La butaca que se improvisa. En la explanada más óptima, en el Teatro de la Ciudad. De pronto una plaza muta hacia la escenificación.
La estética que se contempla nos aguza los sentidos. Jóvenes que vuelan, maestros que dirigen: la narración de sucesos con el cuerpo como un pincel que ilustra y desarrolla.
Un Desierto para la Danza retoma su cauce, hacia los espectadores, de manera presencial. Luego de la pausa obligada, (tristísima pandemia que nos encogió el corazón).
Pero están aquí: son los incansables, los que se organizan y apuestan todo por el arte, los que tienen como referencia a los grandes del escenario y desde sus ideologías propagan las ideas desde el cuerpo.
Nos llevan de la mano hacia esos encuentros con nosotros mismos, nos ponen en la mirada el accidente, los aciertos, el límite de un instante previo a tercera llamada.
La iluminación, los colores, el silencio, el oscuro total, los sonidos de un pájaro que vuela y alcanza su máximo esplendor.
Existe también la provocación a través de la exposición de los temas que arden y con inteligencia que es poesía que es movimiento, nos lo revelan con la mayor fortaleza o sutileza.
Hay un piano en la memoria que nos hace levitar, el recuerdo mágico que aquella coreografía cuando el Desierto incipiente nos entregó un cúmulo de sombreros y gabardinas sobre la duela.
Golpes constantes, reminiscencias del disgusto de un coreógrafo bailarín que un día nos espetó en la cara su coraje: José Rivera (director de La cebra danza gay) el que nos estremeció con su reclamo por tanta violencia y deshumanización.
Somos la memoria viviente de las ediciones pasadas, del camino que ha dejado huella en nuestras emociones.
La gratitud constante para tanta entrega a quienes lo han hecho posible: Truzca, Antares, La Lágrima, Margarita danza aquí, Alebrije, Quiatora Monorriel, agrupaciones (entre otras) que han instituido el baluarte trascendental del movimiento dancístico de nuestro estado.
Hoy hay danza, acontecimiento febril feliz para la formación de públicos, de bailarines, de coreógrafos, la sociedad en general.