entonces, ¿qué hay de la carne de ganado alimentado con transgénicos y que se usa con alegría en las “carnitas asadas”? ¿Los nutrientes transgénicos (aparte de las hormonas y antibióticos) se eliminan mágicamente cuando la carne pasa por el carnicero y de ahí a la fiestecita de familia o de cuates? ¿Las salsas, las tortillas de harina y la cerveza quitan los malos efectos de una alimentación transgénica?
Las comidas rápidas o chatarra, los refrescos de consumo generalizado y frecuente seguramente no “decepcionan” a los dueños de los negocios que, en forma de franquicia, se instalan para recoger dinero de este lado de la frontera, sino que demuestran las ganas que tenemos de modernizarnos y seguir siendo un pueblo amigable, cooperador y, eventualmente, tan enfermo como quien cambia la cocina tradicional por la rapidez y el sabor de la chatarra.
Pero no decepcionemos a los vecinos y sigamos alimentando su economía como seguramente esperan de nosotros, siguiendo nuevas reglas, en el mismo juego.
José Darío Arredondo López